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Hacia la independencia en la Argentina

Sinopsis:  De la conquista a la independencia. Provincias.  Poblaciones, evangelización, fronteras, guardias, fortines y fuertes. Virreyes en el virreinato del Río de la Plata. Libertad y esclavitud.  Niños abandonados.  Invasiones Inglesas (1806 y 1807).  Milicias y defensas. Aproximaciones al 25 de  Mayo de 1810. Dependencia e independencia.

 

De la conquista a la independencia.

Provincia Jesuítica del Paraguay – Corrientes – Misiones.

Gobernación del Tucumán

Jujuy.

Salta.

Catamarca.

Ciudad de Santa Fe y sus fronteras.

Testimonios del Padre Florián Paucke.

Traslados para la defensa de Buenos Aires.

Hacia el sur santafesino.

Alrededores y norte de Santa Fe de la Vera Cruz.

1783: traslado de Cayastá.

Reducción de San Pedro y otros asentamientos.

Fines del siglo XVIII: fuertes y fronteras de Santa Fe.

Primeros asentamientos en Entre Ríos.

Gualeguay.

Gualeguaychú.

Ciudad y fronteras de Buenos Aires

Riqueza en las estancias.

Guardias y milicias.

1738: Primer Fuerte en el Pago de los Arrecifes.

Invasiones entre 1740-1750.

Enero de 1752: hacia la creación del “Cuerpo de Blandengues”.

Revisión cronológica.

José Gálvez y la exportación de carnes.

Protección a niños abandonados – Beneficencia y algo más.

Apertura de la Casa de Niños Expósitos

1781: traslado de la Imprenta de Loreto.

Entre Guardias y Fuertes.

Estancias a principios del siglo XIX.

Primeras decisiones del gobierno revolucionario.

Críticas insoslayables

Formosa y Chaco.

Fronteras de Córdoba.

En torno a Santiago del Estero

Región de Cuyo.

Defensa territorial en San Luis.

Fronteras de Mendoza

Patagonia e Islas del Atlántico Sur.

El negocio de “las carnes”.

1803-1810: crisis y cambio de gobierno.

Distintivo celeste y blanco.

Canónigo Saturnino Segurola, pionero.

Libertad o esclavitud.

Rechazo del Paraguay.

30-12-1810: Belgrano y “la primera Constitución argentina”.

Permanencia del ejército de Belgrano en Tacuary. 

De la conquista a la independencia…

Tras la llegada de Cristóbal Colón con sus “sorprendentes expedicionarios”, el 12 de octubre de 1492, se generó otro encuentro de “dos culturas”.

Al año siguiente, el Papa Alejandro VI mediante la Bula del 4 de mayo, ordenó:

“Procuraréis enviar a dichas tierras firmes e islas, hombres buenos, temerosos de Dios, doctos, sabios y expertos, para que instruyan a los susodichos naturales y moradores en la fe católica y les enseñen buenas costumbres”.

 

Era necesario concretar la conquista territorial y la espiritual, porque los pueblos que los españoles estaban conociendo, creían en sus dioses.

Para que pudieran cumplir con las misiones de evangelización, el pontífice recomendó que “asentada la paz con los naturales y sus repúblicas, procuren los pobladores que se junten y comiencen los predicadores, con la mayor solemnidad y caridad que pudieren a persuadirles que quieran entender los misterios y artículos de nuestra santa fe católica y a enseñarla con mucha prudencia y discreción por el orden que se contiene en el título de la Santa fe católica”.

Llegaron después los primeros doctrineros que debían empezar a convencer a los indígenas que en principio fueron declarados como “hombres libres, bajo la protección y tutela de España”.  La misión de los doctrineros era exclusivamente religiosa e intentaban convencer acerca de la fe católica a grupos de no más de cuatrocientas personas que estaban diseminados en distintas latitudes.

Sabido es que “el reparto de la población indígena entre los conquistadores y colonizadores españoles fue impuesto por la necesidad de ajustarla a una convivencia con los nuevos amos y por la necesidad de mano de obra para el cultivo del campo, el trabajo en las minas, el cuidado del ganado”…  [1]

Se puso en marcha un sistema de sociedad donde eran reconocidos como Encomiendas, Pueblos de indios o Reducciones.  Los “encomenderos” disponían de las familias indígenas mediante la mita o el yanaconazgo.

“Los yaconas servían  todo el año a su amo y lo acompañaban en caso de guerra, en total sometimiento; eran generalmente prisioneros de guerra, dominados por la fuerza.

La mita era un servicio forzoso a que se obligaba a los indios por un cierto tiempo cada año; los indios de mita o mitayos fueron poco a poco cayendo en la condición de yanaconas; los encomenderos los usaban como si fuesen esclavos, les obligaban a un trabajo excesivo, los trataban con rigor, aunque las leyes lo prohibieran, y los vendían, prestaban o daban en prenda.  Para su defensa, las leyes los sometieron a tribuyo al rey, que harían efectivo los encomenderos, y quedarían luego libres para disponer de sí mismos; pero en la práctica los indios no mejoraron su situación al pasar de esclavos a tributarios, pues los encomenderos encontraban manera de que el tributo fuese equivalente a la mita.

Los indios eran forzados a prestar servicios públicos en las ciudades; atendían el ganado de los campos, trabajaban la tierra, sembraban y cosechaban algodón, maíz, trigo”.

 

El rey Carlos V, teniendo en cuenta las necesidades de aprovechamiento “más en cristiandad y policía”, el 23 de agosto de 1530 planteó que los pueblos de indios considerados como núcleos estables regidos “por su genio y costumbres autóctonas” debían vivir “juntos y concertadamente, pues, de esta forma los conocerán sus prelados y atenderán mejor a su bien y doctrina”.   Sostenían que el sistema de Encomiendas era necesario para el “amparo espiritual y la protección del indígena” y por ello, los habitantes de determinado territorio eran atribuidos temporalmente a un colonizador.  En realidad, los hasta entonces dueños de la tierra trabajaban para ese señor feudal nombrado encomendero y lo obtenido, era repartido entre la Corona y el beneficiario de acuerdo con tal compleja legislación social.

Las Reducciones eran asentamientos gregarios donde estaba prohibida la presencia de españoles, negros, mulatos o mestizos -aún cuando hubieran comprado tierras en esa jurisdicción- y bajo “un doble gobierno espiritual y temporal” convivían familias indígenas con misioneros cristianos.

Cuatro años después, Ignacio de Loyola creó la Compañía de Jesús, la comunidad de los jesuitas que luchó contra la Reforma, sostuvo la Inquisición y promovió el Concilio de Trento.

Los jesuitas llegaron por primera vez a Lima en 1568, con ocho miembros, al año siguiente con el virrey Francisco de Toledo llegaron doce más.

Después se asentaron en la ciudad de Villa Rica del Espíritu Santo, creada en 1750 por Ruiz Díaz de Melgarejo a orillas del Ivai y trasladada siete años después al punto de confluencia con el Pequirí, zona poblada por la parcialidad de los Ibirairas.

Mediante Real Cédula de Felipe II del 11 de febrero de 1579 extendieron sus misiones desde el Perú abarcando  “las Provincias del Tucumán y Río de la Plata”.

Cincuenta años de continua labor de los Jesuitas cimentaron la obra que concretaron en 1585 en el nuevo continente porque ese año, fundaron las provincias jesuíticas de México, Perú  y Brasil; llegaron algunos sacerdotes hasta la ciudad de Córdoba y dos años después a la ciudad de Santa Fe, situada en zona de quiloazas y mocoretás.

Aproximadamente desde el año 1590, en la gobernación del Tucumán se destacó un franciscano luego reconocido como “San Francisco Solano” quien recorrió el viejo pueblo de Chancas en lugares nombrados Trancas o San Joaquín de Trancas y tras esa obra evangelizadora, en 1612 fue reconocida la pertinente Provincia franciscana.

En 1599 se asentó la cofradía de los mercedarios y después de más un siglo de labor evangelizadora, en 1724 establecieron su Provincia.

Provincia Jesuítica del Paraguay – Corrientes – Misiones

En la región del noreste del actual territorio argentino -abarcando tierras situadas más al este que pertenecen a Brasil-, los españoles y mestizos intentaban sojuzgar a las tribus de esa zona prescindiendo de la instalación de líneas defensivas o Fuertes.

Sabido es que en 1590, 1593, 1609 y 1629 se enfrentaron con los Guaraníes; en 1643 con los Chaqueños y cuarenta años después, contra los Abipones, Mocovíes y Vilelas.

 

El Padre Diego Torres estuvo en Paraguay en 1605 y dos años después allí instalaron la Provincia Jesuítica del Paraguay que abarcaba el territorio del noroeste de la actual República Oriental del Paraguay; la República Oriental del Uruguay hacia el norte del río Queguay; los Estados de Río Grande, Paraná, Santa Catalina y parte de San Pablo del Brasil; zonas de las provincias argentinas de Corrientes y Misiones.

El Gobernador y el Obispo del Río de la Plata, encomendaron a misioneros de la Compañía de Jesús organizar Reducciones en “la gran comarca de la raza guaraní”.

Instalaron la primera Reducción en la región del Paraná, en San Ignacio Guazú o San Ignacio Mayor, en 1609, sobre el paralelo 27º.

Entre los Jesuitas, el cura adoctrinante o doctrinero debía cumplir su misión como lo establecían las Constituciones de la Compañía y los pertinentes estatutos legales.

Es necesario destacar que con el propósito de alentar la convivencia en las Reducciones, era imprescindible que esa asociación fuera consecuencia de una decisión voluntaria, diferenciándose del método coercitivo de las encomiendas, porque en estos casos prácticamente las familias indígenas eran obligadas a servir en determinados trabajos.

El Padre Diego Torres, redactó en 1609 la Primera Instrucción para los misioneros del Guayra, dieciocho capítulos donde estaban señaladas las sucesivas etapas y con las experiencias resultantes de tales previsiones, al año siguiente el Padre Torres incluyó diecinueve artículos más, “para los agregados de Guayra, Paraná y Guaycurús.

 

Durante dos décadas lograron establecer las reducciones de Santa Ana, Itapúa, Concepción, San Nicolás, San Javier, Yapeyú, Candelaria de Caazapaminí, Asunción del Iyuí y Todos los Santos del Caró.  Mediante la Real Cédula de octubre de 1611, son reconocidas las asignaciones otorgadas a esa congregación.  Los jesuitas se destacaron por la organización de las Reducciones, teniéndose en cuenta lo resuelto por el rey: “…que los indios fuesen reducidos a pueblos, y no viviesen divididos o separados por sierras y montes privándose de todo beneficio espiritual y temporal, sin socorro de nuestros ministros y del que obligan las necesidades humanas.”

Los jesuitas establecieron en las primeras décadas del siglo XVII varias Reducciones en el Guayra, en fértiles tierras próximas a los ríos Iguazú y Paraná: Nuestra Señora del Loreto, San Ignacio, San Javier, Encarnación, San José, San Miguel, San Pablo, San Antonio, Concepción, San Pedro, Los Siete Arcángeles, Santo Tomás y Jesús María. En aquel tiempo, eran frecuentes los ataques de bandeirantes que llegaban desde el poblado de San Pablo, tierra conquistada por los portugueses.

Hay distintas versiones acerca del origen de esas Reducciones porque Víctor Martín de Moussy alude a la creación de Nuestra Señora de Loreto y San Ignacio Miní en 1555 y el Padre Techo, refiriéndose a ésas y a Santiago y Santa María de la Fe, expresa que eran fundaciones “genuinamente españolas”; destaca que San Ignacio Guazú, Itapúa y Corpus, fueron originariamente asentamientos de indios sometidos por los conquistadores.  Señala que los Jesuitas sólo se acercaban a las tribus que no habían sido adoctrinadas si eran acompañados por escoltas…

 

En 1623, los Padres Borón y Reyes instalaron Santa María la Mayor sobre la margen del río Uruguay constituyendo el núcleo generador de Apóstoles y de Mártires del Japón.

Once Reducciones fueron destruidas en el bienio 1628-1630 y fueron trasladadas las de San Ignacio y Loreto.

Desaparecieron Santa María la Mayor y Mártires del Japón.

 

En 1631 soportaron destrucciones Villa Rica y Ciudad Real; una invasión en Itatín determinó su desaparición al año siguiente y en esa zona fundaron San José, Santos Ángeles, Encarnación y Santos Apóstoles. El padre Luis de Montoya, en  1632 dispuso el traslado de Loreto y San Ignacio Miní.

Durante el lapso 1631-1636, los jesuitas instalaron hacia el este del río Ibicuy: San Miguel, Santo Tomás, Santa Teresa; Natividad, Santa Ana, San Joaquín, San José de Itacuatiá, San Cristóbal, San Cosme y Jesús María.

Otro ataque los paulistas en 1636 acosó a los asientos del Tape y del Uruguay, y prácticamente dos años después, desaparecieron esas  Reducciones y las del Guayra e Itatín.

 

Tras el combate de Mbororé a principios de marzo de 1641, quedaron quince reducciones en el actual territorio argentino, desde el norte hacia el sur y cerca del río Paraná: Corpus, San Ignacio Miní, Loreto, Santa Ana y Candelaria; a occidente del río Uruguay: San Javier, Santa María la Mayor, Concepción, Santo Tomé, La Cruz y Yapeyú.  Entre ambos ríos, estaban las Reducciones de Mártires, San José, San Carlos y Apóstoles.

Al nordeste de la Ciudad de las Siete Corrientes estaban establecidos los franciscanos, en las Reducciones de Itatí y hacia el sur, margen izquierda del río Paraná, el pueblo indígena de Santa Lucía.

Al sudeste de aquella ciudad, era conocido el lugar de Lagunas Saladas o San José de las Muchas Islas.

Félix de Azara en una crónica menciona a una Guardia o Fuerte autónomo, existente en 1703 para proteger los intereses de los ganaderos de esa zona.

Las estrategias de los Jesuitas para el entendimiento con los indígenas y los métodos previstos para reunirlos, en ningún caso aludían a la instalación de tales defensas con “milicianos”. En San José de las Saladas comenzaron los conflictos cuando los ganaderos pactaron con algunos caciques, quienes con sus tribus perturbaron la labor en las Reducciones.

En el bienio 1735-1736 se acentuó la rivalidad entre distintos grupos y fue tiempo de guerra contra los Mocovíes, Abipones y Vilelas.

Durante la década siguiente, las frecuentes incursiones obligaron a los Jesuitas a pedir a las autoridades que ordenaron el traslado hacia “el lugar de Angua” y que derrumbaran esa Iglesia.  Aprobada esa iniciativa, los pobladores se opusieron y reconocidos como “Comuneros de Saladas”, resistieron estimulados por “la Familia Casajus” y el párroco de ese Curato.

En 1751, tras la intervención del gobierno de Buenos Aires, esa población abandonó Angua y se reinstaló en el lugar donde los habían desalojado. Esos criollos siguieron dedicándose a explotaciones ganaderas aprovechando las ventajas de disponer de fértiles campos, ríos y arroyos…

 

El Sargento Mayor Nicolás Patrón, Lugarteniente de Gobernador, Justicia Mayor y Capitán de guerra de Corrientes, apoyado por el Padre Tomás García y los caciques Naré y Ochoalay, el 26 de agosto de 1750 había instalado la Reducción de San Fernando del Río Negro al norte del Arroyo Negro y en el Acta de creación consta que será “…habitación de la nación Abipona que sigue la parcialidad del cacique Naré, como a cuatro o cinco leguas de la ciudad de Corrientes en la parte contrapuesta del río Paraná”.  Así iniciaban “el sometimiento” de algunas tribus de Mocovíes y Vilelas” que generaron sucesivas reacciones, hasta que en 1773 aquella Reducción fue destruida por los Charrúas.

Gobernación del Tucumán

En la región noroeste del actual territorio argentino vivían diferentes tribus pertenecientes a las naciones de “los Cachinocas y Casabindo, los Omaguacas en la región central, al Este los Ocloyas y más allá, hacia el oriente, las tribus chaqueñas belicosas e insojuzgables”.

“Entre las cuatro primeras naciones enunciadas, distinguíanse las parcialidades de los Pumamarcas, Tilcaras, Tumbayas, Uquías, Osas, Gaipetes, Paypayas, Ialas, etc.  Entre la última, los Chiriguanos, Tobas, Mocovíes y Lules.”

 

Parte de los territorios de las actuales Catamarca y La Rioja, Santiago del Estero y Córdoba fueron ocupados por los conquistadores que llegaron desde el Alto Perú y hasta mediados del siglo XVI pertenecieron a la jurisdicción de Chile.

Diego de Rojas junto a Felipe Gutiérrez y Nicolás de Heredia -“aportando cada uno 30.000 pesos oro”-, fueron autorizados por el gobernador del Perú Diego Vaca de Castro para organizar la expedición que avanzaría hacia el sureste para explorar las tierras en dirección al Río de la Plata.  Partieron de Cuzco en 1543, con aproximadamente doscientos hombres y divididos en tres grupos y entraron “en la estepa que separó siempre la vida incaica de la aymara pasó por la provincia de Chucuyto, llamada después La Paz, y siguió hasta Charcas, fundada cinco años antes”.  Allí recibieron refuerzos, armas y pertrechos, “atravesaron la puna jujeña y la región de los ocloyas, ulares, omaguacas y lules y entraron en el espacio comprendido entre la puna de Atacama y el valle de Santa María, en contacto siempre con indios hostiles y numerosos”.  Al llegar a Tucumán, después de soportar los ataques de los indios y continuas variaciones de temperatura, reagrupados los contingentes que conducían Heredia, Diego de Rojas y Felipe Gutiérrez continuaron la marcha hacia Santiago del Estero y en enero de 1544, al enfrentarse con los juríes, Rojas fue herido con una flecha envenenada y murió días después.  Fue reemplazado por Francisco de Mendoza, persona que discrepaba con Gutiérrez y también con sus compañeros. Instalaron un campamento o Real en Soconcho y continuaron reconociendo las tierras pobladas por los diaguitas, hacia el suroeste, actuales Catamarca, La Rioja y San Juan.

Francisco de Mendoza cambió el rumbo y marchando hacia el este “estuvo a punto de perder la vida” en la zona de las grandes salinas de Córdoba; llegó hasta el valle de Calamuchita y en 1545 construyó un Real entre los indios comechingones.

Mendoza había imaginado un itinerario y dejó parte de su gente al mando de Nicolás de Heredia, entró en territorio de la actual provincia de Santa Fe, y llegó hasta cerca del río Carcarañá, donde estuvo instalado el Fuerte de Gaboto.  Después pretendía que la expedición avanzara hacia Asunción mientras Gutiérrez insistía en la necesidad de regresar al Perú para buscar refuerzos.  Los resentimientos se manifestaron en una conspiración que terminó con el apuñalamiento de Mendoza y al mando de Heredia, retornaron hacia la Quebrada de Humahuaca.  Pasaron por Charcas, “donde se hallaba a la sazón Francisco de Carvajal, teniente de Gonzalo de Pizarro, en lucha contra las tropas reales.

Heredia fue ejecutado por Carvajal con otro de sus hombres, en el invierno de 1546.  La expedición de Rojas sufrió grandes desastres y pérdidas, pero a ese alto precio fueron descubiertas las provincias andinas y las regiones del norte argentino”.  [2]

En 1549, el gobernador del Perú Celestino La Gasca autorizó a Juan Núñez de Prado para fundar un pueblo en el Tucumán con el propósito de proteger el camino hacia Chile y avanzar hacia el Río de la Plata. En 1560 instalaron Cañete y cinco años después Tucumán.

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La gobernación de Tucumán desde 1583 dependió de la autoridad del virrey del Perú y de la Audiencia de Charcas para los asuntos judiciales; abarcaba el vasto territorio que incluía la actual provincia homónima y los territorios de Catamarca, La Rioja, Jujuy, Salta, Santiago del Estero y parte del Chaco donde eran mayoría los “juríes, diaguitas y comechingones”.

Al referirse a la colonización del Tucumán, el historiador Abad de Santillán expresó que “Pedro de Anzúrez fundó en 1538 la ciudad de Chuquisaca, que se puede traducir como ‘Puente de Plata’.

En 1559, cuando llevaba ya el nombre de La Plata, recibió de Carlos V como símbolo o escudo el águila de dos cabezas. Se halla a 1.700 metros sobre el nivel del mar, entre los cerros Churukella y Sicarica y la región había sido habitada por los indios charcas, de donde procede el nombre que se le dio también, Charcas.”

“Dos viejos edificios marcan el desarrollo de ese importante centro colonial: la Casa del Gran Poder y la universidad; la primera fue asiento de la Inquisición y se destinó luego a la audiencia; la universidad fue fundada en marzo de 1624 con el nombre de San Francisco Javier, fecha en que sólo había otras dos similares en América, la de México y la de San Carlos, Lima; estuvo a cargo de los jesuitas hasta su expulsión en 1767. Fue uno de los grandes centros de la cultura colonial y punto de partida de reiterados movimientos de emancipación política, en 1544, en 1780 y en mayo de 1809.”

Jujuy

En el año 1593, los conquistadores españoles fundaron la ciudad de San Salvador de Jujuy y en el bienio 1625-1626 el gobernador Martín Ledesma de Valderrama estableció un Fuerte para protegerla de los frecuentes ataques de los indios que avanzaban desde el Chaco y de los chiriguanos. En ese tiempo comenzaron las poblarse esas pampas donde instalaron el Fortín de Ledesma y durante la década siguiente, los vecinos de Jujuy soportaron depredaciones.

En 1756, el Gobernador del Tucumán Victorino Martínez de Tineo autorizó el asiento de familias tobas cerca del río Ledesma, a veintisiete leguas de la ciudad de Jujuy y a cuarenta y cinco de Salta. El 29 de mayo de ese año, el Teniente de Gobernador, Justicia Mayor y Capitán de Guerra en Jujuy don Francisco Antonio Azebey, junto con los sacerdotes jesuitas Pedro Juan Andreu y Antonio Artigas instalaron allí la Reducción San Ignacio de Tobas o San Ignacio de Ledesma donde los caciques Marini y Theosodi conducían a doscientos doce indios ya convertidos al cristianismo.

Por iniciativa “privada del colonizador” Pedro Aguirre de Labayén, Comisario General de las Caballerías estaba instalado el Fuerte de Labayén “para defensa de sus propias haciendas” y en 1677, el Cabildo consideró la necesidad de ampliar esas defensas. En 1683 siendo gobernador de la provincia del Tucumán Mercado y Villacorta, el teniente de Gobernador Martín de Argañarás y Murguía concretó la instalación del Fuerte de Nuestra Señora del Pongo, bajo la protección de “Nuestra Señora del Rosario” y tres años después, el gobernador Argandoña ordenó algunas refacciones, refuerzos en los muros, construcción de una habitación y de un lugar para resguardo guerrero.

