1º de junio de 1580: rebeldía de treinta y tres “mancebos de la tierra”…
Durante el otoño de 1580, don Juan de Garay decidió embarcarse y navegar río abajo, “hasta el día diez de junio, en que llega a Buenos Aires, en donde espera un día propicio para proceder al anclaje y desembarco, pues por la marea no le es favorable dicho día. Al día siguiente, habría de erigir allí la ciudad de Santa María del Buen Aire y, cabe la misma, el Puerto de la Santísima Trinidad”. [1]
Mientras estaba ausente don Juan de Garay, lo reemplazaba provisoriamente el teniente de gobernador Simón de Jaques -en algunos escritos Jacques-, reconocido “veterano de la expedición de Pedro de Mendoza, hombre maduro y respetado, nacido en Bruselas”.
Juan de Garay otorgó ese título a Jaques, en Asunción, el 3 de diciembre de 1578, por ser “alcalde ordinario y de la hermandad que a la sazón es en esta ciudad es de los más antiguos conquistadores, persona de mucha experiencia y de toda honra, confianza y fidelidad”… [2]
Es oportuno tener en cuenta que estaban establecidas las condiciones para ser gobernador: debía nombrarlo el Rey y era necesario que fueran capaces de desempeñarse, no ser vecino de esa provincia, tampoco casarse él o sus familiares en esa jurisdicción.
Los gobernadores designaban a los tenientes de gobernadores con el deber de presidir el Cabildo durante las elecciones, observando lo pertinente y ejerciendo el veto; también eran nombrados corregidores, justicias mayores y alguaciles mayores según costumbres locales en diferentes épocas. Hay que tener en cuenta que en España, el corregidor era quien corregía las sentencias del Cabildo y en América, intervenían como jueces de segunda instancia en resoluciones de los alcaldes de las ciudades sufragáneas, como el gobernador con su justicia mayor, lo hacía en el área metropolitana. En las ciudades y reducciones -incluso en distritos menores- había corregidores, y en la región de Cuyo -al sur del Tucumán, entre la cordillera de los Andes y las sierras de Chile, actual territorio de Córdoba-, dependieron de la Capitanía General de Santiago de Chile. Justicia Mayor era una categoría mayor porque se desempeñaban en un reino, adelantazgo o provincia. Alguaciles mayores eran los militares que como tenientes asumían la jefatura militar en una ciudad sufragánea mientras en la ciudad metropolitana ejercían sólo tareas militares junto al gobernador. Tenientes generales -nombrados también generales-, eran quienes sustituían al adelantado o gobernador en toda la jurisdicción cuando ellos los designaban y “obraban en su nombre y responsabilidad”; si no reemplazaban en ausencia sino por vacancia, referentemente eran nombrados de justicia mayor. [3]
Estaba Jaques a cargo del gobierno En ese tiempo, en la ciudad santafesina se produjeron sucesivos desórdenes, “atribuidos al Gobernador Zárate y Mendieta, cuya muerte no había de tardar siquiera dos meses; entretanto el oidor Vera y Aragón era destituido por el Virrey, por todo lo cual, Garay sólo habría de responder ante éste y el Rey, por sus gestiones correspondientes”. [4]
En víspera de Corpus Christi, se habían rebelado los mancebos de la tierra que habían acompañado a Garay en aquella epopeya a través de aproximadamente mil kilómetros, algunos en precarias embarcaciones y otros con los arreos, cruzando montes vírgenes. Insistían en que los españoles fueron más favorecidos con la entrega de los solares y reiteraban sus derechos a integrar el Cabildo para participar en la administración comunal. Conducidos por Lázaro de Benialbo y evidentemente apoyados por el gobernador del Tucumán y Diego Rubira, su teniente en Córdoba, mientras Juan de Garay se había trasladado hasta el delta en el río de la Plata, se animaron a deponer a las autoridades. Casi entre las sombras, desde el punto de vista del escritor José Rafael López Rosas, se percibía la influencia del virrey Toledo quien “sin apoyar este alzamiento, deseaba alejar a Torres de Vera y Aragón y a Juan de Garay de sus respectivos mandos”. [5]
Horas después de la rebelión, Benialbo estaba detenido en la casa del jefe militar, “siendo testigo de su asesinato a traición en manos del feroz Cristóbal de Arévalo”. [6]
Revolución de los “Siete Jefes”…
El historiador santafesino Ramón Lassaga fue el primer en reconocer ese acto de rebeldía como “la revolución de los siete jefes” aunque en realidad fueron treinta y tres criollos quienes en la casa de Lázaro firmaron la noche anterior el acta, certificada por Fernández Montiel a quien obligaron a hacerlo como escribano. El traidor Cristóbal de Arévalo no había firmado. Aquellos mozos que habían luchado contra los charrúas con “su fuerza brava y generosa” -al decir del arcediano Martín del Barco Centenera- murieron tras ser delatados por uno de ellos: “el feroz Cristóbal de Arévalo”.
Además de Lázaro de Benialbo -o Benialvo-, en los textos históricos perduran los nombres de Antonio de Leiva -o Diego-, Pedro de Gallegos -o Gallego, o Gallero-, Francisco Mosquera, Ruiz Romero -o Diego Romero-, Diego Ruiz y Francisco Villalta.
El doctor Jorge Piñero Marqués escribió tales nombres “de dichos autointitulados jefes, y los títulos acreditados para constituirse tales”. Benialvo, “pone su casa a disposición de los siete: luego es el jefe. Antonio de Leiva, “no se sabe a ciencia cierta, pero puede suponerse, no sin fundamento, que lo es por estar al tanto de ciertas situaciones, y ser, por lo tanto, considerado mejor como amigo que como enemigo”. Pedro Gallegos, “tenía la singular cualidad de falsificar firmas admirablemente y, además, sabía redactar, al estilo de la época: dos virtudes que lo hacían acreedor a la jefatura”. Francisco Mosquera, “es una especie de ‘don Juan Tenorio’ americano, castigado desde antes de que Garay rigiese los destinos de la ciudad de Santa Fe, por su vida licenciosa, y que fue uno de los que motivaron, evidentemente, a Garay, su famoso decreto por el que autorizaba a matar a quienes, como él, anduvieran saltando tapiales con fines protervos, como defensa de la moralidad de la ciudad; su jefatura estaba más que justificada, por su alergia… hacia todo lo que implicara ley, orden y Derecho”. Ruiz Romero, “era cuñado de Gallego; además, sabía leer y escribir; por ende, nada le faltaba para ser jefe él también.”
Francisco Villalta, “es también acreedor a una jefatura, por cuanto, como desterrado del Paraguay, con la cabeza a precio en Asunción, no tenía otra salida que ser fiel a los demás, bajo pena de quedarse huérfano de todo apoyo”.
Diego Ruiz, “cumplía análogas funciones a las de un cuerpo de moros que fuera, tiempo atrás, eficacísimo en la guerra contra España, llegando hasta hacer peligrar la vida de la propia Reina Isabel de Castilla: el cuerpo de alcahuetes (‘los conductos’); en efecto, a Diego Ruiz se le otorgó la jefatura, a la que era acreedor, por haber sido criado por gobernador Abreu, cuya relación les habría de ser utilísima”. Gonzalo de Abreu fue asesinado en 1581, año siguiente…
Expresó luego el doctor Piñero Marqués, que “allá por el mes de mayo de 1583, a solamente unas cuarenta leguas de Santa Fe, en una laguna que luego, a consecuencia de ello, habría de ser denominada -ya en dicho siglo- como laguna de la Matanza, a cuya vera bajó para pernoctar, fue asesinado por un numeroso malón de querandíes-calculado por los testigos sobrevivientes en más de ciento treinta- junto al Fraile Antonio Picón, que fuera flechado por la espalda, al igual que muchos de sus acompañantes”. [7]
Mientras estos hechos conmovían a los conquistadores y sacerdotes españoles, a los jóvenes mestizos y también a los indígenas que convivían entre el Paraguay y las tierras próximas al río de la Plata, en el hemisferio norte cerca del Mediterráneo, seguían proyectando más expediciones con la intención de abrir más puertos en el Atlántico Sur, cruzar el estrecho y seguir explorando las costas del Océano Pacífico.
Del poema “Argentina” de Martín del Barco Centenera
El español Martín del Barco Centenera, llegó con Juan Ortiz de Zárate en 1572. Tras su “constante deambular”, escribió su canto “Argentina y conquista del Río de la Plata, con otros acontecimientos de los reinos del Perú y estado del Brasil” incluyendo algunos versos alusivos al alzamiento de los siete jefes durante aquella tumultuosa noche de Corpus Christi de 1580.
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Estando de esta suerte rebelados
eligen capitán que gobernase,
y mandan que saliesen desterrados
los españoles todos, sin que osase
quedar alguno términos pasados
y el que tenga mujer se la llevase,
que solos poseer quieren la tierra,
pues solos la ganaron en la guerra.