El lugar conocido como Pampas de Ledesma ya estaba poblado en 1683 y así consta en Actas del Cabildo de Jujuy; después como consecuencia de las invasiones de distintas tribus empezó a despoblarse.

En 1698, el gobernador Zamudio ordenó el traslado de esa defensa hacia el sur, en Los Sauces.   Dos años después, el Cabildo de la ciudad impuso un aumento de “sisa” para atender los gastos de guerra: cuatro reales por cada recua hacia el Perú, un peso por cada botija de vino destinada a la venta al menudeo en las pulperías y dos reales por cuartillo de aguardiente.

Tierras situadas al norte del Fuerte de Pongo eran posesión del Maestre de Campo Antonio de la Tijera, Lugarteniente y Justicia Mayor de la ciudad de San Salvador de Jujuy. En 1706, decidió pedir autorización al Gobernador y al Cabildo, para construir un Fortín con “una torrecilla para que pueda servir de atalaya” para defender esas fronteras de los avances de los Mocovíes, luego nombrado Fortín de Antonio Tijera.

En 1710, el gobernador Urizar de Arespacochaga -“Caballero de la Orden de Santiago, Maestre de Campo de Infantería Española, Gobernador y capitán de la provincia de Tucumán”-, puso en marcha un plan para reforzar aquellas defensas con el propósito de contener los avances de los mocovíes y con la Junta de Guerra encomendaron al Teniente de Gobernador General Antonio de la Tijera la organización de las milicias.

El general Tijera, pidió autorización al gobernador y al Cabildo, para establecer un Fortín al norte del Fuerte del Pongo.  El 26 de junio, desde ese Fuerte publicó un Bando para anunciar que había destacado tres Compañías montadas para avanzar hacia el territorio ocupados por los enemigos, siguiendo las instrucciones del gobernador. En ese tiempo y por breve tiempo, el teniente de Gobernador de Jujuy instaló un Fuerte en las costas del río Bermejo. Sabido es que en esa región también construyeron el Fuerte  Santa Bárbara, entre las sierras de ese nombre y las de Alumbre.

De acuerdo al mencionado plan, el 22 de julio de 1710, fue redactada y firmada el acta de fundación del Fuerte de Nuestra Señora del Rosario de Ledesma, “sitio de San Roque, en el Valle del Chaco; habiendo dispuesto ante todas cosas el que se sacase la acequia del Río que llaman de Ocloyas, como con efecto se ha hecho fuerza de Junta”.   Firmaron ese documento el Maestre de Campo D. Juan Antonio de Garate, el Teniente Capitán de la Guardia D. Pedro Ortiz de Zárate; oficiales y reformados: Capitán Diego de Montes; Lucas Ochoa de Velazco, D. José Palacios…

Es oportuno tener en cuenta que el río Ocloyas, luego fue nombrado Río San Lorenzo.

Cerca del Fuerte de Ledesma, encomendaron al Padre Osorio la instalación de una Reducción de indios Tobas y el asentamiento de un pueblo.

Hasta entonces, la defensa contra los aborígenes del Chaco abarcaba una línea que de norte a sur estaba señalada por el Río Negro, San Fernando, Piquete y Pitos hacia la región del Bermejo.  A orillas de ese río, el Teniente de Gobernador de Jujuy, en 1710 también estableció el Real o Fuerte San Francisco que duró poco tiempo.

El padre Lozano en su estudio acerca del Chaco Gualamba, alude a la Reducción de San Antonio de Ojotaes, instalada en 1711.

Es oportuno reiterar textualmente lo expresado por el historiador Razori:

“Jujuy, como Salta, cuya historia de fronteras se equiparan en su evolución, mantiene su línea defensiva estacionaria hasta 1750, cuando como rézalo de la eficaz entrada y segura conquista del Gobernador Martínez de Tineo y como elemento de los reductos protectores levantados en el Chaco salteño, se construyen, dentro de la línea de San Fernando del Río del Valle y San Lorenzo de los Pitos, los Fuertes de Piquete o Tunillar y Río Negro, este último sobre la margen izquierda del Río Negro, pocos kilómetros antes de su confluencia con el San Francisco.”

 

El 19 de junio de 1740, en Salta se aprobó la “sisa de guerra” que permitió obtener más recursos para defender esas fronteras.

Hacia 1749 es evidente la declinación del Fuerte de Lavayén porque desde ese año no lo han mencionado.  En el Fuerte del Pongo, veinticinco hombres estaban encargados de la defensa y disponían de “tres piezas de cañón”; en el Fuerte Ledesma tenían una iglesia y cuarteles defendidos por un cabo y once hombres.

Víctor Martín de Moussy, mencionó varios Fuertes y etnias: “1628, Fortín Ledesma; 1665, Fuerte de San Simón al pie de la sierra del Alumbre”; 1750, Fortín del Tunillar sobre la vertiente oriental de la Sierra Santa Bárbara.  Indios mataguayos, es seguramente el Piquete, Dep. de Anta; 1750, Fortín de Pitos y misión sobre el Salado, cerca de la senda Macomita.  Indios Toquistines; 1751, Juan Bautista de Valbuena, Fortín y misión de los jesuitas.  Indios Isistines y Toquistines”.

En 1759 informaron acerca del Fuerte de Dolores o Río Negro donde registraban cuarenta soldados; en la falda cordillerana el Fuerte El Piquete con diez soldados para tierra y quince para aguas; el Fuerte de Santa Bárbara situado en lo alto de un monte permitiendo vigilar la zona hasta el Río Grande.

La Reducción de San Ignacio organizada por sacerdotes jesuitas con familias tobas, también conocida como “San Ignacio de Ledesma” o “San Ignacio de los Tobas”, al momento de la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, disponía de los recursos necesarios. Desde entonces, esa población fue orientada por frailes franciscanos y en esa época también la nombraban Reducción de San Ignacio en Río Negro.

Sabido es que en “1777 fue creada y se instituyó, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores, la primera parroquia del Chaco a orillas del Río Negro, presumiéndose que Ledesma quedara dentro de su jurisdicción, junto con el Presidio de Santa Bárbara.”  [3]

Descendientes de aquellos tobas vivían en ese lugar a fines de la primera década del siglo siguiente.

El gobernador Gavino Arias logró instalar en 1779 el Fuerte de San Andrés de Zenta que servía como defensa en el noreste de Jujuy, situado en un valle entre los ríos San Francisco y Zenta y alcanzando las corrientes de Santa María y Colorado pertenecientes al río Bermejo.

En 1794, el gobernador García Pizarro dispuso la instalación del Fuerte Pizarro para consolidar sus avances cercanos al río Bermejo. Ese año fundaron la Ciudad de San Ramón Nonato del Nuevo Orán con el propósito de arraigar a la población que incluía familias de indios convertidos al cristianismo.

Salta

Sabido es que desde 1551 se reiteraron los esfuerzos de los conquistadores españoles para fundar pueblos o ciudades en el Valle Calchaquí. Lo intentaron Juan Núñez de Prado, Juan Pérez de Zurita, Gonzalo de Abreu y Felipe de Albornoz…

En el año 1585, por primera vez llegaron sacerdotes de la Compañía de Jesús a la Ciudad de Lerma y después de seis décadas de continua labor evangelizadora, se logró la instalación de la Reducción de San Carlos, cerca de los asientos españoles de Córdoba del Calchaquí, San Clemente de la Nueva Sevilla y Nuestra Señora de Guadalupe (desaparecidos en 1633).

En la región del Chaco Gualamba situada hacia el este del actual territorio salteño -donde incursionaban tribus diaguitas-, el gobernador Felipe de Albornoz en 1630 se instaló el Fuerte de San Bernardo, “al Sud de la sierra de Santa Bárbara, sobre la cabecera del Río Maíz Gordo, como veinticinco leguas al Oeste de la ribera del Río Bermejo, frontera de Salta” con el propósito de controlar a los indios calchaquíes que llegaban desde el noreste.

Durante el gobierno de Mercado y Villacorta, belicosos grupos invadieron en 1664 la ciudad de Esteco y produjeron incendios. En la década siguiente, el gobernador Ángel de Peredo (1670-1674) organizó una expedición ofensiva, llegó hasta el río Bermejo y para evitar que continuaran los ataques a Esteco y Salta, instaló el Fuerte de Santiago de Peredo en las riberas de aquel río.

En ese tiempo, acompañaron al gobernador los sacerdotes jesuitas Francisco de Altamirano y Bartolomé Díaz y tras los avances organizaron varias Reducciones, entre ellas la de San Francisco Javier, aproximadamente a cuatro leguas de Esteco, donde agruparon “más de mil parciales conversos”, un asentamiento que se extinguió en breve tiempo por decisión de las autoridades militares españolas porque no podían mantener a los adoctrinantes.

En 1679 aumentaron los gravámenes y con esas recaudaciones de sisa obtuvieron los recursos necesarios para sostener las defensas y la ciudad de Talavera de Esteco.

El virrey del Perú Duque de la Palata, en 1685 encomendó a Antonio de Vera y Mujica que condujera las milicias de la Gobernación del Tucumán y junto a cuatrocientos españoles y trescientos indios amigos, cruzaron el río del Valle y con las tropas de Salta y Jujuy, avanzaron hasta fundar el Fuerte de San Simón, aproximadamente a catorce leguas del Río Grande, defensa oriental extrema de los conquistadores españoles. Al año siguiente, los mocovíes atacaron Esteco y la población española debió alejarse de ese lugar.

En 1707 asumió el gobernador de Salta Esteban de Urizar y Arespacochaga y teniendo en cuenta el asedio a Esteco y el estado de las ciudades de esa ciudad y las limítrofes de Jujuy y Tucumán, trazó una línea defensiva siguiendo el curso del río Salado, en la década siguiente nombrado Juramento.

El 19 de junio de 1710 ordenó distintas acciones tendientes a derrotar a los indios enemigos. Lo acompañaron en esa expedición los jesuitas que luego fundaron la Reducción de Miraflores -con indios Lules y a cargo del Padre Antonio Machoni- en la ladera oriental de ese cerro y sobre la margen izquierda del río Salado, aproximadamente a 36 leguas de la ciudad de Salta y a cincuenta de la ciudad de San Miguel de Tucumán, “colocando el agregado bajo la protección del real Presidio de Valbuena”, explicó el historiador Razori quien destacó que esa Reducción también era reconocida como San Antonio o San Esteban o San Esteban de Miraflores.

En 1711, “junto al fuerte y defendido por cañones del mismo, comenzó a trazarse las calles y levantarse las casitas, distantes algunos metros entre sí, y rodeadas todas ellas de una muralla o palizada que los pudiera preservar de sorpresas”, dividiéndose así en dos secciones la de los Lules grandes y los Lules pequeños, con sus respectivos misioneros.”

El Padre Guillermo Furlong Cardiff en su biografía del Padre Antonio Machoni destacó que fue “el primer apóstol de los Lules”, tanto por cronología como por méritos, “después de San Francisco Solano y del venerable padre Barzana”.

Con el virrey del Perú, acordaron el establecimiento de tres Fuertes: el del Real Presidio de Nuestra Señora del Rosario y San Esteban -también conocido como “Fuerte Valbuena”, el Real Presidio de San Felipe de Valbuena  o Nuestra Señora del Rosario de Valbuena, o San Esteban de Valbuena.”  Esos Fuertes se mantuvieron durante varias décadas, y uno debió ser reconstruido por los efectos de una inundación.

Entre 1710 y 1750 no se modificó la situación en las zonas cercanas al río Salado porque alternaban períodos de pacificación y otros de cruentos ataques.

El gobernador de Urizar logró una segunda entrada en el Chaco en 1719 y dos años después, Bruno Mauricio Zabala concretó su ofensiva. En 1724 murió el gobernador Urizar de Arespacochaga y es evidente que junto a Martínez de Tineo fueron quienes consolidaron las defensas contra los ataques de los indígenas.

Luego el Presidio de Valbuena fue atacado por tribus del Chaco y pidieron auxilio a milicias de La Rioja hasta que los Lules huyeron y algunos se concentraron en la Estancia El Rosario, otros se asentaron en Chucha, al pie de los cerros de Choromoros, según varios autores el paraje luego conocido como Chulca en la provincia de Tucumán.

En 1729, los abipones y mocovíes generaron incertidumbre y pérdidas. Al año siguiente se acordó la paz con los Vilelas y en 1731, los avances de los mocovíes determinaron la ofensiva ordenada por el gobernador Arache. Continuaron los conflictos y contraataques durante los gobiernos de Matías de Angles y Juan de Sautiso y Moscoso.

Es oportuno tener en cuenta que el Padre Guillermo Furlong Cardiff S.J, en un mapa de la región del Paraguay correspondiente a 1732, situó hacia el noreste del Salado y sur de Salta, los Fuertes de Cobos, San José, Miraflores y Valbuena.

 

El historiador Amílcar Razori, destacó que en 1735, el Obispo de Tucumán Cevallos al advertir que “los indios Vilelas emigran del Chaco para liberarse de las depredaciones de los Tobas, Mataguayos, Mocobíes y Abipones, y penetran en el territorio de Salta”, organizó “con una gentilidad de Paisanes, que solicitan conversión, el agregamiento reduccional de San José ubicado en al zona Sud, límite con Santiago del Estero, pueblo Matará.  Poco tiempo después asumen la jefatura de esta primera concentración de Vilelas los padres jesuitas”.

En 1742, este gobernante firmó un tratado de paz con caciques de la nación Toba.  El Padre Furlong Cardiff destacó que los Lules que huyeron tras la invasión de 1728, se habían reinstalado entre 1744 y principios de la década siguiente, a orillas del río Conventillo, “donde había estado la Reducción antes de su desgraciado traslado al Aconquija, en tierra seca y a orillas de aquel río”, incorporándose “muchos indios Omoampas e Isistines del Conventillo”. Allí estuvieron sólo ocho meses, trasladándose aproximadamente a tres leguas.

En 1750, el entonces Gobernador Juan Victorino Martínez de Tineo había autorizado el establecimiento de la Reducción de San José de Ledesma, con indios Mataguayos, a orillas del río Negro y en la frontera entre Salta y Jujuy, despoblada al año siguiente.

Agruparon a indios Malbalaes en el río del Valle, cerca del Fuerte San Andrés para instalar la Reducción de Nuestra Señora de los Dolores y también esas familias decidieron trasladarse a otros lugares.

El gobernador Martínez de Tineo dispuso que en los parajes de Valbuena y Miraflores -donde estuvo la Reducción de indios Lules-, se asentaran más familias a quienes entregaron tierras y ganado ovino. En ese tiempo, con 38 partidarios y cuatro pedreros, estaba instalado el Fuerte del Pantanillo; con 31 partidarios, 4 baluartes y 4 pedreros se mantenía el Fuerte San José al mando de Martín Jáuregui; en el Fuerte de Cobos sólo estaba un cabo con cuatro partidarios y dos baluartes; todos los muros eran de adobe. A mediados de 1750 algunos solados expresaban sus desacuerdos porque les exigían trabajar acarreando piedras y materiales para las construcciones y sólo les pagaban con “cortas raciones de carne” tan escasas como las que recibían los indios conchabados.

En 1752 se reafirmó la concentración de Lules en San Esteban de Miraflores y el gobernador Martínez de Tineo junto al Capitán Luis Díaz, apoyados por los Padres Antonio Ripoli y José Ferragaut, lograron la fundación de la Reducción de San Juan de Valbuena o San Juan Bautista de Valbuena, integrada con ciento setenta y cinco familias radicadas en el paraje situado a tres leguas arriba de Los Patos, sobre el río Grande.  Allí también recogieron a los ochocientos Lules que estaban en el Conventillo.

Durante la permanencia de los padres jesuitas -hasta ser desalojados por orden del Rey Carlos III en 1767-, en esa Reducción desarrollaron trabajos agrícolas y cuidaban el ganado; elaboraban jabón y trabajaban con cuero, construyeron carretas.

En ese tiempo también era reconocida la Reducción de San Juan Bautista de Lules, lugares cercanos a la actual Chulca, hacia el noroeste de la ciudad de Tucumán.

Tribus Vilelas que emigraron del Chaco se instalaron en la zona de Matará en Santiago del Estero, luego algunos grupos se trasladaron hasta seis leguas de la ciudad de Córdoba adoctrinados por frailes franciscanos y en 1754, aunque se oponían los vecinos de Santiago del Estero, otros integraron la Reducción de San José de Vilelas, en el salteño paraje de Petacas, a 26º de latitud, en la ribera oriental del río Salado.

El Padre Furlong Cardiff ha expresado que en esa Reducción se instalaron los Lules y también familias “Chunupíes que los padres Gorostiza y Jolis habían sacado del impenetrable y peligroso Chaco.  Pero esos indios no se avinieron a vivir juntos y fue necesario separarlos.  Quedaron los Vilelas en San José y con los revoltosos e inquietos Chunupiés, fundó el padre Borrego, la Reducción de la Virgen de la Paz”.

“…se labraron dos cuartos o chozas para los padres, todo de paja y palos; las puertas de un pellejo de toro puesto en un bastidor de madera; una capilla lo mejor que se pudo, las paredes de barro y palos, el techo de paja y tierra; una cerca de palos a pique para que sirvieran de clausura a la casa de los padres y de refugio a los indios en caso de que los infieles enemigos los asaltasen.”

En 1759, el gobernador Joaquín Espinosa realizó una expedición y elaboró un  mapa marcando las viviendas, cuestas y diversas características del terreno; menciona la Estancia del Rey protegida por ocho soldados y donde está guardado el ganado vacuno y la caballada para el abastecimiento de los Fuertes; menciona el Fuerte “El Piquete”  como lugar de vigilancia en las avenidas que conducen a las estancias; el Fuerte de San Bernardo considerado como “el principal”, con cuarenta soldados y treinta para las aguas… Menciona el Paso del Río llamado Pasaje, en el camino real entre Buenos Aires y Jujuy; Miraflores donde estaba la reducción de Lules, el campo de San Ignacio; la reducción Valbuena -de indios Isistines y Omampas-; el Fuerte Pitos resguardado por quince soldados y “por las aguas, veinticinco”; el lugar conocido como Petacas donde estaba previsto trasladar “la Reducción de indios Vilelas de Santiago”.

En un croquis anotó: “…Fuerte de San Lorenzo de los Pitos o San Luis de los Pitos, asienta al Sud del de Valbuena, sobre la banda oriental del Salado, ‘bajo el paralelo 25, entre los 314º y 315º del mapa del P. Jolis, a unas 20 leguas de Esteco’, lugar actual entre las estaciones Gaona y Quebrachal.”

 En ese tiempo, los españoles descubrieron un camino entre unos terrenos pantanosos y los bosques, reconocido como Senda Macomita que servía para comunicar la región del Chaco con las cercanías del Macapillo salteño.

En 1763 “aparecen los pobladores, introduciéndose en las tierras nuevamente ‘e incomodando a los miserables indios’.”

Ese año se instaló la Reducción de Nuestra Señora del Pilar o Macapillo -margen izquierda del Río Pasaje- y con una parcialidad de Omoampas del grupo de los Vilelas, los padres Roque Gorostiza y Antonio Moxi organizaron la Reducción de Nuestra Señora del Buen Consejo, entre los pueblos de Miraflores y Valbuena.

 También la nombraron San Joaquín de Ortega y han expresado varios historiadores que estaba situada en el mismo lugar donde el gobernador Montizo había establecido un Fuerte: en tierras fértiles, “abundante de buenas maderas para edificios… como son cedros, nogales, lapachos, quina, palo de lanza, naranjos… arroyos de agua fresca y buena, y uno de ellos siendo de agua muy cristalina, es tan salada, que no la puede beber el más sediento”.

En 1767, año del desalojo de los sacerdotes jesuitas por orden del rey Carlos III, en la Reducción de Miraflores disponían de molino en funcionamiento, dos mil cabezas de ganado vacuno, caballar y bovino.

Durante la expedición conducida en 1774 por el Gobernador Gerónimo Matorras acompañado por el Coronel Francisco Gavino Arias, se fundaron las Reducciones de San Bernardo el Vértiz, Nuestra Señora de los Dolores y Santiago de La Cangayé.

A partir de 1775, las obras que habían desarrollado los Jesuitas fueron continuadas por los dominicos y desde 1781, también por padres franciscanos.

En 1796 ya estaba destruida la Reducción de San José de Vilelas, en el paraje salteño de Petacas y en ese territorio establecieron una estancia.

Catamarca

El Gobernador del Tucumán, en 1760 escribió una carta informando “haber fundado Villa en el Mineral del Aconquija y haberla titulado con el nombre de San Carlos y la ribera el de San Pablo Apóstol.”

El historiador Amílcar Razori, aludió a “las fundaciones de Rosario de Calchaquí, asentada entre Santa María y San Carlos, sitio presunto del actual paraje de San Isidro y de la existencia de una misión denominada Santa María”, jurisdicción de la provincia de Catamarca.

 

Han reiterado que el coronel Pedro Andrés García -nacido en 1758 en Santander (España) y en el río de la Plata desde 1776 porque llegó con el virrey don Pedro de Cevallos-, presentó en 1813 un informe acerca de las fronteras: [4]

“…Las reducciones de Miraflores, Valbuena, Fuerte de San Lorenzo de los Pitos, Macapillo, Santa Rosa y Petacas a la banda oriental del Salado, y en el Río del Valle, Fuerte de San Fernando, forman la línea de fronteras más avanzadas al Este de Salta, Tucumán y Santiago del Estero, sobre la demarcación de la nueva Provincia de Santa Fe, quedando el Fuerte Pizarro en la banda oriental y junta que forman los Ríos Tarija y Jujuy, con que se reparan, en parte, las invasiones que acostumbran hacer los indios del Chaco por aquel punto”.

Ciudad de Santa Fe y sus fronteras…

El 15 de noviembre de 1573, el vizcaíno don Juan de Garay fundó la ciudad de Santa Fe, en tierra de quiloazas y mocoretás y al oeste del río Paraná.  En esa zona confluían tribus de mocovíes, grupos de abipones, calchaquíes y charrúas.

En 1639, Mendo de la Cueva dirigió la primera campaña contra los calchaquíes y logró derrotarlos, instalándose en el noroeste una defensa en el lugar nombrado Santa Teresa. Continuaba el acoso de los indígenas, también las crecientes del Paraná y decidieron trasladar la ciudad hacia el sur, repartiendo las tierras según el plano de esa primitiva ciudad y así se concretó en el lapso 1650-1661.

El Maestre Juan Arias de Saavedra, en 1657 y de acuerdo a las instrucciones del gobernador del Río de la Plata, avanzó hacia las tolderías calchaquíes con cuarenta soldados y seiscientos indios guaraníes de las misiones jesuíticas. En ese enfrentamiento logró dominarlos e incorporarlos como fuerza de apoyo contra otras tribus.

Al año siguiente de terminado el traslado de la ciudad, estaban organizados los colastinés, calchaquíes, lules y juijuvas para atacar esa población. Desde el este llegaron los charrúas y atacaron las estancias.  Integrada la Junta de Guerra el 3 de abril de 1662 comenzó la lucha defensiva y lograron capturar ciento cincuenta indios -mujeres, jóvenes y niños pertenecientes al conocido Valle de Calchaquí.

En 1696, la Compañía de Jesús promulgó un Reglamento General de Doctrinas teniendo en cuenta los resultados de la aplicación de la Primera Instrucción del Padre Torres aplicada en la región del Guayra desde el año 1609 con el agregado del año siguiente para el Paraná y Guaycurús.

Ese reglamento describía cincuenta y ocho preceptos referidos a lo legal administrativo, económico, urbano y religioso. De la economía de esos grupos prácticamente generada con donaciones e incrementada con el esfuerzo de todos, correspondía pagar un tributo a la Corona, los indios percibían un salario por sus trabajos y el restante fondo común era destinado a las necesidades de los pobladores de la Reducción, que en todos los casos era reconocida con un nombre referido al santoral de la Iglesia Católica o con nombres de parcialidades indígenas o nombres de caciques…

 

A principios de la década siguiente, prácticamente las tribus del norte estaban confederadas. En julio de 1707, asumió el gobierno de Santa Fe el recién llegado Bruno Mauricio de Zabala -o Zavalla según algunos escritos- y como destacó el historiador Manuel Cervera, “se le exponía el triste estado de los pobladores, el continuo ataque de los indígenas, la ruina que principalmente ocasionaba el impuesto de sisa, y la ayuda que era indispensable para el alivio de la población.  En Agosto, ofreció Zabala 100 soldados pagos para la frontera; á los que el Cabildo debía dar carne por un año, y caballos necesarios, siendo se dice, el pan por cuenta del salario, pués la ciudad no podía facilitarlo por falta de grano; y el teniente Francisco de Siburu ofrecía entregar á la ciudad de su parte 50 fusiles, oferta esta, ni muy sincera ni patriótica, pués en ella iba envuelto, el deseo de que el nuevo gobernador Zabala, le reconociera en el puesto de teniente, para lo que el Cabildo y representantes de órdenes religiosas habían hecho un pedido especial”. [5]

En 1709 se concretó otra avanzada hacia el noroeste, con aproximadamente mil trescientos milicianos que lograron alejar a los indígenas hasta orillas del río Bermejo.

Entre los primeros fuertes para contener a los abipones, antes de 1707 y aproximadamente a dieciséis leguas de la ciudad, se construyó uno en la costa del río Saladillo y a veinte leguas, sobre las márgenes del río Salado, los santafesinos ubicaron otro fuerte que fue conocido en distintas circunstancias como Fuerte Nuestra Señora del Rosario.

 Sabido es que en 1710, mediante una Real Cédula el gobernador de Buenos Aires debía entregar a las autoridades de Santa Fe cincuenta soldados a sueldos pero como solía suceder, esa orden no la cumplieron.

A  partir de 1713 y durante dos décadas, continuaron los ataques a la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz y a los Pagos de Rincón y Saladillo, únicas poblaciones cercanas.

En 1716, el Gobernador y Capitán General Baltazar García Ros mediante un Auto expresó los padecimientos de la ciudad de Santa Fe por los ataques de los abipones y pidió apoyo al gobierno de Buenos Aires que dispuso el envío de ciento cincuenta hombres: 120 españoles y 30 mulatos, “gente recién avecindada”.  Es oportuno tener en cuenta lo anotado por el historiador Amílcar Razori: “El Acuerdo del 19 de agosto de 1716, cuando se discutiera la revocatoria del anterior por donde se aceptara contribuir con los 150 hombres, deja constancia al par que, mientras los santafesinos pedían ayuda a Buenos Aires, los vecinos de aquella ciudad andaban en vaquerías en detrimento de la jurisdicción porteña.   Así, el Alcalde del primer voto, arguye: que la expedición debe partir al día siguiente 20 de agosto; que la ciudad de Santa Fe pertenece a la Corona de España, siendo cierto, además, que dicha ciudad estaba en situación de despoblarse por la invasión del enemigo y que en muchas ocasiones se le ha prestado socorro.  El Regidor Quintana, sin pizca de ironía, con solemnidad capitular, sostuvo: ‘que no estará tan falta la Ciudad de Santa Fe ni tan apretada de tantas hostilidades, pues se ocupan sus vecinos en sus conveniencias y vaquerías’ deben aquella gente juntarse para la lucha.  En cuanto al alzamiento de las tropas enviadas y los disturbios causados, da cuenta detallada el Acuerdo del 21 de septiembre del mimo año.”[6]

 El 17 de enero de 1717, por una Real Cédula, Santa Fe fue autorizada a recaudar “la sisa sobre romana y mojón” durante cuatro años, a los fines de disponer de recursos para la defensa de sus fronteras.

Es insoslayable lo expresado por el historiador santafesino Manuel M. Cervera: “…La ciudad, pues, tenía con esto y otras ayudas de afuera, mayores recursos que antes para defenderse contra el indio, y seguramente Zavala, hubo de quejarse de la apatía de las autoridades”… porque no alcanzaban para atender la miseria de la población y eran escasos los defensores. [7]

El citado historiador, destacó que “la ciudad se hallaba circunscripta en 1717 y desde tiempo atrás; al Norte á solo cinco leguas, con el pago de Ascochingas, al Nor-Este hasta el Rincón, á dos leguas más ó menos; y al Nor-Oeste hasta 8 leguas al Norte, ocupado por los indios, que iban posesionándose del terreno que desalojaban los pobladores, abandonando estancias y toda clase de intereses. En la configuración del terreno, existe una garganta de tierra de quince leguas, entre el río Paraná y el Salado grande, difícil de defender por los ingentes gastos que hubieran ocasionado a la ciudad, los pertrechos y alimentos para un número determinado de defensores que nunca fue posible reunir, así como en la construcción de fuertes suficientes, para el rechazo de los indios.  Éstos penetraban con toda libertad por  esta garganta de tierra excursionando en todas direcciones, y llegando muchas veces hasta las cercanías de la misma ciudad.  Sus ataques eran repentinos, sus procederes despiadados, pues no sólo no respetaban sexo ni edad, sinó que los abipones al invadir, mataban si podían a los pobladores, y se llevaban en triunfo las cabezas de los muertos, ocasionando su solo nombre, y la presencia de sus hordas el terror en las poblaciones.” [8]

 

El 25 de junio de 1717, bravíos abipones se acercaron hasta once leguas de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz y en el Pago del Salado, fueron asesinados el propietario Andrés Casco y su hija mayor, “llevándose las cabezas como acostumbra y asimismo, tres criaturas.”

Es oportuno tener en cuenta lo expresado por el historiador Manuel Cervera: “Don Bruno Mauricio de Zabala gobernaba la provincia del Río de la Plata desde 1717.  Militar distinguido y de valor, de carácter enérgico y ansioso en consolidar la prepotencia española en América, comenzó impidiendo el engrandecimiento de los portugueses en la colonia del Sacramento, engrandecimiento provocado por el monopolio el comercio de Cádiz y Sevilla, y las restricciones de comunicación dictadas por las cortes, medidas que habían provocado el comercio clandestino, y la preponderancia cada vez más creciente de la Colonia, vigilando Zabala con todo cuidado el contrabando, ocupando en ello tropas y otros elementos, y procurando otras diversas medidas, sin que por ello abandonara en cuanto le fue posible, la defensa de las ciudades del interior”.  [9]

 

En noviembre de 1717, de los cien hombres que había ofrecido el gobernador Zavala, llegó a la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz a las órdenes del capitán Cristóbal de Oña, un destacamento con sesenta hombres pagados con recursos de la Corona y mantenidos por cuenta del Cabildo y de los vecinos. Una vez más las autoridades locales consideraron que eran insuficientes porque los indios están atacando desde tres entradas por distintos ríos y convocaron al Cabildo a “los Maestres de campo Francisco de Siburu, Juan de Lacoizqueta y Pedro de Zavala, los sargentos mayores Pedro de Arizmendi, Juan de Aguilera, Pedro de Mendieta y general José de Rivarola” quienes declararon que “era exiguo el número de hombres enviados para la defensa, los que repartidos entre los tres fuertes a establecerse, no darían los resultados prometidos, resolviéndose se colocaran todos en el promedio ó fuerte del medio de Ascochingas, enviándose personas conocedoras, como los 24, Francisco de Vera Mujica y Tomás de Nocedal, y en defecto de alguno de estos, al sargento mayor Melchor de Gaette, para la elección del lugar donde se levantaría el galpón y cuerpo de guardia, vijía para atalayar la tierra, fuertes o recinto en regular defensa, aguadas, corral etc.; y se notifica al gobernador, remita 150 hombres que son indispensables para la defensa y 4 cañones para los fuertes.   Seguidamente entre los cabildantes, se reunieron 125 soldados para agregar a la tropa de Oña, resolviendo efectuar una entrada al Calchaquí, pidiendo cedan voluntariamente los vecinos los demás caballos que falten… pero Zavala rehusó el envío de mayor cantidad de soldados… por serle imposible remitir más, por las mueres y enfermedades que se sufren en Buenos Aires, e incita a los vecinos de Santa Fe concurran con su parte dejando de abstraerse en sus faenas particulares, abandonando la defensa propia, como hasta ahora lo han hecho, y pidiendo la unión y celo de los vecinos a los que envía los cañones pedidos.  Esta apreciación de Zavala, sobre el proceder de los vecinos de Santa Fe, la veremos reproducida por otros gobernadores”, afirmó el historiador Manuel M. Cervera.  Cursiva aquí.

Acerca de los Fuertes del Salado y de Paraná, sabido es que eran asentamientos instalados en un “galpón y cuerpo de guardia, vigía para atalayar la tierra, fuerte o recinto que queden en regular defensa, y demás de la aguada, que se les abrirá pozo adentro, corral para seguridad de los caballos”.  Un testimonio de aquel capitán indica que “se llama fuerte a un corral que es donde queda la gente” sobre un terreno rectangular con dos frentes de veinticinco pasos y dos de cuarenta pasos.

Al año siguiente, los vecinos no entregaban los caballos necesarios y tampoco lo imprescindible para la alimentación -ni yerba, ni tabaco-, causa de la queja del Comandante de esas fuerzas y de la decisión de dejar allí sólo dos paisanos y veinte soldados.  A fines de ese mes, fue ordenada la reedificación del fuerte y el 3 de febrero, mediante un Auto, el maestre de campo Martín de Barúa informó que con su real estaba situado en Añá Piré, “población y tierra desiertas del Capitán Juan de Rizola”.

 En ese tiempo se habían instalado algunos fuertecillos particulares que pronto desaparecieron. Continuaba el acoso de los indígenas en los alrededores de la estancia de Antonio Ludueña. En febrero de 1718, deliberaron los diputados designados por el Cabildo para elegir el lugar más conveniente para instalar otro puesto, entre los ríos Paraná y Salado.  Primero lo imaginaron entre el Saladillo y la Laguna de Paiba o en el paraje de Cayastá, pero aconsejaron finalmente “ponerse guarda en el Fuerte del Pago del Salado” con algunos soldados y enviar cuatro para apoyar al estanciero Ludueña en su débil fuertecillo.  Fueron vanos tales desplazamientos porque esa población decidió abandonar las tierras situadas al norte del Pago de Ascochingas y marchando hacia el sur, se sumaron a otras familias que estaban generando el núcleo que sería reconocido como origen de la ciudad de Rosario…

Por decisión del Cabildo se instaló el Fuerte de Cayastá, a orillas del Cululú el Fuerte de Zárate y “un reducto” en la Estancia de Rezola, en Ascochingas.

El historiador Manuel Cervera ha destacado que hacia 1719, “la despoblación aumentaba día a día, siendo lo más sensible, el abandono que de su estancia hizo Antonio Ludueña, vecino de Ascochingas, por ser aquella, punto de descanso y ayuda del fuerte allí existente.  A más de esto, por todas parten nacen nuevas miserias y ocupaciones… una peste de viruela destruía algunas tribus de calchaquíes no sometidos…” Los indios se acercaban hasta una legua de Santa Fe de la Vera Cruz porque habían fracasado las defensas de Cayastá, Ascochingas y el Salado.  [10]

Mediante un Acuerdo del Cabildo, en 1720, se aprueba la propuesta del Gobernador Zabala tras los “sobresaltos, invasiones y muertes en las cercanías de la ciudad, en la Chacarita de los padres de la Merced”. Explicaba el gobernador que “respecto á los soldados franceses y portugueses ofrecidos, es conveniente aceptar, pues la ciudad no tiene vecinos; antes tuvo quinientos hombres de armas, y hoy no tiene trescientos, con los muertos y los que se han ido, porque aquí años pasados, halló 200, no son para los fuertes ni otros trabajos; pues son muchos los jubilados ó impedidos por viejos y ministros, que no pueden desamparar sus cargos, y otros se hallan ocupados en las faenas del campo, por lo que la oferta de franceses y portugueses no es despreciable, pues siendo de guerra, no podrían estar en la ciudad, y no siendo de á caballo, es ventaja para que no huyan”.

Hay que tener en cuenta que en 1720, el gobernador del Río de la Plata Bruno Mauricio de Zabala, debió ocuparse de organizar las milicias para desalojar “los 4 buques franceses, que desde el puerto de Maldonado, comerciaban en la provincia clandestinamente con cueros, preparó la campaña al Chaco de 1721.” [11]

 

Han reiterado que en 1721, los vecinos de Santa Fe estaban decididos a alejarse de ese lugar cruzando el río Paraná o instalándose más al sur. En julio de ese año, pidieron ayuda a los gobiernos del Tucumán y de Corrientes.

En 1722, la Guardia de Santo Tomé aunque estaba ubicada al sur de la ciudad, servía también para contener los avances de las tribus que desde el norte se desplazaban por la orilla oeste del río Salado. Las propiedades de las familias que iniciaron el éxodo fueron arrendadas y tales recursos se destinaron al pago de gastos de guerra. Comentó el historiador Cervera que “la desorganización de las tropas auxiliares, era tan grande, que vivían sin régimen ni orden, llegando á alojarse el 20 de Febrero de 1722, en las casas capitulares, donde insultaron á los cabildantes; perseguían y mataban por las calles los animales de servicio, y provocaban diarios barullos en la ciudad” como consta en Actas del Cabildo y el primer tomo de “Notas”.

El gobernador Bruno de Zabala decidió acercarse a Santa Fe para evitar que continuara el éxodo de vecinos y tras cruzar el Paso de Santo Tomé, aunque cerca estaba instalado un Fuerte, no pudo cruzar el río Salado porque un grupo de indios “arremetió á la comitiva y  tropa que lo acompañaba; ‘con tanto ardor, prontitud y viveza, que quedaron varios muertos de una y otra parte’, hasta que con ayuda de la gente del fuerte y de la que salía de la ciudad á recibir á S. E., pudo desbaratarse el intento de los indios y poner a salvo al gobernador y comitiva.”  [12]

Es oportuno reiterar otro párrafo del informe leído por Cervera:

“…pudo entonces el gobernador observar como peleaban los indios que no era ni a á pié quieto ni á cuerpo descubierto, sinó formando gambetas y tendiéndose al hacerlo sobre las costillas de los caballos, en cuya mayor furia, los manejaban con tal destreza, que sin detenerse un instante, daban la embestida sin orden alguno, procurando unos divertir á los enemigos por distintas partes, para que otros lograsen su seguro acometimiento’.  Este método de la guerra del indio, que evita el combate, cuando el número no les asegura el triunfo fácil, llevando el ataque dando recios alaridos, en guerrillas y dispersos, buscando recibir el menor daño posible, y efectuar el mayor debilitamiento poco a poco en la fuerza enemiga; con muchos caballos, dóciles y amaestrados, fue el método guerrero de nuestros gauchos, el que imperó en nuestras posteriores guerras civiles, donde todo era odio y deseo de destrucción.”

Explicó el doctor Cervera que “poco defendida la ciudad y sin que hubiera dado resultado efectivo el viaje a ella de Zavala, sigue sufriendo los repetidos ataques de los indios, y va progresivamente decayendo hasta el punto de hallarse en el último dintel de la más completa ruina. El pago que le queda, único, es el de Coronda, cuyas tierras se piden de merced, principalmente por los cabildantes; pues aunque en Ascochingas, quedaban todavía dos ó tres estancias, como la de Paez robada, en 1726, y algunos pobladores en el Rincón, costa del Salado y en los Arroyos, no solo era muy reducido el número de estos habitantes, sinó que no formaban todavía un núcleo apreciable de población”.

En tales circunstancias, en agosto de 1722 los vecinos amenazaron con despoblar el Pago de los Arroyos porque fueron atacados por indios enemigos y también “los vecinos de los Chañares (al otro lado del Salado), insinúan también despoblarán el lugar” y así fue como se resolvió reforzar el Fuerte de Ascochingas al año siguiente.

Durante 1724, ordenaron que regresaran “los catorce hombres que habían salido para las Misiones, temiendo que fueran muertos en el camino, y que los que se hallaban ocupados en la campaña, en faenas de campo, se busquen, y que todos los habitantes turnándose, efectúen todas las noches la guardia a caballo.  La falta de armas, obliga á que se busquen en el Paraguay en Compra” pero el 21 de febrero, Atacan nuevamente los abipones á Coronda, no habiendo ocasionado muertes, por hallarse despoblado el pago en 8 a 10 leguas, y habiendo sólo arreado caballadas; y en el mismo día, se sintieron espías y bomberos por las afueras de Santa Fe”.

Las promesas del gobernador Zabala no se concretaron y los únicos recursos disponibles en Santa Fe, eran “para los gastos de fiestas anuales y votivas”.

El 27 de mayo de 1724, los cabildantes se quejaban “del poco celo del gobernador, del cansancio y desaliento, que tantas miserias y trabajos llevaban a los pocos vecinos, en carta donde se le daba cuenta: ‘que la ruina de la población estaba próxima, por la falta de vecinos retirados, el desgano que reina, la pérdida de haciendo y ganados; necesitando seria ayuda de los pocos que quedan, por no gozarse de ningún atractivo, teniendo solo las cuatro paredes de sus casas, que debían abandonar de noche, para la guardia externa o rondas en que todos se ocupaban; y que no tenían más que chozas pajizas sin pared, debiendo acudir al vecino, para el abrigo de la mujer e hijos.”

El 8 de agosto de 1724, se reunieron los vecinos y decidieron impulsar la reedificación de Cayastá a orillas del Saladillo para poder obligar a los indios a “retroceder a sus antiguas rancherías” y en esas circunstancias, también insinuaron “la conveniencia, de que remitan 40 hombres más para dos fuertes, uno en la costa del Paraná y otro en la del Salado, en derechura al de Cayastá, para que sirvan de abrigo á los corredores del campo, volviéndose á establecer de esta manera, la misma línea de defensa que se señaló en el año 1710, y que por falta de medios hubo de abandonarse”, como lo ha expresado Cervera.

En vano intentaron avanzar hacia el Chaco hasta que en 1725, el capitán Francisco Gutiérrez logró ubicarse en La Pelada -a veinte leguas de Santa Fe, a orillas del río Salado, base del Fuerte de San Nicolás– y un contingente integrado con santafesinos, corondinos y rinconeros se instaló a 16 leguas, en el Saladillo.

A fines de esa década, Santa Fe de la Vera Cruz tiene como única defensa el Fuertecillo de Hernández y fue necesario construir “una muralla terrera”.

Continuaron los ataques de los indígenas y parte del vecindario se trasladaba a otros lugares.  Mediante otra Real Cédula, el 18 de agosto de 1726  se autorizó la dotación de “doscientas plazas de caballería” con sueldo, entregándoles ropa y municiones enviadas desde España al ser informados acerca del “lamentable estado por haber perecido la mayor parte de sus vecinos a manos de los indios enemigos, por lo que muchos de ellos han abandonado el vecindario, así como disminuida la vecindad de esta ciudad en más de dos tercias partes”.

Ese grupo defensivo debía instalarse en el Fuerte de Cayastá, aproximadamente treinta kilómetros al norte de Santa Fe de la Vera Cruz con una dotación mínima de quinientos milicianos; todos los gastos serían pagados por las Reales Cajas con “los arbitrios” percibidos por el comercio de la yerba del Paraguay, ventas de azúcar, algodón y tabaco, recaudaciones por tránsito de carretas y mulas.  Tales recaudaciones fueron insuficientes y sólo crearon sesenta plazas con tales recursos, pidiéndose otro beneficio, acordado mediante la Real Cédula del 1º de abril de 1743, imponiéndose “el derecho de sisa en la ciudad de Santa Fe para fomento de la nueva población de Montevideo”, también un gravamen sobre las mulas que salían desde Buenos Aires hacia el Perú y una nueva sisa por los vinos que vinos y aguardientes procedentes de las provincias de Cuyo. Acordadas esas previsiones, debían incorporar por lo menos cuarenta plazas más en el mencionado Fuerte.  Tales decisiones fueron insuficientes para lograr la defensa de la ciudad y fue necesario el aporte directo de los vecinos.

 

Durante el año 1734, el Teniente de Gobernador Francisco Javier de Echagüe y Andía logró reunir a la mayoría de las tribus mocovíes que habitaban hacia el norte de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz apoyado por los misioneros jesuitas.

El Teniente de Gobernador Francisco de Vera y Mujica pidió al Provincial de la Compañía de Jesús Padre Diego de Horbegozo -en un acta de fundación está escrito Orvegoso, rector del colegio de Jesuitas- que intentara un entendimiento con las tribus cercanas y le encomendaron esa misión al Padre Francisco Ignacio Burges -o Burgues- quien en 1742 dialogó con el cacique Aletín.  El 27 de junio de 1743 ya estaba autorizada la Reducción de San Francisco Javier, “en base al requerimiento del Cacique Chitalín” según lo expresado por el historiador Razori.  Abarcaba una extensión de dos leguas de frente sud a norte y cuatro de fondo este a oeste, “consta de una Iglesia y árbol de la Cruz enclavado en el centro de la plaza cuyo  dintorno configuran las mismas habitaciones”.