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“Los siete jefes”: crónica de Agustín Zapata Gollán.
El doctor Agustín Zapata Gollán en su libro “Las puertas de la tierra”, en el capítulo titulado “Santa Fe: cruce de caminos”, escribió acerca de “Los siete jefes”: [8]
“En los primeros días de Santa Fe la población se conmovió con una revuelta. Una tremolina de voces y algunos disparos de arcabuces despertaron al villorrio. Ente las sombras de la noche, sobre las tapias de tierra, oteaban ojos femeninos, en tanto algunos hombres se largaban a la calle con estrépito de puertas y chocar de armas. Los perros, alborotados, ladraban desesperadamente detrás del garabato de los cercos, y en el cielo, las constelaciones se amontonaban como pollitos al abrigo del plumón de la vía láctea.
Pero la vocinglería y el ruido de armas se apagó enseguida. Los grillos volvieron a cantar en la maciega; desde la orilla del río se levantaba un vaho blanquecino; las ranas plañían al borde de las bandejas de plata de los charcos pidiendo al cielo de junio su limosna de estrellas, mientras llegaban de las islas vecinas el mugido de una vaca o el relincho de un bagual espantado.
Al legar el día, los pobladores del real se encontraron con una nueva: siete jefes habían derrocado al gobierno, mientras Garay fundaba Buenos Aires.
Los vecinos se levantaron antes que la escarcha. Abandonaron sus catres de tiento los más y las camas de pilares los menos; se aliñaron un poco las greñas y salieron de sus casas de adobe o de sus ranchos de barro y de totora donde anidan las vinchucas esperando el verano.
Los amotinados -los siete mestizos de Asunción- habían convocado al pueblo. Ceñidas las cotas, tocados con sus morriones, y apercibidos los arcabuces, aguardaban la reunión del vecindario.
Los pobladores llegaban, algunos a pie con los borceguíes humedecidos en los pastos y otros sobre sillas jinetas, clavando los alacranes de los frenos en el morro de sus caballos. Venían rebozados en capas guarnecidas, enfundados en zamarras o calada la celada de cuello con babera estopada; con sus arcabuces y sus espadas y sus lanzas, como en los alardes.
El teniente de gobernador y el escribano y el alcalde y todos los otros peninsulares que ocupaban los argos públicos, habían sido encarcelados. Y entre la algarabía de los amotinados y el desconcierto de los pobladores, se nombraron de inmediato los reemplazantes.
Estamos en 1580 y esta fecha, inscripta en la heráldica santafesina, dice que fue el primer movimiento de los criollos.
Sin embargo, estos siete jefes -derrotados enseguida por una contrarrevolución- que se proponían extender el movimiento a Buenos Aires fundada nuevamente por Garay en esos días, estaba en contacto con el gobernador de Tucumán, con los hombres mediterráneos que disputaban a los del litoral el dominio de los ríos, desde el día en que se encontraron Garay y Cabrera en las barrancas de los Coronda.
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Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.
[1] Ídem, p. 30.
[2] Esta información es reiteración de lo escrito en Más allá del abambaé y del tupambaé, incluido en los CD “Decíamos ayer…”, “Hacíamos ayer…” y “Del vivir y vibrar” – Parte de la obra édita e inédita de Nidia Orbea Álvarez de Fontanini. / Entre comillas, lo publicado en: República Argentina, Santa Fe, Archivo General de la Provincia. Boletín – Año IV-V. Nº 4-5. Director: Andrés Atilio Roverano. Documento Nº 13, p. 39. (“Actas del Cabildo de Santa Fe. Tomo I, (Primera Parte) 1575/1585, fº 36 y v.”)
[3] Rosa, José María. Historia Argentina 1. Buenos Aires, Editorial Oriente, 1992, p., p. 291-292.
[4] Ídem, p. 28-29.
[5] López Rosas, José Rafael. De la discordia y la melancolía. Santa Fe de la Vera Cruz, Fondo Editorial de la Provincia de Santa Fe, vol. 13, p. 47.
[6] Vigo, Juan Mario. Hernandarias. Ob. cit. p.7-9.
[7] Piñero Marqués, Jorge. Don Juan de Garay y sus circunstancias. Ob. cit., p. 31-34.
[8] Zapata Gollán, Agustín. Las puertas de la tierra. Santa Fe de la Vera Cruz, Ediciones Colmegna, mayo de 1973 – “IV Centenario de la Fundación de Santa Fe”, p. 66-67.