Relató el Padre Ignacio Burgues quien había llegado con el Padre Jerónimo Núñez, el Teniente de Gobernador y algunos soldados, que esa Reducción fue asentada en “el pueblo viejo de Santa Fe, que dista del nuevo como diez y ocho leguas y allí cerca de una loma limpia se hizo la fundación”, con “una capilla de tapia francesa, dos aposentos para dos padres y otro aposento a un lado para vivienda de los lenguaraces… algunos ranchitos para los indios”… Comentó luego que se retiró toda la gente con el Padre Núñez: “…y quedé yo solo con los Mocobíes y algunos Guaraníes conchavados. A pocos días fueron llegando Chitalín con su gene y otros caciques, y así ha ido cada día en aumento dicho pueblo.”

En ese tiempo, el Padre José Cardiel trabajó con los caciques abipones y apoyado por el Padre Diego de Horbegozo para las gestiones ante los Cabildos de Santa Fe y Córdoba y ante el gobernador del Río de la Plata brigadier José de Andonaegui que había asumido en 1745, logró la autorización y los recursos necesarios -algunos aportados por vecinos- a fin de trasladarse hasta distintas localidades para entrevistar a diferentes tribus.  El 23 de octubre de 1747 junto al Padre Francisco Novalón iniciaron esa misión y regresaron tras el pedido de Reducción expresado por un cacique abipón.

El 5 de junio de 1748, del año siguiente se reunieron representantes de aquellas ciudades con cinco caciques abipones y con el Teniente de Gobernador Vera y Mujica, firmaron la denominada “Paz de Añapiré”.

Consta en el Acta de Fundación de la Reducción reproducida por varios historiadores que en ese encuentro participaron los caciques: “Reregnaqui, Alayquín, Luebachin, Luebachichi y Ychoalay” y “60 indios y sus familias, pidiendo adoctrinarse”…

 

Tras el acuerdo con el cacique Nereguiyi, el 1º de octubre de 1748 comenzó la instalación de la Reducción de San Jerónimo -paraje reconocido como Arroyo del Rey, cerca de la actual ciudad de Reconquista, aproximadamente a setenta leguas al norte de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz-, donde los Padres José Brigniel y José Lehmann lograron dialogar con el cacique Ichoalay que apoyó esa reducción; hombre temido aunque han destacado que los suyos o nombraban “ohahári”, es decir niño aunque era un hombre que andaba siempre con la lanza en la mano, luego reconocido como José Antonio Benavides porque adoptó el nombre de su amo.

Es oportuno reiterar lo expresado acerca del “cacique Ychoalay”  por el Padre Martín Dobrizhoffer en su libro “Historia de los Abipones”:

“…Lo singular fue que, aunque sirvió un tiempo en otras colonias de españoles, sin embargo respetó las colonias santafesinas y se abstuvo siempre de la muerte de los hombres consagrados a Dios. Sus compañeros ya estaban a punto de herir a un franciscano, pero cuando llegó Ychoalay se los impidió.

“¿Acaso no os avergüenza -decía- teñir vuestras lanzas en la sangre de éstos que nunca ni fueron soldados de los españoles ni enemigos de los abipones, y que nunca llevaron otra arma más que una cuerda?”

…Ninguno de nosotros duda que él fue el principal instrumento de la paz concertada entre los abipones y todos los españoles, autor y conservador de la colonia de San Jerónimo. Siempre cultivó escrupulosamente la paz iniciada con los españoles y veló diligentemente que ninguno de sus abipones la violara, aún con peligro de su cabeza.”  [13]

 

En 1750, acosados por las inundaciones resolvieron el traslado seis leguas más arriba, cerca del monte Silva y al año siguiente, llegó a la Reducción de San Francisco Javier el Padre Florián Paucke -algunos autores escriben Baucke- quien por sus fecundas obras durante dieciocho años, es evidente que trabajó con entusiasmo y en armonía con toda la población.  Allí conforme a un esquema cuadrangular protegido con estacas, construyeron una Iglesia con sacristía; habitación para los Padres, Talleres y viviendas para las familias indígenas y otras para los catecúmenos; destinaron amplios espacios a huertas y corrales.

Testimonios del Padre Florián Paucke

El 24 de septiembre de 1719 nació Florián Paucke en Witzingen -Silesia- e ingresó en la Compañía de Jesús a los catorce años con el propósito de servir en las Misiones.  Estudió Filosofía y Teología, durante cuatro años se dedicó a la enseñanza de las letras. En 1747 fue autorizado por las autoridades de Roma para comenzar su misión entre los “paraquarios” y tras recibir el Orden Sagrado en enero del año siguiente, partió desde Italia hacia España para luego llegar a América.

En su libro Hacia allá y para acá, el destacado sacerdote jesuita expresó: [14]

“Hasta ahora no había tenido ningún impulso para tomar la pluma y dar a conocer a alguien mi viaje a la lejana América; pero después, a causa de las múltiples solicitaciones de mis muy estimados y apreciados favorecedores, me he dejado animar a acceder a su pedido dentro de mis posibles y darles a conocer tanto mi viaje hecho por el Mar Mediterráneo y Mar Grande (Océano Atlántico), como también por tierra en América Occidental hasta las provincias de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay; pero principalmente para relatarles mi actitud durante dieciocho años en las reducciones establecidas hacia el norte, junto con el retorno desde estos países a España y desde ahí por el Mar del Norte hacia Holanda.

El Padre Paucke escribió esos relatos en el lapso 1773-1780 mientras estaba “recluido” en la villa de Neuhaus (Bohemia, en la Baja Austria) y evocaba sus vivencias cerca de los indígenas en Buenos Aires; durante dieciocho años entre los mocovíes de la Reducción de San Francisco Javier -actual localidad de San Javier-, también en la región chaqueña y en territorio de la provincia de Córdoba.

Algunos párrafos revelan su vocación de servicio porque fue sacerdote y maestro:

“Hago constar que la vista de esos indios me causó tan alegría y consuelo, que no la hubiera cambiado con ninguna otra a no ser con la del cielo, y deseaba ardientemente poder pasar toda mi vida entre ellos”…

 

Gabriela Redero ha destacado que “su primera tarea en la reducción fue construir un nuevo altar y después pensó en la edificación de una iglesia.  Allí comenzaría una convivencia de 18 años, en la que fue sacerdote y maestro -en el amplio sentido de la expresión-, para lo cual comenzó conociendo la lengua nativa y aprendió de los aborígenes su modo de vida.  Después sí, les enseñó a construir viviendas, a trabajar con los materiales que les proveía la naturaleza y a cultivar; les hizo conocer las primeras letras y las artes; montó talleres de herrería, cerrajería y tornería; los ayudó a fabricar instrumentos musicales y carromatos; los condujo en la edificación de la Iglesia de los Jesuitas en Santa Fe, creó una fábrica de jabón y velas y llegaron a poseer 36 vehículos de transporte”. [15]

Sus conocimientos musicales y su labor como compositor facilitaron su fecundo trabajo junto a los indígenas para formar una orquesta de mocovíes -constituida por seis violines, un violonchelo, cuatro flautas, dos arpas y un trompa-, invitada para interpretaciones en las ciudades de Santa Fe y de Buenos Aires, bajo su dirección.

No ha sido por casualidad que el Padre Florián Paucke tras su peregrinaje, en su manuscrito anotara: “…aquí y allí.  Allí placer y regocijos, aquí amargura y angustias. /…/ Siempre me fue muy grata mi permanencia entre los indios, tan eficaz es la ayuda y tan grande el consuelo que Dios, Nuestro Señor, concede a aquellos que por su amor se sacrifican para lograr la salvación de las almas”.  [16]

Traslados para la defensa de Buenos Aires…

Los intensos ataques de los guaraníes a la ciudad de Buenos Aires determinaron que fuerzas santafesinas se trasladaran para apoyar esa defensa y aprovechando esos desplazamientos, en 1754 otras tribus atacaron la Reducción de San Jerónimo y vencidos, fueron incorporados en reducciones.  Al año siguiente, comenzaron algunas campañas ofensivas hacia el Chaco y continuaron durante siete años.

En 1762 en la región chaqueña se instaló la Reducción de San Fernando y un año después, en el sur el Fuerte de Timbó -o Timbú-, de Tomás Cabrera.

En 1764, el gobernador autorizó la construcción de un fuerte en la Laguna Blanca, mientras se estaba analizando la posibilidad de instalar otro en las Higuerillas, como lo había sugerido el Cabildo de Santiago del Estero para proteger el tránsito en los caminos que comunicaban con Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires.

 y fue en esas circunstancias que murió el Teniente Francisco Vera Mugica.  Desde el sur, empezaron a avanzar los indios pampas hasta las zonas limítrofes de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. El Teniente de Gobernador Maciel, en 1769 concretó una entrada defensiva en esa región. Hasta mediados de la década siguiente, continuó la defensa en las fronteras norte, oeste y sudoeste, conducida por el Teniente Melchor Echagüe y Andía.

De acuerdo con las instrucciones de la Corona y de las autoridades eclesiásticas, los clérigos seguían acercándose a los indígenas para influir en sus voluntades hasta que convencidos de la conveniencia de asociarse aceptaran fundar otra Reducción o establecerse en un asentamiento.  En 1765, el Gobernador Pedro de Cevallos autorizó el asentamiento de la Reducción de San Pedro cerca de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz.

Hacia el sur santafesino…

Desde 1665 habitaban en la región austral del río Salado diversas parcialidades de indios calchaquíes y sabido es que hasta 1712 existió una Reducción instalada bajo la protección de la Virgen del Rosario.  Tras un ataque y destrucción de las viviendas, emigraron los pobladores hasta la Estancia de Pineda.

Los franciscanos habían logrado establecer un pueblo de Chanás en Gaboto y tres con parcialidades Mocotes, Calchines y Colastinés; en 1765 cerca del río Carcarañá en Timbúes  reunieron aproximadamente ocho mil indios.  En Coronda se constituyó un núcleo urbano integrado por españoles y mocovíes.

El historiador Cervera destacó que “hacia la frontera de Buenos Aires, para detener las invasiones de los indios pampas, establecióse los fuertes de Melincué, India Muerta y Pavón… El fuerte de Melincué fue terminado según el doctor Quesada por Juan González, en 25 de octubre de 1779, existiendo ya en Setiembre del mismo año, 40 casas para pobladores, cuarteles, iglesia, faltando solo el puente levadizo.  El de India Muerta, fue fundado en el mismo año por el capitán Jaime Viamonte, y aunque dicen que esos fuertes dependían de Buenos Aires y guarnecidos por milicias de aquellas campañas, Santa Fe mantenía su guarnición y los defendía.  En documento que presentó el 31 de marzo de 1782, levantado por el comandante de fronteras Francisco Balcarce, aparece todavía anotado, como dependencia de Buenos Aires, el fuerte de Nuestra Señora de Melincué, con 16 milicianos que proveía la tesorería de Santa Fe.

Alrededores y norte de Santa Fe de la Vera Cruz…

En la Reducción de San Francisco Javier -o San Javier-, en 1773 registraron una población de cuatrocientos sesenta indígenas, igual proporción de hombres y mujeres y en doce años, aumentó a 1.049 habitantes.  En ese tiempo, ya tenían “una Iglesia de tres naves y cuartos cubiertos de teja con 7 puertas y 4 ventanas, edificado todo ello en terreno de 9 varas de ancho por 88 de largo… donde se reunían los indios los domingos rezando en idioma mocoví las oraciones y doctrina antes de la misa mayor”.

Veinte años después comenzó su decadencia, igual que sucedió en San Pedro situada al noroeste y San Jerónimo porque esas familias debían soportar el acoso de otras parcialidades, o carecían de algunos elementos -ganado, yerba…- y básicamente, eran impulsados por su tendencia a vivir con mayor libertad, recorriendo la vasta llanura.

Han destacado que en San Pedro hasta 1793 tenían un Cura doctrinero, según Félix de Azara en 1797 registraron 643 habitantes y un lustro después estaba casi despoblada, a fines de la primera década del siglo diecinueve ya no la menciona.

En la guarnición de la ciudad de Santa Fe, en 1778 estaban registrados 2 soldados porque los restantes habían dejado el servicio. Dos años después, estaban “las milicias sin vestidos ni alimentos” e integraban ese cuerpo 55 soldados, un capitán, un teniente, un subteniente, un ayudante, dos cabos, dos sargentos y un tambor, a quienes les adeudaban más de un año de sueldos.

En 1779, se instaló una guardia en el Cululú y al año siguiente instalaron un Fuerte cerca del paso Mal Abrigo, aproximadamente a cuarenta kilómetros de la Reducción de San Jerónimo.

En aquel tiempo continuaba el acoso de las tribus del Chaco que se desplazaban hacia el sur y en 1789, el cura doctrinero de la Reducción de San Jerónimo del Rey informó que se había retirado “la guarnición y auxilio de soldados blandengues que siempre han tenido para castigar y contener los infieles fronterizos”, circunstancia que impulsó a algunos habitantes a alejarse dedicándose a otras labranzas. Fue el principio de una declinación continua  ha que a fines de la primera década del siglo diecinueve, esa zona estaba dominada por distintas parcialidades.

Indicó el historiador Cervera que en aquel tiempo, “en los pueblos de Rosario, Coronda, reducciones de indios y estancia San Antonio, levantáronse pequeños fuertes, si ese nombre podría darse, á las tapias de abrigo, apenas defendidas por pequeñas guarniciones; en el Salado y Saladillo 2 fuertes y otro en el Cululú, con buena guarnición de habitantes”… [17]

En tiempos del virrey Arredondo -que asumió el 4 de diciembre de 1789-, había dos Compañías de Blandengues con doscientos soldados a sueldo y tres de milicianos a ración, con ciento cincuenta hombres de caballería.

1783: traslado de Cayastá

Sabido es que en 1750, el Teniente Vera y Mugica ordenó la instalación de la Reducción de Cayastá, -toponímico derivado de “Cay-stak”, punta o punto extremo, algunos han escrito Collastás- a orillas del río San Javier y esa población fue trasladada en 1783 a aproximadamente 15 leguas de la ciudad donde estaban instalados los españoles desde 1718.

Hay distintas versiones acerca de  esta Reducción, algunos historiadores afirman que la establecieron con mocovíes y abipones mientras el doctor Manuel M. Cervera, después de comentar que los charrúas efectuaron “nuevos muertes robos y excesos, y principalmente en 1744, en los meses de Agosto y Noviembre, que mataron varios españoles en el camino á Corrientes, y en las cercanías de Santa Fe, hasta 30 personas, robando varias caravanas y estancias; muertes que se repiten de año en año hasta 1749, año en que el teniente gobernador de Santa Fe, Vera Mujica avisaba hallarse pronto para ir al castigo de los Charrúas, castigo efectuado en noviembre de este año y en enero de 1750, venciendo á los indios en campal batalla con muerte de la mayor parte, y tomándoles 266 prisioneros de guerra, que trajo a Santa Fe.  Al comunicar esta novedad de paz, á los dispersos charrúas escondidos, en las fragosidades del terreno, y en caso de no acceder á esto, castigarlo.   Los castigó de nuevo severamente, y de ello dio cuenta el 4 de febrero, habiendo reducido á 77 charrúas de los ocultos, y tenía sujetos a prisión, á 8 leguas de la ciudad á 399 más, para reducirlos, pensando fundar pueblos con ellos, a 30 leguas al norte de Santa Fe y en la costa del Salado, con lo que franquearían los caminos al Perú y Córdoba, camino defendido á más, por el fuerte con 40 soldados que allí existía.”

En 11 de abril pues, de 1750, en el arroyo de Cayastá, hallábase fundado este pueblo de charrúas, teniendo dos leguas de extensión de ‘Este á Poniente’ y cuatro leguas de fondo de ‘Sud á Norte’, de una á otra parte del arroyo. En 2 de octubre se asentó, levantando Capilla, aposento para los doctrinantes, y casas de maderas fuertes y paja, para los reducidos indios, nombrando patrona del nuevo pueblo de Concepción de Cayastá, á la Virgen María de la Concepción. /…/ Conjuntamente para el pueblo, fundóse un fuerte con soldados para defensa” como consta en el acta del Cabildo del 25 de septiembre de 1750.  [18]

Explicó Cervera que “el pueblo de Cayastá, fue creciendo poco á poco desde su fundación; pero ya en Junio de 1773 el cura franciscano Juan Tomás Churruca, doctrinero, tuvo sus diferencias con el cacique, al que tuvo que deponer y castigar, por lo que este quejóse al virrey. De la información levantada resultó, que los indios hallábanse bien vestidos y con ganado abundante, que este año, habían herrado mas de 500 cabezas de ganado que en años anteriores; pero el decaimiento vino pronto, quizá por el mal proceder de los administradores de indios, á los que en 1781 el cura de Cayastá, fray Feliciano Valenzuela pedía se quitara; quizás por las continuadas diferentes y ataques de los indios”.

En 1784, el doctrinero Pablo Carballo denunció “la imposibilidad” de seguir viviendo en ese lugar y el doctor Cervera, destacó que cinco años después, “en 1789, tan solo quedaban en Cayastá 50 indios, de más de 370 existentes en 1749, por haber perecido muchos se dice, y trasladándose otros en 1783, a una nueva reducción, á 15 leguas de la ciudad. En 1792, el Cabildo retiró de Cayastá al administrador de indios, Manuel de los Ríos Gutierrez, y nombró en su lugar al cura Francisco Leal; y en el mes de Abril del mismo año, mandóse reedificar la iglesia, y remitiéronse 800 cabezas de ganado vacuno, 500 ovejas, y ordenóse perseguir al ex-administrador y á sus hijos, que habían cometido toda clase de excesos y continuaban en sus robos y atropellos. El pueblo sin embargo, llegó a colocarse en la última ruina, pués el 6 de agosto de 1792, sólo tenía 12 indios, y ordenóse desamparar el lugar, como se efectuó también con el pueblo Calchaquí del Carcarañal, y llevóse a los indios de Cayastá al fuerte de San Nicolás. Por este mismo tiempo, muchos abipones del pueblo de San Jerónimo, habían pasado á la reducción de Santiago”. [19]

Suele suceder que distintos autores describan diferentes situaciones. El historiador Amílcar Razori escribió que “Azara le atribuye, en 1797, sólo 67 habitantes y la crónica registra la plantificación en el mismo lugar del Fuerte Concepción de Cayastá donde posteriormente surge la destruida Reducción de San Martín Norte”…

Reducción de San Pedro y otros asentamientos

El Padre Florián Paucke después de dialogar con el cacique Elebogdin y los jefes Domingo y Nalagain, el 11 de enero de 1765 obtuvo la aprobación del Gobernador de Buenos Aires y el apoyo del Cabildo y vecinos de la ciudad de Santa Fe de la Cruz para fundar una Reducción.   Con esos mocovíes eligieron el lugar, demarcaron a “16 leguas de San Javier, rumbo nordoeste, una llanura de más o menos 8 leguas hacia el poniente y norte, sobre el Inispín Chico y en un tracto de 80 leguas de la Ciudad de Santa Fe”.  Con el apoyo del Teniente de Gobernador que envió cincuenta soldados a las órdenes del vecino y militar Jerónimo Reyes -apoyado por Pedro Antonio Bustillo- y luego ochenta hombres para distintos trabajos, en  aquel lugar instalaron la Reducción de San Pedro, con Iglesia, viviendas y corrales.

Le asignaron ese nombre en reconocimiento al Gobernador Pedro de Cevallos y en el momento de “entrega del pueblo” estuvo el Comandante junto al Padre Paucke a su derecha y el Cacique Elebogdin a la izquierda y expresó: “…hago esta entrega en nombre de la Santísima Trinidad”.

El historiador doctor Manuel M. Cervera destaca que “el pueblo de San Pedro, desde su traslación del arroyo de las Ovejas, fué decreciendo.  De 1775 al 1780 se despobló en mas de 300 de sus habitantes, que huyeron al Chaco, perseguidos por invasiones de abipones, perdiendo sus haciendas y bienes. En 1785, la población vuelve a crecer, pués el cura dice en un informe, no podía dirijir al pueblo que tenía este año 95 familias con 355 individuos, y 15 familias mas, que todavía estaban en concubinato, y varias personas mas sin familias, un total entre todos, de 638 personas”…  Luego explica que “fueron inútiles los esfuerzos del Cabildo, de Gastañaduy y de los misioneros, para detener la ruina de estos pueblos. Los administradores de estos pueblos fueron un azote, el de Cayastá, Ríos Gutiérrez y sus hijos, aparecen como ladrones, matando las haciendas del común y tiranizando a los indios. Se les suspendió en 1790 y en 1792, persiguióse á Gutiérrez como criminales, pues no cesaban en sus tropelías.  Pero los indios, se conservaban reducidos en pueblos, á fuerza de gastos y cesiones de ganados, que el Cabildo y vecinos de Santa Fe le ofrecían.  Nada les bastaba”… [20]

Otra información aportó el jesuita Padre Guillermo Furlong al escribir que en 1789, esta Reducción de San Pedro fue trasladada desde el Arroyo de las Ovejas hacia una “posición más cercana a la Ciudad de Santa Fe, posición que no hemos podido determinar por la vaguedad de las noticias que al respecto poseemos”…

Sabido es que concentraron familias mocovíes en Inispín o Jesús de Nazareno, sobre el río Salado, perdurando hasta fines de ese siglo el asentamiento nombrado de Inispín Chico. Dos años después se puso en marcha la Reducción de Juan Nepomuceno de Chanás.

Aun sin las fuerzas militares necesarias para defender las fronteras ante los continuos avances de los indígenas, en 1788 con escasos hombres, estaban instalados varios Fuertes, “todos con tapias, pozos, y guarnecidos por Compañías de Blandengues: Fuerte del Saladillo, de San Nicolás en La Pelada, de San Juan Bautista a orillas del río Salado; Fuerte de San Javier y de San Jerónimo”.

En 1789, reforzaron el asentamiento de San Pedro e instalaron la Reducción de San Jerónimo del Norte.  Tiempo después los trasladaron hacia el norte del Fuerte de San Nicolás y el de San Juan Bautista.

Fines del siglo XVIII: fuertes y fronteras de Santa Fe

El Teniente de Gobernador Prudencio de Gastañaduy continuó la defensa contra los avances de distintas tribus y el doctor Cervera ha destacado que “apenas llegado al gobierno, defendió los nuevos fuertes de Soledad y Esquina Grande, de una gran invasión de indios enemigos.  Con 128 soldados é indios amigos de San Javier y San Pedro, salió Gastañaduy contra los invasores, atacándolos en un día lluvioso, y arrojándose él solo, con sus ayudantes, Martín Francisco de Larrechea y José de Echagüe, en medio de los enemigos, dejando á retaguardia las armas de fuego por la lluvia.  Con el arrojo de la arremetida del teniente y sus pocos acompañantes, obligóse a que los indios se retiraran, tomándoles prisioneros tres caciques de los más aguerridos, con los que y en medio de una lluvia torrencial, dirijiéronse los vencedores al pueblo de San Pedro.  Traídos luego los caciques á la ciudad, y a tendidos solícitamente, pudo conseguirse su sometimiento y una tranquilidad necesaria, por algún tiempo”.

En 1793, estaban instalados los Fuertes de San Nicolás o La Pelada, San Juan Nepomuceno en Calchines; el Fuerte de Nuestra Señora de la Soledad -también nombrado Arredondo, el Fuerte de Feliú -o San Prudencio, en la conocida “esquina grande del Salado-; Fortines “grandes, con comodidades, baluartes y bien estacados” -indicó Cervera-, el de Sunchales o Huncales, o de la Virreina “con 24 casas alrededor”, y el Fuerte de Almagro en Coronda.  Los vecinos de Santa Fe, también defendían los fortines que en aquel tiempo pertenecían a la jurisdicción de Buenos Aires, “los de Melincué, India Muerta, Las Tunas y Puntas del Sauce”.  Consecuencia de la falta de invasiones de los indígenas durante el primer gobierno del “activo y perspicaz Gastañaduy”, el Cabildo pidió la prórroga de su mandato.  [21]

En 1793 trasladaron el Fuerte de San Nicolás de La Pelada; el de San Juan Bautista al arroyo de las Ovejas. Tres años después, entre Soledad y Sunchales instalaron el Fuerte Melo -también reconocido como Ejes o Fortín Melo– y el Fuerte del Socorro, cerca de San Gerónimo.  Tales defensas cuando eran vencidas por los malones se reinstalaban en la misma zona.

Primeros asentamientos en Entre Ríos…

Juan Díaz de Solís fue el primer marino español que llegó al ancho estuario del Río de la Plata quien fue capturado por los indígenas. Francisco del Puerto, era uno de los tripulantes de aquella expedición que logró huir y refugiarse en el Delta, circunstancia por la cual es probable que haya sido el primer habitante español en territorio de la actual provincia de Entre Ríos.

Desde el Paraguay tiempo después bajó la expedición conducida por el vizcaíno Juan de Garay y el 15 de noviembre de 1573 fundaron la ciudad de Santa Fe. Hay documentos que indican que Garay cruzó el río Paraná por el denominado “Paso de los Caballos” -luego “Paso Viejo”- y exploró las tierras situadas frente a Cayastá, cerca de los arroyos San Diego y las Piedras, el norte de la nombrada “Punta del Yeso” o “Hernandarias”, al sur de la desembocadura del río Feliciano.

En 1607, Hernando Arias de Saavedra -yerno de Garay-, organizó una expedición desde Santa Fe hasta el río Uruguay; dos años después hizo otra incursión por esos territorios y en 1632 logró acodar con caudillos de tribus minuanes y charrúas.  El gobernador Céspedes -del Río de la Plata-, ordenó a Hernando de Zayas que explorara esas tierras para colonizarlas.

Los frecuentes ataques de los charrúas sobre poblaciones ubicadas al oeste del río Paraná, impulsaron al gobernador de Córdoba Jerónimo Luis de Cabrera a ordenar poner en marcha una “expedición punitiva” durante el bienio 1642-1643.

En 1645, el Gobernador Hernandarias recibió “una merced remuneratoria” y logró ocupar doce leguas de tierras reconocidas como Nueva Vizcaya entre los límites de Bajada Grande y Punta Gorda, actuales localizaciones de las ciudades de Paraná y Diamante, respectivamente.

Luego le entregaron tierras hacia el oeste del río Uruguay a Gaspar de Godoy y así comenzó la explotación de esos latifundios donde siguieron promoviendo producciones ganaderas.

A partir de 1650, la presencia de los Padres Jesuitas y el desarrollo de sus misiones fueron generando los primeros núcleos urbanos organizados.  Como sucedía en las praderas pampeanas, en la mesopotamia había abundante ganado cimarrón que los sacerdotes de la Compañía supieron “vaquear” porque estaban autorizados para hacerlo; también recibieron tierras transferidas por algunos conquistadores o por herederos.

La zona oriental de Entre Ríos fue la más poblada.  A mediados del siglo XVIII, tras el alzamiento de los charrúas en 1749, el Gobernador del Río de la Plata José de Andonaegui junto al Teniente de Gobernador Antonio Vera y Mujica lograron derrotar a los Charrúas tras el combate en el Gueguay.  Algunos grupos se animaron a avanzar hasta llegar al río Nogoyá y después a los ríos Clé, Gualeguay, Gualeguaychú y el Uruguay desde el Ibicuy al Arroyo Grande.

 

Hacia los años 1764-65 sólo diez o doce vecinos poblaban la zona de Gualeguaychú y bajo la advocación de San José construyeron una Capilla que era asistida por sacerdotes de la Reducción de Santo Domingo Soriano, ubicada en el actual territorio de la República Oriental del Uruguay.

En aquel tiempo, sobre la margen izquierda del riacho Itapé o del Molino –afluente del río Uruguay-, entre los arroyos del Cuero al norte y de la China al sur, el virrey autorizó a Tomás de Rocamora para fundar la ciudad de Concepción del Uruguay también nombrada Arroyo de la China por su ubicación.

En 1767, por orden del rey Carlos III fueron desalojados del territorio americano todos los sacerdotes Jesuitas.

 

Veintitrés familias europeas y criollas que fueron expulsadas en 1770 por Justo Esteban García de Zúñiga por ocupar tierras sin tener títulos, se trasladaron hacia el este y a orillas del arroyo de la China, en el Paraje Rinconada de la China que rodeaba al denominado Puerto Incharrandiera o Echarrandieta.

Durante esa década aumentó la población y en 1788, el vecino León Almirón apoyado por Fray Francisco Goitía pidió al Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires la autorización para construir una Capilla.

El 12 de mayo de ese año aquel Cabildo aprobó esa iniciativa, siendo una de las que dos años después dependían del Curato, con las de Gualeguay  y  Gualeguaychú.

Gualeguay

A mediados del siglo XVIII, los señores Ormaechea y Wright eran propietarios de tierras cercanas del río Gualeguay y allí habían instalado algunas familias europeas.

Wright en su hacienda de Ibicuy tenía instalado un oratorio privado.

 

En 1778, los vecinos del Pago de Gualeguay enviaron una nota al virrey explicando sus temores de ser desalojados por los terratenientes como había sucedido en otras villas y se comprometían a trabajar todos juntos para construir una Capilla de acuerdo a lo sugerido por el Obispo.  Las autoridades del gobierno, ante la necesidad de apaciguar los ánimos de los indígenas reconocían como prioridad la presencia de sacerdotes y la instalación de capillas en los pueblos o reducciones que organizaban.

El 3 de diciembre de ese año, el virrey Vértiz propuso crear una “Parroquia que comprenda desde la costa del Uruguay hasta la del Paraná, y desde el Río Gualeguay hasta el Salto, tirando la línea por los Arroyos de Vera, Capitán Pache, Sosa, Palmar, Río Largo, hasta los Ituis, incluyéndose también, en dichos territorios, la estancia de Mármol o Barquin, con la de los Lucas”.

 

Han destacado que en 1779, el obispo Malvar y Pinto -titular del Virreinato del Río de la Plata-, tras llegar desde España para asumir en la Diócesis, recorrió aquel territorio partiendo de la Reducción de Santo Domingo Soriano -a orillas del Uruguay- y avanzó hacia la región de Salto o Concordia, luego llegó a Yapeyú.  Al año siguiente, el Obispo informó al virrey sobre el estado de aquellas poblaciones y presentó un Plan de erección de Parroquias que fue aprobado el 3 de julio de 1780, estableciéndose la jurisdicción eclesiástica de las Parroquias de Gualeguay, Gualeguaychú y Arroyo de la China o Concepción del Uruguay.

 

Desde el 3 de julio de 1780 funcionó el Curato de Gualeguay y mediante una Real Cédula del 30 de agosto de 1781 fue nombrado don Fernando Quiroga y Taboada para desempeñar esos servicios, funciones que asumió el 12 de diciembre de ese año.

Meses después, el 11 de diciembre de 1780, Obispo presentó “una queja” porque no tenían iglesia en las parroquias de Gualeguay y Rincón de San Pedro, ya que sólo había oratorios o capillas aunque habían prometido entregar tierras para la pertinente construcción.

En la Real Cédula del 12 de septiembre de 1781, se alude a tal carta y a lo que “ha expuesto ese Reverendo Obispo por tener cincuenta o cien vecinos, las tierras de aquella Diócesis, no pueden los pobres fijar domicilio, ni hacer Parroquia. Que por la multitud de gente se vió precisado a fundar dos Parroquias, con nuestro consentimiento”…

El 12 de noviembre de 1781, el virrey Vértiz nombró a Fernando Andrés Quiroga y Taboada Párroco de Gualeguay y al intentar trasladar “el asiento de la Iglesia”, como aún suele suceder,  protestaron los vecinos divididos en dos bandos, el de Gualeguay arriba o el de abajo y otro sector decidido a apoyar al Cura.

Tales hechos fueron denunciados por el Teniente de Gobernador de Santa Fe, don Melchor de Echagüe y Andía y el Sargento Mayor Juan Broin Osuna. El virrey encomendó el 27 de febrero de 1782 al Capitán de Dragones Tomás de Rocamora que investigara acerca de esas disputas y desde marzo fue suspendido el Padre Quiroga en tales funciones.

Rocamora después de comprobar las características de esos pobladores y del estado de la economía rural, decidió que se crearan cinco villas.  Había advertido que los latifundistas no estaban dispuestos a entregar parte de sus tierras. Quienes se dedicaban a “vaquerías” defendían sus intereses mientras otros vivían aislados e indiferentes.

El previsor Tomás de Rocamora al elaborar el plan urbano tuvo en cuenta las características de las viviendas, generalmente construidas con palos a pique y techos de paja excepto las que tenían paredes de adobe y por ello, adjudicaba cuatro solares a cada grupo familiar a fin de que ubicaran las casas hacia el centro de la línea del frente del terreno con las cocinas en la parte posterior para evitar que algún incendio provocara más daños, incluso heridas y muertes.

El 20 de enero de 1783, día de San Sebastián, comenzaron las tareas para instalar el Pueblo de Gualeguay y la organización terminó el 19 de marzo, día de San José, cuando Rocamora junto a don Pedro de Olmos, Piloto segundo de la Real Armada convocó a los vecinos y distribuyó los solares donde cada familia construiría su “casa de techo pajiza a dos aguas” y entre todos contribuirían para instalar el “rancho largo para cárcel y cuartel”.

 

En junio de 1783, Rocamora de acuerdo a las instrucciones del 8 de marzo de ese año, llegó hasta el arroyo de la China y tras reunir a los pobladores de esa zona, ordenó el corte de arbustos para limpiar el campo que repartiría entre las ciento treinta y tres familias que estaban en ese lugar, inmediatamente creó el Cabildo y nombró a sus miembros.  El 25 de junio había concluido los actos de creación y propuso al virrey que la Virgen de la Purísima Concepción fuera la protectora.  Así fue y una imagen es venerada en esa iglesia aunque las autoridades habían propuesto a San Sebastián.

El 12 de julio, el virrey aprobó todo lo realizado mientras ya habían comenzado los trabajos agrícolas.

Casi como un regalo de Nochebuena, el 24 de diciembre de 1784 el Padre Quiroga fue separado definitivamente de ese Curato.

 

(Tras el Cabildo Abierto de mayo de 1810 en la ciudad de Buenos Aires, se establecieron sucesivos cambios y desde el 18 de septiembre de 1814 hasta 1821, la Villa de Concepción del Uruguay era reconocida como la capital de la provincia de Entre Ríos.  A mediados de esa década, el estanciero General Justo José de Urquiza  siendo propietario de vastas extensiones a orillas del río Uruguay que abarcaban esa zona, propuso que la Villa de Concepción del Uruguay fuera reconocida como Ciudad y así fue nombrada el 26 de agosto de 1826.

En el período 1860-1883, la ciudad de Concepción del Uruguay fue la capital de la provincia de Entre Ríos hasta que en 1883 designaron como capital provincial a la ciudad de Paraná.)

Gualeguaychú

El 20 de octubre de 1783, Tomás de Rocamora informó que la Virgen del Rosario era la Patrona de la villa de San José de Gualeguaychú, la misma que era patrona del Paraná.  Dos días antes habían elegido al Alcalde y a cuatro Regidores, confirmados por Rocamora al informar al virrey Vértiz, quien ratificó esa decisión el 3 de noviembre de ese año.  Como el virrey no contestó acerca de la denominación de esa villa, se generaron confusiones y la villa era nombrada así o simplemente San José, mientras el Partido era reconocido como Gualeguaychú.

Ciudad y fronteras de Buenos Aires

El primer Adelantado don Pedro de Mendoza había en instalado en 1536, la ciudad y puerto de Santa María de los Buenos Aires.

Sabido es que donde los españoles se instalaban con nombramiento de autoridades y reparto de tierras, encontraban apoyo de algunas tribus y soportaban los ataques de otras.  En  consecuencia, en los nuevos asentamientos era prioridad organizar las defensas que en aquellas circunstancias fueron insuficientes porque don Pedro de Mendoza acosado por sucesivas invasiones, por las hambrunas  y su enfermedad, decidió regresar a España y dejó a Juan de Ayolas para que continuara tal empresa. Comenzó a despoblarse ese núcleo urbano hasta que decidieron quemar lo poco que quedaba y así desapareció Buenos Aires…

El vizcaíno Juan de Garay, fundó el 15 de noviembre de 1573 la ciudad de Santa Fe, en tierra de quiloazas y mocoretás… Siete años inició otro viaje hacia el Río de la Plata y fundó por segunda vez la ciudad de Buenos Aires.

Riqueza en las estancias

La abundancia de “pastos” en las llanuras, facilitó la multiplicación de los recursos ganaderos y prácticamente, las estancias donde también se dedicaban a la agricultura, constituían el eje de esas economías regionales. Han destacado que “un capataz y diez peones bastaban para atender 10.000 cabezas de ganado y su beneficio era infinitamente mayor que el del trabajo agrícola”.

“Las estancias eran extensiones enormes; se estimaba pequeña si no abarcaba más de cuatro o cinco leguas; carecían de cercos y de linderos.  La labor de los gauchos consistía en castrar y faenar animales, en recorrer el campo a caballo para llevar el ganado al rodeo; de ese gauchaje salieron los soldados de la independencia y los contingentes para las guerras civiles en la época del predominio de los caudillos.  Se faenaban vacunos únicamente para aprovechar el cuero y el sebo, y fue ya un progreso cuando la carne se utilizó para convertirla en tasajo”, carne salada… [22]

Mediante una Real Cédula de 1602, se autorizaba la extracción de “quinientos quintales de cecina” -pequeñas lonjas de carne con un poco de sal, secadas al sol-, “otras tantas de sebo y mil fanegas de harina para los puertos del Brasil, Guinea y otros puntos vecinos”. Al año siguiente, desde el puerto de Buenos Aires partieron las naves con la primera exportación de cecina mientras los vecinos de esa ciudad protestaban porque escaseaba la sal y en consecuencia, comenzaron las expediciones hacia las zonas de las Salinas.  El historiador Diego Abad de Santillán señaló que “entre 1605 y 1655 se hicieron, según constancias oficiales, cerca de sesenta embarques de cecina para Río de Janeiro, Permambuco y Angola, siempre en cantidades reducidas, aunque es probable que la exportación clandestina se realizase en todo el tiempo.  Desde 1655, las vaquerías se realizaban sólo para aprovechamiento del cuero y del cebo.

Guardias y milicias

Al fundarse la ciudad, debía ser defendida por tropa asalariada sostenida con recursos de la Corona y que dependía del Gobernador o Teniente de Gobernador y del Cabildo. Los vecinos debían contribuir a la defensa territorial y se formaban las milicias ciudadanas o compañías de vecinos  -generalmente integradas con “pardos” e “indígenas”- que recibían los pagos en especies.

El Gobernador Diego Marín Negrón apoyado por el Cacique Bagual, en 1610 logró la instalación la Reducción de San José, con población autóctona situada a orillas del río Areco.

Un lustro después, en mayo de 1615, siendo Gobernador Hernandarias, en el Pago de la Magdalena -Valle de Santa Ana y del río Santiago-, por iniciativa del Deán Fontán organizaron la Reducción de Tubichaminí con indios Pampas adoctrinados por frailes franciscanos.

Han reiterado que el 15 de febrero de 1615, “el Deán de la Catedral de Asunción Pedro Fontán” había reunido a “todos los vecinos en la Iglesia Mayor de Buenos Aires y bajo las penas que les intima ‘trató y propuso sobre la reducción de los indios”.  Aunque fue cuestionada por algunos, Hernandarias logró que “el poblador Alonso de Muñoz funde, con al base del Cacique Tubichaminí, la reducción homónima de indios pampas, en el Valle de Santa Ana, junto al Río Santiago, Pago de la Magdalena, bajo la dirección de los padres franciscanos, y desde 1619 bajo la égida espiritual de los padres dominicos”.

El espíritu belicoso de esas tribus determinó el breve tiempo de convivencia.

 

En 1616, el Gobernador Hernando Arias de Saavedra -Hernandarias- informó al Rey que estaban organizadas tres Reducciones atendidas por franciscanos y alude a Nuestra Señora de la Estrella, aproximadamente a quince leguas de la ciudad; Reducción de Santiago, a diez leguas, con ciento cincuenta indígenas y otra en la zona de la costa sur, a quince leguas.

Ese año, en la zona del río Arrecifes a treinta leguas al noroeste de la ciudad de Buenos Aires, sobre el camino que comunica con la ciudad de Santa Fe, con indios guaraníes de las parcialidades Mbeguás y Chanás, asentaron la Reducción de San Bartolomé o Santiago de Baradero -bajo la protección de Santiago Apóstol-, sobre un territorio de una legua en cuadro, asistida por doctrineros franciscanos.   Luego llegaron hasta ese lugar grupos de indios Pampas, después también la poblaron criollos y españoles.

El historiador santafesino Manuel M. Cervera, en su libro Poblaciones y Curatos (edición 1939, p. 203), destacó que en carta del 25-05-1616, Hernandarias informa al Rey de España que “en Buenos Aires existían tres Reducciones: una a 15 leguas de la Ciudad, llamada de Nuestra Señora de la Estrella, dirigida por franciscanos; otra la de Santiago a sólo 10 leguas, integrada por un adoctrinante franciscano, y doscientos cincuenta indios, y otra con cien indios, a  15 leguas de Buenos Aires sobre al costa Sud.”

(La Reducción de Santiago del Baradero en 1756 es Viceparroquia y en 1780, sede de una de las cuatro parroquias de ese Pago.  En 1784 se estableció la división territorial y fue nombrado un Alcalde de Hermandad.  A fines de ese siglo, “ya no se menciona la existencia del Cabildo indio”.)

 

El gobernador Góngora en 1620, informó que la Ciudad de Buenos Aires sólo tenía una Reducción y en ese tiempo, ante la disponibilidad de abundante ganado y de recursos naturales, no se generaban crueles enfrentamientos en indígenas y españoles.

El Padre Guillermo Furlong Cardiff en su libro “Entre los pampas de Buenos Aires -editado en 1938-, aludió a algunas Reducciones:

“No es posible fijar fechas, pero sabemos que a mediados o a fines del siglo XVII existían sobre el Río Arrecifes y dentro de la actual Provincia de Buenos Aires, tres Reducciones de indios.  Dos de ellas estaban al cuidado de clérigos y estaban constituidas con indios Caguanas la una y con Querandíes la otra.  La tercera estaba dirigida por padres Franciscanos y estaba compuesta por indios Guaraníes, Chanás y Mbeguayis. Sobre el Río Areco existía otra Reducción. Era también de indios Baguales y estaba al cuidado de clérigos.  Parece que fue muy efímera la Reducción de indios Guazunambis que se estableció en un paraje intermedio entre el Río Luján y el Río de las Conchas.”

 

En carta del 02 de marzo de 1629, el gobernador Diego de Góngora informó al Rey: “…Tres reducciones están en la jurisdicción de este puerto; las he visitado por mi persona y sólo una lo parece por tener iglesia, aunque el sitio es malo.  Las dos restantes, no tienen trazas de reducciones, ni sirven para nada, porque ha de muchos años que no tienen sacerdote, ni casas, ni orden, y viven como animales.” Han reiterado que ese gobernador luego mejoró las condiciones de vida en esas reducciones, y fundó dos que se despoblaron durante el gobierno de Francisco de Céspedes. Según acta del Cabildo, quienes abandonaron esas reducciones pertenecían a “la nación ‘trebichami’, ‘oriscaguanes’, ‘laguneros’, ‘baguales’ y ‘Vilachischis’.”

 

En 1657, el segundo alzamiento en el Valle Calchaquí fue controlado por el Gobernador y “sus hordas soliviantadas, en el Fuerte de San Bernardo, ese mismo año”,  Ocho años después, con seiscientos cuarenta soldados logró reducir a todas las tribus, unas cinco mil personas y entre ellas “1.200 indios de guerra”.  Como castigo fueron trasladadas a Esteco ciento cincuenta familias, a La Rioja y Catamarca trescientas cincuenta; a Córdoba y Buenos Aires doscientas setenta.

Con doscientos indios Calchaquíes que el Gobernador de Tucumán Mercado y Villacorta como castigo había enviado a Buenos Aires, el Gobernador del Río de la Plata José Martínez de Zalazar ordenó que cerca de esa ciudad, instalaran la Reducción de Santa Cruz de los Quilmes también nombrada Exaltación de la Santa Cruz de los Quilmes, núcleo de la actual ciudad de Quilmes que ocupó parte de las tierras habían sido entregadas por el fundador don Juan de Garay y en ese caso, “una estancia de media legua de frente y media legua de fondo” que el Alcalde provisional Juan del Pozo y Silva había cedido al Rey.

 

(Es oportuno aludir a la decisión del “gobierno patrio” difundida mediante decreto del 14 de agosto de 1812, porque revela concepciones políticas acerca del reconocimiento de los pueblos y los derechos sobre la tierra:

“Declárase al pueblo de Quilmes libre para toda clase de personas; su territorio por propiedad del Estado.  Se derogan y suprimen todos los derechos y privilegios que gozaban los pocos indios que existen en esa población y en su virtud se extinguen, en los citados naturales, toda jurisdicción, amparándoles, por ahora, en la posesión de los terrenos que ocupan y cultivan, hasta que el Coronel don Pedro Andrés García realice el plano que se ha ordenado levantar del expresado pueblo, en cuyo caso se publicarán las demás providencias acordadas”.

Cuatro años después, terminado ese plano y el trazado de esa localidad desde el Riachuelo hasta el Arroyo de la Ensenada y del Río de la Plata hasta el límite de los partidos de Matanza y San Vicente, las tierras de aquella estancia fueron distribuidas entre familias indígenas y criollas aumentando así la concentración de población urbana.)

 

Un informe del gobernador José Martínez Salazar indica que en 1674, en la Ciudad de Buenos Aires, dependían de esa Gobernación del Río de la Plata: “Tres compañías de caballos y una de infantería.  La primera, de caballería, se compone de la gente que asiste a la ciudad, armadas sus tropas de carabinas; la segunda, de los vecinos del Pago de la Matanza y Magdalena, y la tercera, integrada por comarcanos de Monte Grande y Las Conchas, siendo esta última la más numerosa.  La compañía única de infantería se encuentra integrada por los mercaderes y otros vecinos, ‘de menos posible de esta ciudad, que no tienen comodidad para montar a caballo’.  Todos estos efectivos militares, se organizan en base al servicio obligatorio de los moradores, siendo su cumplimiento una condición de vecindad. Además existen tres Compañías de indios, negros y mulatos, y una Compañía de Caballería, denominada Guardia del Señor Gobernador.  Por último, la gobernación cuenta con los reducidos elementos militares de las guardias del Río Luján, Las Conchas, Monte Grande y Pago de la Magdalena, destinadas al cumplimiento de fines fiscales que en ocasiones se aprovecha, extraordinariamente con propósitos de seguridad”, cuatro grupos asalariados que también están al mando de “jefes militares de la corona, pues, el Cabildo no ha ejercido hasta entonces de modo permanente sus atribuciones marciales en la material”.  Hasta 1674, sólo con las fuerzas integradas por los vecinos se concretaba la defensa contra los avances de los indígenas.

El Gobernador Robles en 1676 fracasó en su intento de controlar a las tribus cercanas a la zona de Laguna Aguirre, Río Luján y Areco.

En 1680, un siglo después de la segunda fundación de Buenos Aires, durante el gobierno de José de Garro, “encabezada por el Maestre de Campo Juan de San Martín”, se puso en marcha la primera expedición “verdaderamente punitiva y terriblemente sangrienta, contra los indios pampas bonaerenses”.   El historiador Razori ha destacado que “el ambiente público era favorable a las características que toma la expedición”.  Avanzaron más de 500 kilómetros hacia “el desierto” -poblado por los indígenas- y el Maestre de Campo San Martín, logró sorprender “a distintas tolderías donde da muerte a más de 40 indios y capturan al par 60 aborígenes que luego son distribuidos entre los soldados principales de la entrada a fin de que los adoctrinaran. La profundidad que tuviera la expedición de San Martín, más allá del Salado y su implacable carácter punitivo, marcan la iniciación de una época de luchas sin cuartel, entre la ciudad y el aborigen pampa y serrano”.  [23]

Hacia el año 1674, la Reducción de Santiago fundada por el gobernador José Martínez de Salazar, en Baradero y la Reducción de Santa Cruz en Quilmes, no reúnen a población indígena ni responde al propósito de cristianizarlos sino a la necesidad de castigar a etnias de otras provincias.

 

En 1676, tras una salida pacífica para pactar con algunos caciques, el gobernador Andrés Robles atrajo 8.000 indígenas que se asentaron en la laguna de Aguirre, el Río Luján y el tercero a las márgenes del Río Areco. Tras una epidemia de viruela y por diversas circunstancias, esas concentraciones declinaron hasta el año 1737.  El 29 de agosto de ese año se produjo el segundo malón y como lo ha destacado el historiador Vicente Quesada, “la injusticia con que los conquistadores expulsaron, en 1738, al cacique Mayulpilqui y a Taluhet, que vivían en paz y serían como defensa contra las otras tribus, dio origen a las invasiones experimentadas en Areco y Arrecifes, que fueron sangrientas y terribles.”

 

En el Pago de la Magdalena, en 1730 se había establecido un Curato con la pertinente jurisdicción eclesiástica y cincuenta años después fueron creadas las Parroquias de Quilmes, San Vicente y Magdalena.

En el auto del 18 de septiembre de 1780 del Obispado de Buenos Aires, se autorizó también la erección de las parroquias de Rosario, Víboras, Espinillo, Santo Domingo Soriano, Gualeguaychú, Gualeguay, San Nicolás, San Pedro, Pergamino, Arrecifes, San Fernando de Maldonado, San Carlos de Maldonado, Las Conchas, la Isla, Baradero, Laguna de la Reducción, Arroyo la China y Caá-Catí.

1738: Primer Fuerte en el Pago de los Arrecifes

Hasta fines de la segunda década del siglo XVIII, habían fracasado la mayoría de los intentos de Reducción y control sobre distintas parcialidades.

El Cabildo de Buenos Aires, el 29 de octubre de 1738 consideró la propuesta de construcción de un Fuerte en el Pago de los Arrecifes y cinco días después, nombró a don José de Arellano, Provincial de la Santa Hermandad para que “la practique, respecto de su gran inteligencia en estas materias y conocimiento de todo el país y de aquellos vecinos”.  Llegado el momento de pagar los gastos de ese Fuerte, se suscitó una controversia porque el vecino Diego de Peñalba pidió el pago por el suministro de trescientas vacas mientras las tropas realizaban “una corrida” y ciento sesenta y una para el sostenimiento de “el Fuerte en el Arrecife”. El Cabildo no aceptó ese gasto porque “el Alcalde Provincial prometió que dichos gastos irían por cuenta de los estancieros de la jurisdicción”.  Razori, p. 21-22.

Invasiones entre 1740-1750

Por expreso pedido del Cabildo de Buenos Aires, el 12 de febrero de 1740 llegaron los sacerdotes de la Compañía de Jesús para colaborar en la organización de las poblaciones autóctonas.

En ese tiempo, los indígenas habían atacado en distintas localidades, entre ellas en Tucumán, Santa Fe, Corrientes…

 

Durante el otoño de 1740, el gobernador y el Maestre de Campo Juan de San Martín, ordenaron la concentración de todos los indios Pampas que vivían en los alrededores de la ciudad para ser trasladados al lugar donde sería fundada otra Reducción.  El 26 de mayo de 1740, con la presencia de ese Maestre de Campo, misioneros jesuitas, soldados e indios, levantaron la Cruz y el altar donde celebraron la Santa Misa, fundándose así la Reducción de Nuestra Señora de la Concepción, en la otra banda del río Salado. De acuerdo a los relatos del Padre Guillermo Furlong Cardiff, luego construyeron la capilla con “pieles de bueyes” y allí vivieron aproximadamente trescientos habitantes en precarias viviendas hechas con “troncos, limo y lodo”.

Durante la primavera de 1740 aumentaron los levantamientos de algunas tribus y se sucedieron los ataques a las estancias, destacándose en un informe del 24 de noviembre de ese año que los indígenas serranos habían atacado en Fontezuelas, en Luján arriba y en el Pago de la Matanza y tras la muerte de varios vecinos, habían huido llevando a algunos en cautiverio, también trasladando productos robados, armas y municiones.

Tras los ataques al Pago de la Magdalena, como en la ciudad no disponían de recursos, el 26 de noviembre de 1740 los vecinos son advertidos acerca de “la necesidad de levantar fuertes en las fronteras de cada pago, en los sitios más cómodos, para defender la tierra, según el dictamen de los prácticos”. Así fue como el 27 de febrero de 1741, el Cabildo encomendó a los Alcaldes que pidieran a los comerciantes y vecinos con mayores recursos, un “donativo gracioso” para pagar próximas salidas y las deudas acumuladas desde 1739, incluso la realizada por el Maestre de Campo Juan San Martín.

El Teniente de Maestre de Campo Cristóbal Cabral, en 1741 comandó una entrada para alejarlos y en 1744, fueron insuficientes los esfuerzos del gobernador Domingo Ortiz de Rozas para lograr el cese de las hostilidades ya que había provisto de carabinas a los soldados y de más lanzas a las milicias de vecinos.

En 1745, el gobernador Ortiz de Rozas casi al finalizar su mandato, el 17 de febrero asistió personalmente al acuerdo para organizar la guerra defensiva y el Cabildo aprobó la aplicación de un tributo sobre las carretas a los fines de solventar los gastos pertinentes: “…cuatro reales, en cada carreta de las tropas que entrasen de afuera de esta jurisdicción y salieran de esta ciudad, como son las que vienen de las Ciudades de Mendoza, Tucumán, Santa Fe, Corrientes, Paraguay” y de cuatro reales, por cada diez mulas que conducen vino, aguardiente y otros productos desde Mendoza y San Juan.

En 1745 se concretó otra expedición que castigó a las tribus dirigidas por el Cacique Calelián. Durante ese año, Juan de San Martín logró el establecimiento de estacadas y de fuertes, también la construcción de más viviendas en los lugares conocidos como Víboras, Luján, Conchas, Riachuelo, Ensenada de Barragán y Reducción de los Indios Pampas.

El 13 de noviembre de 1746, alentados por el gobierno y vecinos de la ciudad de Buenos Aires, los padres jesuitas Tomas Falkner y José Cardiel promovieron la instalación de la Reducción  de Nuestra Señora del Pilar o Laguna de los Padres, organizada por el Padre Matías Ströbel.  También la nombraban Nuestra Señora del Pilar del Volcán, por estar cerca de la sierra del Volcán, en lugar que no ha sido exactamente reconocido y tras el acoso de grupos “no conversos” debieron abandonarla en 1751.

Sabido es que con algunos “catecúmenos feligreses” de la misión del Padre Ströbel que pertenecieron a aquella Reducción, en 1749 por orden del Provincial de la Compañía de Jesús, el Padre Lorenzo Balda fundó aproximadamente a un cuarto de legua al oeste del Pilar, la Reducción de Nuestra Señora de los Desamparados incorporando indios Patagones y Puelches, luego Aucas.  A orillas de la Laguna de los Padres habían levantado Iglesia y chozas.  Las provocaciones del Cacique Bravo obligaron a los indígenas a abandonar esa Reducción, también se retiraron los curas doctrineros y las construcciones fueron destruidas el 24 de febrero de 1751.

En ese tiempo, el Maestre de Campo Juan de San Martín, en 1750 informó al Cabildo que los indios habían hostilizado la Guardia del Zanjón, en el Pago de la Magdalena y pidió autorización para “tomar el ganado alzado” porque era necesario alimentar y sostener a las tropas.

Enero de 1752: hacia la creación del “Cuerpo de Blandengues”

Después de los ataques en el Pago de Arrecifes continuaron las depredaciones.

El 5 de febrero de 1751, Juan Francisco Basurco pidió la creación de “una Compañía de hombres a sueldo” a los fines de que se dediquen solamente al control de los movimientos de los indígenas.  Como suele suceder, aunque el Cabildo acordó que se organizaran “dos compañías de soldados milicianos, de hombres escogidos, de cincuenta hombres cada una, con su capitán, teniente, alférez y cabo” para resguardar las fronteras, cuyos gastos se pagarían con el “arrendamiento de las Salinas”, siendo insuficiente tal previsión, pidieron al gobernación que contribuya “con cuatro plazas de sus milicias” o que asuma el pago de tales sueldos con recursos de la Corona.  Negada esa posibilidad, se realizó un Cabildo Abierto y el 1º de abril decidieron imponer el pago de un tributo sobre la comercialización de cueros, yerba y tabaco, con directa incidencia en las tiendas y en las pulperías; en consecuencia un gasto que finalmente era pagado por los consumidores. Es oportuno tener en cuenta que desde 1750 se había reducido la contribución que debían hacer por cada carreta que entraba con víveres a la ciudad. Apelada esa medida, demoró la organización de las Compañía hasta que el continuo acoso de los indígenas aceleró otra decisión porque asaltaban las estancias, mataban a los propietarios y robaban la hacienda.  Sabido es que en Pergamino habían matado al Cura y enseguida incendiaron la capilla.

El 14 de enero de 1752, evaluadas las experiencias en Santa Fe y Tucumán, el Cabildo aprobó la creación de las Compañías “con gente pagada” y estableció los gravámenes previstos el año anterior, sobre “cueros, tercios y petacas”.

Era un impuesto a la producción y exportación, repartido entre el accionero o estanciero -vendedor de cueros o botijas u odres de aguardiente y vino- y el exportador que intervenía para el embarque; incluyendo como imponible “el hierro y enjunque o lastre”. Fue resistido en Mendoza y San Juan porque afectaba excesivamente el comercio en esa zona.

Las primeras recaudaciones del Cabildo fueron administradas por los Diputados del Ramo de Guerra y entre el 12 y el 14 de abril de 1752 organizaron la Nueva Compañía de Blandengues “La Valerosa” a cargo del Capitán José de Zárate, integrada por sesenta milicianos a sueldo, quienes equipados y pertrechados desfilaron por la Plaza Mayor ante los vecinos allí congregados. Esa primera compañía se instaló en las márgenes del río Luján en agosto de ese año.

El 21 de junio de 1752 quedó organizada la segunda Compañía de Blandengues, nombrada La Invencible destinada a El Salto.

En agosto de ese año, La Valerosa se instaló en las márgenes del río Luján, en el Pago del Luján, paraje Laguna La Brava; La Invencible en El Salto -Arrecifes- y en ese tiempo, ya estaba lista para partir la tercera compañía reconocida como La Atrevida o La Conquistadora que meses después se instaló en El Zanjón -Matanza-, a orillas del río San Borombón.  Resolvieron que en torno a los tres Fuertes construyeran capilla y asentaran población.

Mientras tanto, sabido es que en 1751 los indígenas atacaron la Frontera de Pergamino, cuatro meses después los Pagos de la Magdalena y esos lugares también en 1753, cuando avanzaron a las órdenes del cacique Cangapol, más conocido como Cacique Bravo. El ataque a la Reducción Nuestra Señora de la Concepción -a cargo de los jesuitas-, realizado el 13 de enero de 1753 provocó el abandono definitivo de esa misión.

Era tan agresivo el avance de tribus desde la zona cordillerana que el 7 de abril de 1754 en Buenos Aires se realizó un Cabildo Abierto para impulsar una protesta ante las autoridades chilenas, sólo expresiones verbales sin trascendencia.

En 1756, la Reducción de Santiago del Baradero integraba el “Pago de Arrecifes” y en ese tiempo fue reconocida como Viceparroquia.

En 1758, estaba inutilizado el Fuerte del Zanjón y habían comprobado que el Fuerte del Pago de la Magdalena por su situación no alcanzaba a proteger la frontera y por ello el Comandante sugirió que los reinstalaran. Luego, establecieron uno en la Laguna de los Lobos, entre Pago de la Matanza y Magdalena más allá doce leguas cubriendo estos pagos”…

En marzo de 1756, el Comandante de las Milicias inspeccionó esas Compañías e informó al Cabildo que era necesario “reparar los fuertes”.  Dos años después, la construcción de El Zanjón casi había desaparecido.

A pesar de tales circunstancias, en esos tres lugares estuvieron asentados algunos oficiales y milicianos hasta 1778.

El Rey mediante una cédula había resuelto desaprobar el cobro de impuestos para solventar aquellos gastos: “…si los vecinos que viven retirados del poblado, en estancias o chacras, quisieren por su propio interés, mantenerlas a su costa, se lo permitáis, nombrando para ellas los Cabos y oficiales de vuestra mayor confianza que correspondan.”  Esa decisión era la consecuencia de evaluar los resultados obtenidos hasta entonces, positivos si realmente se concretaba un mayor asentamiento poblacional, permanente.

(Mediante otra Real Cédula, los comerciantes de Mendoza y de San Juan en 1760 lograron una disminución en el porcentaje del impuesto que debían pagar por botija u odre que exportaban.)

 

En mayo de 1761, el Cabildo perdió la administración de aquellos recursos siendo Gobernador del Río de la Plata don Pedro de Cevallos. Cuatro años después, “las milicias de la campaña estaban formadas así: en la Costa y Las Conchas, siete Compañías, con un efectivo de 695 de tropa; en Luján otras siete con 632; en Arrecifes y Pergamino, cuatro con 380; en Matanza tres y en Magdalena tres Compañías con 220 y 271 hombres respectivamente.

Al año siguiente, el 1º de septiembre de 1762, el Cabildo dejó constancia de que a las tropas de La Invencible le adeudaban dieciséis meses de sueldo y también estaban atrasados los pagos en las restantes Compañías, causas de frecuentes actos de insubordinación y desorganización

La demora en resolver esos conflictos provocó la manifestación del Alcalde de primer voto Juan de Léxica, quien durante la sesión del 21 de agosto de 1766 expresó que “las compañías que cubrían la frontera, de poco tiempo a esta parte, no permanecen, por no haber acudido con sus sueldos” y en consecuencia, destacó que los indios en esas zonas “han hecho considerable estrago, matando alguna gente, llevando muchas mujeres y muchachos cautivos, y rogando mucho ganado de toda especie”. Esas manifestaciones provocaron algunas declaraciones que significaron sólo expresiones de voluntarismo ya que seis años después, trataron nuevamente ese tema en el Cabildo.

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Revisión cronológica…

 

Acerca de la política de defensa contra los ataques de los indígenas, al reconocer lo realizado hasta fines de la tercera década del siglo XVIII en territorios circundantes a la ciudad de Buenos Aires, es posible reconocer estas etapas:

 

1738-1739 Fuerte de Arrecifes El primero instalado básicamente como valla de contención,  insuficiente…

Época de economía agrícola-rural cerca de la ciudad. Formación de las primeras estancias en los Pagos de Arrecifes, Matanza, Magdalena y Las Conchas  sin radicación de los propietarios en esos lugares.  Continúan las vaquerías… 

1745 Guardia del Zanjón.

 

 

 

A orillas de la Laguna de los Lobos, entre los Pagos de Magdalena y la Matanza se instaló una Guardia.

 

 

En 1751 -período de extinción de las Reducciones y de continuos fracasos en los intentos de someter a esas culturas indígenas-, fueron creadas tres Compañías de Blandengues.

1751 Fuerte El Zanjón En 1761 “la Guardia del Zanjón se ubica y plantifica a cinco leguas de la Laguna Vitel”, donde estaba la Compañía de Blandengues “La Atrevida” (origen de la actual ciudad de Chascomús).

En 1779 el virrey Vértiz ordenó el traslado.

1751-1769 Reducciones de Ntra. Sra. de la Concepción; Ntra. Sra. del Pilar y Ntra. Sra. de los Desamparados. El perseverante Juan de San Martín trabajó a los fines de la instalación de tales reductos.
1752 -Instalación de la Guardia de Luján en el paraje “Laguna Brava, dos años después centro militar de la región:

 

Fuerte de Luján con asiento de la Compañía de Blandengues “La Valerosa” (1754).

En 1777, el virrey Pedro de Cevallos dispuso el traslado de la Guardia del Luján al paraje de Manantiales de Casco pero no se concretó.

El traslado se realizó en 1779 con la conducción del Capitán Nicolás de la Quintana.  El capitán Juan José de Sarden por orden del Virrey reunió a grupos dispersos en los alrededores y esa nueva población fue el origen de la actual ciudad de Mercedes. Luego, su Parroquia se independizó de la de Luján.

1752 Guardia de San Antonio de Salto

 

En agosto de 1752, la Compañía “Invencible” de Blandengues, a las órdenes

del Capitán Isidro Troncoso se estableció en el paraje El Salto. En ese Fuerte de Salto inicialmente disponían  sólo de un cañón sin cureña de a 4, ocho carabinas, cinco fusiles, cinco pistolas y veinte sables.

En 1774, por orden del virrey Vértiz fue inspeccionado por el Tte.Cnel. Francisco Betbezé de Ducós y cinco años después, en ese lugar vivían quince familias de soldados, instaladas allí por iniciativa del jefe de la Compañía Capitán Sebastián Gutiérrez de Paz.

En 1782 era la más poblada y el Capitán Juan J. de Sarden informó al Virrey ahí vivían “493 habitantes sin contar los Blandengues, personas solteras, criados ni peones”: Ese año cosecharon “1800 fanegas de trigo”.  En 1794 llegó Félix de Azara y al observar las frecuentes inundaciones recomendó el traslado a una zona más alta.

1752 Guardias de Areco

y después

Arbolito.

Fueron instalaciones esporádicas.

En 1779 inspector de fronteras Tte. Cnel. Francisco Betbezé de Ducós aconsejó al virrey consolidar esa defensa e instalan un Fortín.

 

El Virrey Juan José Vértiz asumió esas funciones el 04 de septiembre de 1770 y en lo pertinente al control de las defensas era asesorado por el inspector de fronteras Tte. Cnel. Francisco Betbezé de Ducós.

 

 

1771 Guardia Laguna de los Ranchos.

Francisco Falcón de acuerdo a instrucciones del Inspector Betbezé estuvo en el asiento de esta Guardia que seis años después ya no era mencionada.
1772

 

 

 

 

 

 

Guardias con milicianos:

del Juncal de las Garzas o Matanza

(entre otras)

El 10 de octubre de 1772, encomendaron al experto Pedro Pavón -junto a Pedro Ruiz y Ramón Eguía- la indicación de los parajes donde convenía establecer poblaciones.  En el plan del Maestre de Campo Manuel Pinazo se incluyeron dos poblaciones en “Salinas”.
1777 Guardia de San Borombón En el vasto territorio de Magdalena, se estableció un puesto militar en una zona cercana a la bahía de San Borombón.
1777 Guardia de Rojas El virrey Pedro de Cevallos ordenó al Capitán Fernando de Rojas la construcción de un Fuerte, en el paraje de Loma Negra.

Dos años después, fue trasladado y cambió la denominación.

1777 Guardia de Melincué Por orden del Virrey Cevallos, con un grupo de milicianos fue instalada esta Guardia.

 

 

El 27 de octubre de 1777 fue nombrado el primer Virrey del Río de la Plata don Juan José Vértiz.  Asumió el 26 de junio del año siguiente y sus primeras decisiones indicaron su decidido propósito de “poblar” el vasto territorio del recién reconocido Virreinato.

En la casa del Teniente Rey, reunió a una Junta de Guerra integrada por vecinos y destacados militares quienes evaluaron el plan que había presentado el Maestre de Campo Manuel Pinazo.

Estaba pendiente la decisión de traslado de la Guardia y Fuerte de El Zanjón a los Camarones, del Fuerte de Matanza al Arroyo Las Flores y de la Guardia del Luján a Manantiales de Casco…

En tales circunstancias, el Tte. Cnel. Francisco Betbezé y Ducós fue nombrado Comandante de Artillería de la Frontera e Inspector de Milicias.  Junto a los capitanes de milicias Juan José Sarden, Pedro Nicolás Escribano y Nicolás de la Quintana, coincidieron en que había suficiente terreno despoblado, con aguadas y tras evaluar el estado de las Guardias y Fortines expresaron sus dudas: ¿…qué ventajas podemos prometernos con extender extraordinariamente la pretendida o propuesta línea del cordón, cuando nos es casi imposible guarnecer debidamente la que tenemos de mucho menor extensión?”

José Gálvez y la exportación de carnes…

Hacia 1777, tras una iniciativa del ministro José Gálvez, el Cabildo de Buenos Aires consultó a los regidores acerca de los procesos de salazón y la exportación de carnes.  Expresó el historiador Abad de Santillán que “los regidores calcularon que se podrían exportar cien mil quintales de carne salada pero siempre que se enviasen desde España los barriles para el envase del producto.  El virrey Juan José de Vértiz hizo llegar al Cabildo de Buenos Aires una disertación de la Sociedad de Sevilla sobre el método, reglas y ventajas de la salazón de carnes; los regidores respondieron en 1778 al virrey por mediación de Juan Antonio Lézica y Joaquín de Zapiola, sobre las condiciones requeridas par la instalación de la industria saladeril: el envío desde España de varios toneleros y de expertos en la salazón; la construcción de almacenes en Buenos Aires y Montevideo; el transporte de barriles desde la  península y la provisión de barcos para la carga de las carnes; el envío de negros, de asiento o de cualquier otro modo, para abaratar el costo de la mano de obra.   El sucesor del virrey Vértiz, marqués de Loreto, dejó librada a los propios hacendados la ejecución de los proyectos de salazón de carnes, aunque se les ofreció la protección de las autoridades del virreinato y de los ministros de España”. En ese tiempo, favoreció las expediciones a las Salinas Grandes -reconocidas por los españoles en 1668-, situadas hacia el suroeste de la ciudad de Buenos Aires y para abaratar ese producto que “llegó a valer 5 pesos” la fanega, también la introducían desde la zona de Patagones.

Una de las primeras expediciones organizadas con ese propósito fue conducida por Manuel Pinazo en 1778 que partió de la Guardia de Luján con “600 carretas, 12.000 bueyes, 2.600 caballos, con 400 soldados y 4 piezas de artillería”.

Ocho años después, el geógrafo Pablo Zizur condujo otra expedición y en esa época ya estaban analizando la posibilidad de establecer curtiembres para aprovechar la abundancia de cueros y a principios del siglo diecinueve, Alejandro Durand pidió autorización al Consultado para que cuatro o seis maestros curtidores procedentes de Estados Unidos vinieran al Río de la Plata “con sus herramientas”.

Manuel Belgrano, secretario del Consulado, apoyó esa iniciativa insistiendo en que “todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de su territorio para ser manufacturadas fuera y todo su empeño se cifra, no sólo en darles nueva forma, sino aún en extraer materias primas del extranjero para elaborarlas y venderlas después”…” [24]

Protección a niños abandonados – Beneficencia y algo más…

El rey Carlos III después de ordenar que todos los jesuitas abandonaran las colonias españolas en 1767, en la década siguiente debió adoptar decisiones para evitar que las expediciones portuguesas, francesas y británicas siguieran avanzando hacia el extremo sur de América y en 1776 creó el Virreinato del Río de La Plata estableciéndose así una comunicación directa entre la ciudad-puerto de Buenos Aires y España. En ese tiempo, en esa ciudad habitaban aproximadamente 28.000 personas.

Hasta octubre de 1777 se desempeñó el virrey Pedro Antonio de Ceballos Cortés y Calderón y el 12 de junio de 1778 asumió el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo.

Es oportuno reiterar la nómina de virreyes desde fines de 1784 hasta el 25 de mayo de 1810:

  • 07-12-1784       Virrey Nicolás Francisco Cristóbal del Campo, marqués de Loreto.
  • 04-12-1789       Virrey Nicolás Antonio de Arredondo.
  • 16-03-1795       Virrey  Pedro de Melo y Portugal y Vilhena.
  • Virrey  Antonio Olaguer y Feliú Heredia López y Donec.
  • 14-03-1799       Virrey Gabriel de Avilés y del Fierro, marqués de Avilés.
  • 20-05-1801       Virrey  Joaquín del Pino y Rozas, Romero y Negrete.
  • 29-04-1804       Virrey Rafael de Sobremonte Núñez Castillo Angulo y Bullón Ramírez

de Arellano, marqués de Sobremonte.

Virrey  a/c. Santiago Antonio María de Liniers y Bremont.

Virrey Baltazar Hidalgo de Cisneros y la Torre.

 

La apertura del puerto a los fines de facilitar el intercambio comercial, generó un continuo tránsito temporario y no fue por casualidad que el virrey de Juan José de Vértiz expresara la necesidad de proteger a los niños nacidos tras “embarazos no deseados” que eran abandonados por sus madres en cualquier lugar.

El doctor Pablo A. Croce en una crónica destacó que a la noche eran atropellados por carruajes, carecían de alimentación, caían en charcos y morían ahogados o por el intenso frío; los atacaban perros y cerdos produciéndoles heridas que aceleraban la muerte…  Comentó luego que esas circunstancias, impulsaron “al Síndico Procurador General Marcos José de Riglos, con el apoyo de diez testigos de primera autoridad,  entre otros el Regidor Ramos Mejía, el Capitán Pereyra Lucena, el ex alcalde Espinosa y Mujica, el ex Regidor Francisco de Escalada y el Defensor General de Pobres, Manuel Rodríguez de la Vega, a peticionar al Virrey Vértiz el 17/06/1779, la apertura de una Casa Cuna, que ampare y proteja a los infantes abandonados, pues entre las públicas necesidades, es una de las más urgentes que haya una Casa… (para)… los muchos niños que se exponen.”

Explicó en el párrafo siguiente: “El verbo exponer y el sustantivo expósito, del latín ex-positum, literalmente: puesto afuera, repite la figura jurídica del Imperio Romano, que da poder al padre (pater potestas), de excluir de su hogar a cualquiera de sus integrantes, aún  abandonar en la vía pública a recién nacidos, sin la protección necesaria para asegurar su supervivencia, a merced de quienes quisieran recogerlos, pues eran considerados por ciertas circunstancias de su concepción, embarazo o nacimiento, social, física o místicamente inconvenientes para su familia de origen, o para alejarlos de destinos aún más funestos. Numerosos mitos fundadores de diversas culturas, como Sargón, Gilgamesh, Ciro, Hércules, Paris, Edipo, Rómulo y Remo, y hasta Moisés, fueron recién nacidos abandonados por sus padres, criados por seres no biológicamente vinculados a ellos y que de adultos, protagonizaron hechos decisivos en la vida de sus comunidades.”

Apertura de la Casa de Niños Expósitos.

Recibido por el virrey Juan José Vértiz el petitorio referido a la protección de los recién nacidos y niños abandonados en las calles de la ciudad de Buenos Aires, con la experiencia que había acumulado en su anterior desempeño como juez de menores, al mes siguiente, el 14 de julio de 1779 ordenó la apertura de “Casa de Niños Expósitos” y le comunicó al rey esa decisión, con el propósito de que “estos hijos ilegítimos puedan educarse en el Santo Temor de Dios y ser hombres útiles a la Sociedad”.

El doctor Pablo A. Croce también explicó que “la Casa tenía como modelos la Inclusa de Madrid, fundada por Felipe IV en 1623 para cuidar a los menores abandonados en dicha ciudad y la de Lima, en 1590. Se asemejaba a las Casas de Expósitos de Méjico y Santiago de Chile, casi contemporáneas a la de Buenos Aires.”

 

Sabido es que tras la expulsión de los sacerdotes Jesuitas, todos los bienes de la Compañía por orden del virrey Francisco de Paula Bucarelli pasaron a la administración de la Junta de Temporalidades y así fue como, en la construcción que habían comenzado en 1622 ocupado parcialmente por el Arsenal de Guerra, se instaló la primera Casa Cuna y alquilaron “nueve pequeñas propiedades frente a la Plaza Mayor, (casas redituantes) como presupuesto para su funcionamiento”.

El doctor Pablo Croce destacó que “el 7 de agosto de 1779 Martín de Sarratea, su primer Director, en la hoja inicial del libro de ingresos, anota junto a la frase de subido paternalismo autoritario todo debe hacerse para el pueblo y nada por él, a la primera expósita admitida,  una negrita bautizada Feliciana Manuela. El origen de la Casa Cuna está así rodeado de apellidos de familias ilustres de la Ciudad, con vocación por el bien público, agrupados en la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, creada en 1727, en la Iglesia de San Miguel Arcángel,  bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, por Don Juan Guillermo Gutiérrez González Aragón, para dar cristiana sepultura a las víctimas desamparadas, de la epidemia que entonces se abatió sobre Buenos Aires, lo que provocó duros cuestionamientos de los párrocos dispuestos a inhumar sólo a quienes podían pagarlo y que ya en 1755 había propuesto la creación de una Casa Cuna en esta Ciudad. Estas familias, al comienzo del Siglo XIX serían decisivas para el nacimiento de la Nación Argentina”…  Negritas y cursivas aquí

1781: traslado de la Imprenta de Loreto…

Distintos historiadores han investigado acerca de la situación económica durante los primeros años del virreinato del Río de la Plata y las dificultades para organizar defensas contra los aborígenes que defendían sus territorios y buscaban lo necesario para la subsistencia. Aquella necesidad de atender a los niños abandonados en las calles porteñas, impulsó al virrey Juan José Vértiz a solicitar al rey la autorización para trasladar “la imprenta que los Jesuitas habían hecho en la Misión de Loreto y que estaba abandonada en los sótanos del Colegio Montserrat de Córdoba desde la expulsión de la Compañía en 1767, dándosela en concesión a Silva Aguiar, para que la recaudación de su trabajo reforzase el magro presupuesto; pero con su tecnología primitiva y lo reducido de sus tiradas no pudo competir, ni en precio ni en calidad, con los impresos llegados de España”.  El doctor Croce también destacó que “para compensar el escaso rédito de la imprenta se le agregaron recaudaciones de funciones teatrales a beneficio, en el Teatro de la Ranchería luego Coliseo de Comedias, especialmente de obras de autores locales, como Labardén, que así pudo estrenar su drama Siripo”…

“Pero fue sólo gracias a las generosas donaciones que  Vértiz  continuó realizando aún viviendo en Montevideo, y a otros aportes que Casa Cuna tuvo una cierta estabilidad financiera en sus primeros años, pues ni José de Silva y Aguiar con la Imprenta ni Francisco Velarde con el Teatro, aportaron los recursos como se esperaba. Es de remarcar que el propio Rey de España dispone que si no es posible reunir con sus providencias y la venta de Bulas para poder comer carne en Cuaresma, 5.000 pesos anuales para la Casa Cuna de Buenos Aires, se completase la suma indicada, sacándosela del ramo de la guerra. Las autoridades españolas no dudaron de desplazar recursos militares, en momentos en que ingleses, portugueses, franceses e indios salvajes acechaban al Río de La Plata, para reforzar los de Casa Cuna, ya que el esfuerzo valía para que estos niños no se malogren en la tierna edad, según nota de 1783.

 

En 1784, ante el pedido de relevo de Sarratea y en víspera de su regreso definitivo a España, Vértiz, para asegurar la continuidad de su obra, entrega la dirección y gobierno de la Casa, a la Hermandad de la Santa Caridad, pero reservándole el superior gobierno de la Institución a la autoridad virreinal.

La Hermandad nombra administrador a Pedro Díaz de Vivar, quien dispone mudar la Casa a otro edificio, en Moreno y Balcarce, junto al Hospital de Mujeres y al fondo del Convento de San Francisco, predio que hoy ocupa el Museo Etnográfico, más discreto, para alejar de miradas inoportunas  al torno en que se abandonaba a los niños, conforme a lo que se estilaba en España,  inspirado en el del Papa Inocencio III, en el Siglo XII,  y  que repetía la sentencia de San Vicente de Paul colocada  en 1638 en la primer Casa de Expósitos de Francia, mi padre y mi madre me arrojan de sí, la piedad divina me recoge aquí.

El torno, era un mueble giratorio de madera compuesto por una tabla vertical, cuyos bordes superior e inferior estaban unidos como diámetros a sendos platos. El conjunto tapaba completamente un hueco hecho ex profeso en la pared externa. Cuando alguien depositaba sobre el plato inferior un bebe y hacía sonar la campanilla que acompañaba el artefacto, un operador desde adentro giraba el dispositivo y el bebé ingresaba a la casa, sin que quien lo dejaba y quien lo recibía, pudieran mirarse. El torno que todavía conserva la Casa de Ejercicios de la Avenida Independencia da idea de lo que era el de la Casa de Expósitos.

En 1786 ya hay 150 niños que crecen en la Casa de Expósitos, con el cuidado de amas de leche para los lactantes, y a su despecho amas de cría, para los mayorcitos, entusiasmando con sus logros a las familias patricias y  la Hermandad que se había hecho cargo de la Casa.

En 1788, en sus Instrucciones para Corregidores, Carlos IV, preocupado por una corrupción que por sus víctimas es más inadmisible, dispone que en las casas de expósitos no se extravíen sus caudales y rentas, sino que se apliquen a los niños que precisamente se críen en ellas.

En 1794 logran por Real Cédula de Carlos IV que los asilados superando la supuesta ilegitimidad de su origen sean considerados por mi autoridad soberana como hombres buenos del Estado llano, dándoles la misma dignidad que a los reconocidos por sus padres,  que sean admitidos en colegios de pobres, sin diferencia alguna,  que no recibiesen castigos más severos en caso de transgredir leyes, pues estaban siendo correctamente educados, e incluso establece castigos para quienes los injuriasen por el hecho de haber sido expósitos teniéndolos por bastardos, espurios, incestuosos o adulterinos, aunque no les consten estas cualidades. En una sociedad de castas, donde las virtudes y defectos se suponían inherentes a las familias de origen y a las formas de nacer, es notable la preocupación del Rey, seguramente influido en todas estas disposiciones, por su ministro y valido D. Manuel Godoy.

En 1795, teniendo la Casa un presupuesto anual de pesos 7.890, ya le debía al Defensor de Pobres y Tesorero de la Casa, D. Manuel Rodríguez de la Vega, pesos 38.344 con 7 reales, por lo que este ilustre caballero resuelve perdonar esa deuda y dejar a la Casa toda su herencia.

Lamentablemente el cuadro pintado en vida de D. Rodríguez de la Vega que lo representaba, brindándose a los Expósitos, rara muestra de la pintura porteña del siglo XVIII, a cuyo pie entonces se escribió que como especialísimo tutor de los huérfanos, con admirable caridad, los protegió en lo moral y material, obteniendo del Virrey Arredondo medidas eficaces para salvaguardar la vida de los huérfanos, desapareció de Casa Cuna en la década de 1980 o 90, dejándola sin uno de los más significativos soportes materiales de su memoria.

En 1796 Francisco de Necochea (padre del General Mariano Necochea), dona 12 becas para que los expósitos más destacados completen su formación en las artes y demás saberes, en España. Ese año, con la experiencia acumulada se dicta la Constitución de la Casa de Expósitos, basada en el Reglamento General para las Inclusas de Carlos IV, destinado a garantizar la salud y la educación de estos niños. Ese mismo año el Ministro del Rey, don Manuel Godoy, en sus Recomendaciones Complementarias  dispone que el amamantamiento de los expósitos no sea de menos de un año. En  Buenos Aires, la Hermandad de la Caridad ha advertido que, para lograr el desarrollo armónico de los expósitos, no sólo se necesitan los cuidados del cuerpo, sino también la educación de la mente y la adecuada inserción social. Con ese espíritu, es que se decidió que todo abandonado llevara dos nombres, sirviendo el segundo de apellido en su adultez en caso de no haber sido adoptado antes.

Desde 1801 y en forma discontinua, la Imprenta editó sucesivos periódicos: El Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Histórico Geográfico del Río de La Plata, dirigido por Cabello y Mesa, El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, dirigido por Juan Hipólito Vieytes, El Correo de Comercio de Buenos Aires, dirigido por Manuel Belgrano. El nombre de los periódicos y las personalidades de sus directores muestran claramente la intención con que fueron publicados.

Finalmente, ya en 1810, sale el diario más famoso impreso en la Casa y el más trascendente para difundir el ideario revolucionario, La Gazeta de Buenos Aires, que tenía como lema tiempos éstos de rara felicidad en que es lícito al hombre pensar lo que quiere y decir lo que piensa.

 

El Seminario de Agricultura, Industria y Comercio de Vieytes, el de la famosa jabonería, publicado por la imprenta de la Casa de Niños Expósitos, muestra el interés de su Director no sólo por la industria y el comercio, sino también por la química y la salud. Entre 1802 y 1807, da consejos sobre crianza de los niños, algunos llenos de fantasía y otros con observaciones que casi 200 años después, asombran por lo agudas: si los amamanta una nodriza participará de los defectos de su carácter; las nodrizas deben privarse de alimentos con gusto muy vivo; destetar sin que (los lactantes) padezcan vigilias ni queden atormentados;  si el destete fue precoz dar alimentos medio masticados; polvo de ojos de cangrejo para desarreglos intestinales; como la naturaleza no habla en ellos, hay que examinar con atención sus llantos; los andadores los exponen a volverlos gibosos; en épocas en que se los inmovilizaba con fajas: si los niños gozaran de completa libertad desde que nacen, andarían más pronto; en tiempo de severa disciplina institucional, se aconseja para los internos de la Casa, para que los niños se desarrollen armónicamente, deben ejercitarse en juegos propios de la edad; los colores de los juguetes pueden ser peligrosos, cuando el niño los lleva a la boca, deben evitarse los pintados con plomo, minio, cobre, óxido de hierro, oripimente y cúrcuma.

A partir de 1810 el Gobierno Patrio toma progresiva injerencia en la Casa Cuna, disminuyendo las atribuciones de la Hermandad de la Caridad. El interés del Estado por la salud es tal, que la misma Asamblea de 1813 dispone que los niños sean bautizados con agua tibia, para evitar el mal de los siete días (tétano del recién nacido), que atribuían al frío del agua bautismal. Al retirarse el último administrador de la Casa, nombrado por la Hermandad, Don José Martínez de Hoz, recibe un reconocimiento de parte del severo inspector Elizalde, por su celo nada común.

 

En 1817 se hace cargo de la dirección, con el nombre de Padre de los Huérfanos, el canónigo Saturnino Segurola, Dr. en Ciencias de la Universidad San Felipe de Santiago de Chile, religioso preparado en el arte quirúrgico, conocido por haber introducido y administrado la vacuna antivariólica en el Río de La Plata, desde julio de 1805, por impulso del Virrey Sobremonte, sólo 6 años después de la comunicación original de Jenner, y por ser también, Director de la Biblioteca Nacional.

Desde el comienzo de su gestión, Segurola insiste en la importancia de contar con un profesional médico que asista los expósitos, una botica que los provea de las medicinas necesarias, y una sala especial para los expósitos enfermos”…

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Entre Guardias y Fuertes…

Mientras tanto, el Comandante Betbezé de Ducós, en 1778 reconoció las Guardias situadas en puntos extremos de la defensa: de Rojas, de Salto, de Areco, de Luján, de Navarro, de Los Lobos, del Monte y Zanjón. Propuso la creación de Guardias o Fortines en Laguna de los Camarones, Laguna de Rosa, Laguna del Carpincho y Manantiales de Casco.  El Virrey Vértiz mediante la Instrucción que debe observar el Comandante de la Frontera, Subinspector de las Milicias del Campo, el 8 de mayo de 1779 ordenó que debía residir en la Guardia de Luján y los “ayudantes” en el pueblo del Monte y Fuerte de Salto. El 9 de mayo, el Capitán Juan José Sarden fue nombrado Comandante de Fronteras y Subinspector de milicias en reemplazo de Manuel de Pinazo.

Acerca de los Fuertes, el Virrey Vértiz destacó que “unos son principales a saber, Chascomús, San Miguel del Monte, Luján, Salto, Rojas, y Melincué, defendidos los cinco primeros por otras tantas Compañías de Blandengues, y otros Fortines son menos principales como son el de la Laguna de los Ranchos, Lobos, Navarro y Areco, que los deben guarnecer las milicias de la campaña, igualmente que el de Melincué”.

 

1778 Guardia del Monte

o Guardia de la Laguna

o de San Miguel del Monte, o de San Miguel de Monte Galgano.

 

Desde 1771 estaban instaladas milicias en las márgenes de la Laguna de Monte y siete años después, se estableció una Guardia reconocida con distintos nombres.

En 1779, el Capitán Juan J. de Sarden cumplió el mandato de reunir a varias familiar para fundar el pueblo “San Miguel del Monte”. En mayo del año siguiente llegaron varias familias y en septiembre de 1782, residían “49 vecinos” y  “otras 236 personas, que habían cosechado 220 fanegas de trigo”.

Como sucedió en otros asentamientos, el trazado era tan irregular que dos décadas después el agrimensor Feliciano Chiclana debió corregir esa traza y señalar los límites, tarea cumplida en diciembre de 1829, época reconocida como “de la independencia”, también tiempo de “cambios de gobierno”.

1779 Fuerte de San Juan Bautista (Chascomús) En mayo de 1779 se concretó el traslado de la Guardia del Zanjón a orillas de la Laguna de Chascomús por decisión del virrey Vértiz coincidiendo con lo propuesto por el Capitán Pedro Escribano. De acuerdo con los vecinos, declararon patrono a San Juan Bautista.

Hasta 1808, perteneció al Partido de Magdalena y tras la división territorial se erige en Viceparroquia, bajo la protección de Nuestra Señora de las Mercedes, segregada del Curato de Santa María Magdalena.

1779 Fortín de San Pedro de los Lobos

o Fuerte de Lobos

A orillas de la Laguna de los Lobos, entre los pagos de la Matanza y Magdalena, en 1752 instalaron una Guardia.  El virrey Vértiz y el Tte. Cnel. Francisco Betbezé de Ducós en 1779 acordaron la construcción de un Fuerte y fue comisionado el Teniente Bernardo Serrano, con quien colaboró el Sargento de Artillería José Rodríguez.

Tras la donación del vecino José Salgado, construyeron una Capilla que perteneció al Curato de Morón y Matanza, a fines de ese siglo al Curato de Morón.

El virrey Sobremonte el 10 de diciembre de 1806, ordenó al Alcalde de la Hermandad, el trazado de un plano indicando “traza, ejidos, pasto para los ganados de labor y abasto, y suerte de huertas y sementeras, del Pueblo de San Salvador de los Lobos, a beneficio de cuya Iglesia, con el fin de mantener la mayor decencia del culto, se concede en merced el terreno para estancia, que solicita su cura vicario Don José García Miranda”.

1779 Fortín de San Lorenzo de Navarro La Guardia de Navarro, situada a orillas de la Laguna de Navarro, al ponerse en marcha el plan de defensas elaborado por el estratega Betbezé de Ducós, en 1779 fue reforzada y reedificada por el Teniente José Rodríguez, quien siendo Sargento de Artillería había cooperado en la instalación del Fortín de San Pedro de Lobos..

A fines de ese siglo, concretados  los avances dirigidos  por el Capitán Sarden, la población de Navarro propuso la construcción de un Oratorio Público a una cuadra de ese Fortín. En 1806 terminaron esa Capilla que fue reconocida como Viceparroquia.

1779 Guardia de San Francisco de Rojas El Fuerte de Rojas instalado en 1777, por orden del virrey Vértiz al Capitán Sarden, de acuerdo al nuevo plan de defensas fue reconocido como Guardia.

Ese capitán, en 1782 informó que “contaba con 256 habitantes, sin comprender a los blandengues, personas solteras, criados, ni peones, habiendo levantado una cosecha de 700 fanegas de trigo y una porción considerable de maíz, prosiguiéndose el reclutamiento de familias con toda actividad.”  Hasta ese lugar llegó en 1807 el capitán inglés Alejandro Gillespie, advirtió que servía “de límite entre el territorio ocupado por los pobladores y el que dominan los indios, y sobre el camino a Córdoba.  Más pequeño que el de Salto tiene, sin embargo, mejor aspecto encontrándose rodeado de huertas.  Las casas son de adobe y los techos de paja”, como la mayoría de las viviendas en aquella época.

1779 Fuerte de San José de Luján Había fracasado un intento de traslado de la Guardia de Luján y el 8 de mayo de 1779, el Comandante Betbezé ordenó al Alférez de Dragones Nicolás de la Quintana que comenzaran la instalación del Fuerte  construyendo los ranchos para la tropa.
1779 Fuerte de Nuestra Señora del Rosario de Melincué Donde estaba situada la Guardia de Melincué desde 1777, el Teniente Juan González instaló un Fuerte cumpliendo órdenes del Virrey Vértiz.

(Actualmente es una localidad perteneciente a la provincia de Santa Fe.)

1780 Fortín de San Claudio de Areco,

luego nombrado

Fortín Areco.

En enero de 1780 comenzaron los trabajos para consolidar el Fortín de San Claudio de Areco, o Fortín de Areco bajo las órdenes del Capitán Juan José de Sarden.

Esa  localidad después fue reconocida como Carmen de Areco. En ese lugar, en 1782 lograron una producción de “2050 fanegas de trigo” y “una  cantidad considerable de maíz”.

1780 Fuerte de San Antonio de Salto La Guardia situada en Salto en 1752 con una Compañía de Blandengues, en 1780 transformada en Fuerte.
1780 Fuerte de San Francisco de Rojas La Guardia establecida por don Pedro de Cevallos en 1777, fue reinstalada como Fuerte por el Capitán Juan Antonio Fernández.
1780 Fuerte de Nuestra Señora de las Mercedes Abarcaba aproximadamente cuatro leguas cuadradas y estaba instalado en tierras públicas, sobre la margen derecha de la Cañada de Rojas. La construcción fue controlada por el Capitán Juan Antonio Fernández y lo terminaron en 1781.
1780 Fortín India Muerta La instalación de ese Fortín con “milicianos a ración” fue dirigida por el Capitán Jaime Viamonte.

(Actualmente es territorio de la provincia de Santa Fe.)

1781 Fuerte de  Nuestra Señora del Pilar de los Ranchos Donde había estado la Guardia de Ranchos (1771-1777), tras ser reconocido ese lugar por el ingeniero Bernardo Lecoq, el 28 de diciembre de 1779 el virrey autorizó la instalación de un Fuerte. La construcción comenzó el 15 de enero de 1781 dirigida por el Comandante de Fronteras Juan José de Sarden, quien siguiendo las instrucciones del Virrey Vértiz encomendó al ingeniero Bernardo Lecoq la formación de un pueblo nombrado Nuestra Señora del Pilar de los Ranchos. En 1782 allí vivían “50 vecinos efectivos y otras 204 personas, descontando las tropas” y en la última cosecha habían recogido en “350 fanegas de trigo” producidas en “los campos inmediatos”. Dos años después, subdividido el Pago de la Magdalena, “Ranchos” correspondía al partido de San Vicente.

 

Sabido es que en 1784 el Pago de la Magdalena fue subdividido y se establecieron las jurisdicciones de los Partidos de Magdalena, Quilmes y San Vicente.

El 08 de junio de 1788, el virrey Vértiz mediante una carta informó al Ministro José Gálvez acerca de todo lo realizado conforme al Plan del Teniente Coronel Francisco Betbezé de Ducós y la decisión de fortalecer todas las líneas de defensa en esas fronteras.  En una instrucción destaca que “son principales a saber, Chascomús, Miguel del Monte, Luján, Salto, Rojas, y Melincué, defendidos los primeros cinco por otras tantas Compañías de Blandengues, y otros Fortines son menos principales… Laguna de los Ranchos, Lobos, Navarro y Areco, que los deben guarnecer las milicias de la campaña, igualmente que el de Melincué”.

Sólo los Fuertes de Ranchos y Mercedes fueron instalados de acuerdo al plan aprobado por el virrey Vértiz; porque los de Zanjón, Luján, Salto, Rojas y Melincué fueron reinstalados cerca del sitio original; las defensas de Monte, Lobos y Navarro fueron mejoradas en los lugares donde ya estaban instaladas.

 

1796 Época de Azara. Por orden del Virrey Melo de Portugal, desde el 10-02-1796, el estudioso Félix de Azara recorrió las fronteras bonaerenses acompañado por el Ingeniero Geógrafo Pedro Ceriño, militares y expertos (Seis fuertes y cinco Fortines; elaboró luego la “Carta esférica de la Frontera Sur de Buenos Aires”.

Azara insistió en la necesidad de “fundar villas” junto a los fuertes y fortines.

1797-1810 Tiempo final del dominio español. No se concretaron nuevas construcciones en torno a las líneas de defensa.

 

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El historiador Vicente Quesada destacó que a comienzos del siglo diecinueve, los Blandengues para la defensa de la frontera de la ciudad de Buenos Aires tenían “399 soldados, 22 sargentos, 6 tambores, 47 cabos, 4 capitanes y 5 tenientes”.

Refiriéndose a las líneas de defensa expresó que eran imperfectas e inútiles para asegurar los bienes y preservar la vida de los ganaderos: “El centro de esta línea estaba situado en la Guardia de Luján; hacia el N.O., en distancias iguales y en situaciones diversas, se encontraba, sobre el río del Salto el Fortín de Rojas¸ no distante de la Laguna de la Cabeza del Tigre, nacimiento del mismo río, el Fortín de Mercedes, y en la misma dirección, como perdido en el desierto, el miserable entonces y aislado fortín de Melincué, que terminaba la línea en esta parte.  De la Guardia de Luján hacia el S.E., se habían fundado los fortines de Navarro, Lobos, Monte, Ranchos y Chascomús”.  [25]

 

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Estancias a principios del siglo XIX…

Desde que comenzó el proceso de la conquista, las estancias constituyeron las primeras organizaciones técnico-económicas imprescindibles para ejercer derechos de dominio territorial y de los pertinentes bienes naturales: agrícolas y pecuarios.

La existencia de ganado en espacios abiertos generaba dificultades si se intentaban algunas labores agrícolas. Destacó el historiador Razori que es imposible contener en los límites de las estancias a  “los animales que se marcan en los rodeos periódicos con el hierro inscripto en el Cabildo, pues, las trashumantes y bravías bestias carecen de barreras naturales o artificiales, y emigran conforme a la fertilidad del suelo, frecuencia de las lluvias, fríos intempestivos o azote de largas sequías, dentro de aquella naturaleza abierta y cambiable.”

En la primera década del siglo diecinueve ya estaba poblada “la banda austral del Río Salado, más allá de Chascomús, en la región comprendida por aquel río y las Islas del Tordillo.  Surgen importantes estancias como las muy mentadas de ‘Dos Talas’ y ‘Miraflores’, de Julián Martínez de Carmona y Francisco Ramos Mejía, y aparece al par como tipo de estanciero y guerrero digno de la más brillante etopeya el Capitán Ramón Lara, que gravita hondamente en la formación rural y urbana de la zona.”

Ha destacado Razori que este capitán, junto a “los vecinos feudatarios” y “los gauchos soldados” apoyados por los mencionados estancieros, “extienden por su propio esfuerzo la frontera territorial y desde Chascomús la llevan hacia el sudeste circuncirca veintiséis leguas para penetrar el campo desierto en la zona ulterior del actual pueblo Dolores.”

Primeras decisiones del gobierno revolucionario

Los integrantes de la primera Junta de gobierno, debieron resolver la situación de diversos empleados en distintas áreas.

Sabido es que como también lo destacó el doctor Pablo A. Croce en una crónica, el doctor Juan de Dios Madera “fue el primer cirujano militar del Ejército Patrio, fundador de la Cátedra de Materia Médica y Terapéutica de la Escuela de Medicina… estaba trabajando para el Cabildo como médico de policía”…

 

Las nuevas autoridades analizaron las dificultades existentes en torno a las fronteras por las frecuentes incursiones de distintas tribus y quince días después con la firma del presidente de la primera Junta Cnel. Cornelio Saavedra y del secretario Mariano Moreno, destacaron la necesidad de “arreglar las fortificaciones de nuestra frontera y la influencia que debe tener este arreglo en la felicidad general que ocupa los desvelos de esta Junta”. Ordenaron una inspección en los Fuertes y poblaciones y entre el 21 de octubre y el 22 de diciembre de 1810 el Coronel Pedro Andrés García recorrió “la Guardia de Luján y las Salinas y los parajes de la Cañada del Durazno, Cañada de Las Saladas, Cañada de Chivilcoy, Río Salado, Palantelén, Lagunas de Galván o Tres Hermanas, Cruz de Guerra, Cabeza de Buey, Laguna del Monte y Laguna de Salinas” y entregó el Informe y el Diario de la Expedición a las Salinas Grandes en los campos del Sud de Buenos Aires que sirvió tanto para orientar hacia necesidades de defensa como para interpretar los logros y las posibilidades de desarrollo de las explotaciones agrícola-ganaderas.  [26]

Han reiterado párrafos de ese informe:

“Las guardias de fronteras que tenemos, son ya casi totalmente inútiles; porque están las más en el centro de las poblaciones; por su estado ruinoso; por la falta de armas y soldados, y porque no pueden ofender, ni defenderse, si son atacados; de modo que las haciendas y poblaciones avanzadas al enemigo, de 20 hasta 60 leguas al Sud, están francas y sin reparo alguno.

En la estrecha faja que forman los Ríos Paraná y Salado, no caben las poblaciones de nuestros labradores y hacendados.  Se han visto precisadas las familias, contra lo estipulado en las paces celebradas con los Pampas, a pasar los límites del Río Salado lo que debería mirarse, por aquéllos, como una manifiesta infracción y declaración de guerra.  Pero como la necesidad ha llegado a excederse por la propia conservación y este exceso ha sido recíproco, resulta una tolerancia harto perjudicial por lo aventurado y expuesto de nuestras familias en campo enemigo, e indefensas para reparar las hostilidades que experimentan siempre que los indios se acuerdan de sus derechos o sueñan hallarse ofendidos”.

El Coronel Pedro Andrés García esbozó en su informe un plan de avance desde “la confluencia en el mar del Río Colorado, hasta el Fuerte de San Rafael sobre el río Diamante, teniendo como punto central la Laguna de las Salinas” y otra a los fines de integrar “con la sección de la Cordillera de los Andes en los pasos que franquea por Talca y frontera de San Carlos, apoyando su izquierda sobre las nacientes del Río Negro de Patagones y a su derecha en el paso del Portillo”.   También sugirió un plan urbano teniendo en cuenta las pequeñas poblaciones existentes y a los fines de instalar otras, indicó la necesidad de evaluar a tres grupos: los propietarios; posibles arrendadores con recursos suficientes para comenzar tareas de labraza y quienes no disponen de “facultades” para tal propósito, generalmente grupos nómades.

Estaba tan convencido de la trascendencia de su estudio y propuesta, que se animó a escribir:

“Mil pueblos florecientes, en medio de los campos, ahora desiertos, serán un monumento más glorioso que cuantos ha levantado la vanidad de los conquistadores.  Millares de familias contentas, y rodeadas de la abundancia, entonarán himnos más honrosos al gobierno que las afamadas producciones de poetas aduladores”

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Los integrantes de la Primera Junta de gobierno necesitaban ser apoyados por grupos con influencia política en distintas localidades.  En 1813, ya dispusieron de los primeros datos acerca de los Partidos y de cuántos hombres solteros habitaban en esas zonas.

A los fines de la elección de los electores para el nombramiento de los siete diputados que los representarían en el Congreso de Tucumán, en 1815  dividieron el territorio de acuerdo “a la vieja línea de fronteras”:

Arrecifes, que incluye las regiones de San Antonio de Areco, Salto y Pergamino;

Flores, Luján con Lobos; Magdalena que incluía Quilmes;

Pilar con Capilla del Señor; San Isidro;

San Nicolás de los Arroyos junto con San Pedro y Baradero;

San Fernando con Conchas y Matanzas;

San Vicente “especie de tierra incógnita ubicada en los confines del mundo donde con cierta vaguedad se situaba a Chascomús, a Ranchos y a la Guardia del Monte”.

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El historiador Amílcar Razori refiriéndose al momento del restablecimiento del Cuerpo de Blandengues, expresó que “la desorganización de las fuerzas destinadas al resguardo de la frontera como consecuencia de la Revolución de Mayo y el abandono inicial de los Fuertes para aplicar los esfuerzos de los patriotas a la creación de las milicias de la independencia termina su etapa de disgregación cuando en 1815, Juan Ramón Balcarce consigue crear seis regimientos destinados a la contención del aborigen”. Tras evaluar las “ventajas que han reportado los habitantes de la Frontera de Chascomús con la partida que situada al Sud del Río Salado, bajo el mando del capitán de milicias Ramón Lara, cubre sus posiciones de la irrupción de los indios infieles”, Balcarce resolvió “elevarla a la clase de Compañía Veterana de Blandengues de Frontera”.

El 8 de marzo de 1816, el Coronel Pedro Andrés García entregó al gobierno su Nuevo Plan de Fronteras de la Provincia de Buenos Aires y destacó:

“…tanto más notable la apatía en el adelantamiento de fronteras, en cuanto no ocupamos hoy más terrenos que aquellos que poseyeron y concertaron con los indios, el Adelantado Vera y D. Juan de Garay, con 60 soldados y 30 familias, al tiempo que restableció esta ciudad de Buenos Aires, en el año 1580, a saber: 35 leguas N.S., y en parte menos, que se enumeran del Río Paraná al Salado 120 E.O., hasta entrar en la jurisdicción de Córdoba”.

Tales circunstancias habían determinado que “los estancieros, desatendidos en sus justos reclamos, se han establecido ‘entre las mismas tribus de indios a la parte más austral del Salado, para vivir a merced de ellos’.  Hace mención de los dos medios aplicados para conseguir el dominio del aborigen: el de la fuerza imponente y el de la amistad, y propone, nuevamente, como zona rayana la del Río Colorado, ya analizada en su informe de 1811”.

Críticas insoslayables…

El Coronel Pedro Andrés García, expuso “los detalles indispensables y necesarios en la fundación de nuevas poblaciones.  Sus proyectos, entrañan una crítica para el sistema seguido en la anterior erección oficial de establecimientos humanos de vecinos o cimentación de defensas destinadas a crear centros locales de arraigamiento  urbícola. Y dice:

De este modo se borrará la inhumana memoria, que aún conservan, del mundo con que se arrastró y arrojó, en los ampos a aquellos que se llevaron violentamente a poblar las antiguas guardias; porque además de haberles faltado en darles terrenos en propiedad para sus labranzas, fueron  sacrificados muchos a manos de los infieles, y los que aún se conservan, si no son feudales o reconocen pensión, son arrojados con sus familias y haciendas de los terrenos que han bañado con su sangre para defenderlos… La misma desgraciada suerte han corrido los soldados blandengues, que fueron destinados a aquellas guardias, porque es cosa demasiado cierta y averiguada que, en falta de las propiedades, que arraigan a los hombres y familias, en cuanto terminan la ocupación que les dé subsistencia, vagan por las campañas con la misma facilidad con que lo hacen los árabes o los pampas”.

En otro párrafo advirtió que “la posesión hasta ahora adquirida, por los medios referidos y aquiescencia de los indios, conviene sobremanera conservarla, y acordar con ellos mismos el punto de fortaleza que les ponga a cubierto, en adelante, de todo movimiento hostil”.

El Coronel Pedro Andrés García escribió tales conclusiones, después de estudiar el régimen seguido desde el año 1779 y de haber recorrido la mayoría de los campos bonaerenses…

Acerca de la lentitud de sucesivos gobiernos para enfrentar tales dificultades en los asentamientos poblacionales, hay otro dato significativo porque el 26 de noviembre de 1821, el Coronel García presentó otro Informe y Plan y al año siguiente, el Diario de la Expedición a la Sierra de la Ventana junto a un “condigno proyecto de avance de la frontera y adelantamiento de los Fuertes”. [27]

Un lustro después, el 27 de septiembre de 1826, Bernardino González Rivadavia más conocido como el presidente Rivadavia, mediante un decreto fijó la nueva línea de frontera teniendo en cuenta “la paz” que han concertado con los indios “desde el Fuerte de la Independencia”, aludiendo a una reciente invasión, “en los momentos en que estaban recibiendo los regalos de que van siempre acompañando los convenios”… Terminó esa presidencia el 7 de julio de 1827 y la semana siguiente Juan Manuel Ortiz y Rozas -más conocido como “el estanciero Juan Manuel de Rosas”- siendo Comandante General de las Milicias de Campaña cumplió las órdenes del Gobernador Dorrego como “encargado de la celebración y conservación de la paz con los indios” haciendo lo necesario para “la extensión de las fronteras del Sud y el fomento del Puerto de Bahía Blanca”.

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Formosa y Chaco…

Desde la ciudad de Tarija -actual territorio de Bolivia-, fundada en 1574 por Luis Fuentes durante el gobierno del virrey de Toledo, llegaron los primeros conquistadores a la región conocida como el Chaco.  En 1585 al fundarse la Ciudad de Concepción del Bermejo, se afirmó “desde entonces, la gravitación del Tucumán y del Río de la Plata sobre esta comarca”.

El Gobernador de Jujuy Martín Ledesma de Valderrama tras un avance de los indígenas, cerca del río Bermejo fundó en 1625 la Ciudad de Santiago del Guadalcázar, “en ese mismo país de los Ocloyas” que siete años después, ya había desaparecido.

En 1626 en un lugar bajo cercano al cordón de Calilegua donde se instaló una Reducción, ordenó la construcción del Fuerte de Ledesma para contener los avances de los chiriguanos.  Diez años después, las tribus chaqueñas que buscaban un camino directo hacia aquella ciudad, en la región del Pongo y en la zona del Valle del Palpalá donde había varias estancias.

Durante varias décadas fueron insuficientes los esfuerzos de los españoles para avanzar sobre territorios habitados por familias de diferentes etnias. El Padre Pedro Ortiz de Zárate, logró en 1683 concentrar en el Valle de Zenta a grupos de Ojotaes y Taños y los reunió en San Rafael. Siete años después, Pérez Zea y Arce estableció con Chiriguanos y Chanás, la Reducción de Tariquea y Presentación, inicio de una etapa de pacificación en esa vasta región.

A fines de la primera década del siglo siguiente, se puso en marcha el plan de los gobernadores Urizar de Arespacochaga en 1710; Manuel Félix de Aracha en 1731 y Victorino Martínez de Tineo en 1749.

En agosto de 1721, el padre jesuita Gabriel Patiño acordó con José Portillo junto a seis españoles y algunos indios guaraníes, partir desde Asunción hacia el río Pilcomayo para reconocer esa zona donde hasta entonces no habían logrado comunicación con sus pobladores.

El 26 de agosto de 1750 el Sargento Mayor Nicolás Patrón, Lugarteniente de Gobernador, Justicia Mayor y Capitán de guerra de Corrientes, apoyado por el Padre Tomás García y los caciques Naré y Ochoalay concretó al norte del Arroyo Negro y en un lugar estratégico, la instalación de la Reducción de San Fernando del Río Negro, de acuerdo a lo expresado en el Acta de creación, “para habitación de la nación Abipona que sigue la parcialidad del cacique Naré, como a cuatro o cinco leguas de la ciudad de Corrientes en la parte contrapuesta del río Paraná”.  El Padre Furlong, reiteró que el espacio pertinente a la Plaza e Iglesia de esa Reducción corresponde a la actual ciudad de Resistencia, capital de la provincia del Chaco.

Después de la expulsión de los jesuitas, durante el gobierno de Francisco Gabino Arias, el Gobernador del Río de la Plata Francisco de Paula Bucarelli autorizó a Gerónimo Matorras para organizar una expedición colonizadora y así fue como el 8 de junio de 1774 “levanta campo desde el Fuerte del Río del Valle” y con trescientos setenta y ocho soldados, seiscientas mulas, ochocientos caballos y mil doscientos vacunos, cruzan los montes hasta llegar a la región de los Mocobíes y con ellos acuerdan  la paz en el paraje de La Cangayé, sin asentar población en ese lugar.

Previa conformidad del Virrey Vértiz con el plan propuesto por el Cabildo Abierto de Salta, el gobernador Arias fue reconocido como Comandante general de la expedición proyectada tras recorrer el mismo camino transitado por Matorras; lo acompañaron los frailes franciscanos Murillo y Lapas, quienes ya habían evangelizado a algunas tribus mocobíes.  El 10 de agosto de 1780 comenzó la instalación de la Reducción de Cangayé también nombrada Reducción de Santiago de Mocobíes  o Nuestra Señora de los Dolores de Cangayé, o lugar de Mapok o Laguna Blanca y paraje del Río Bermejo”…

El 16 de agosto de 1780, a orillas del río Bermejo y junto a la Laguna de las Perlas y con el grupo de familias Tobas ya adoctrinadas, comenzaron la instalación de la Reducción de San Bernardo o San Bernardo el Vértiz, nombrada así como gesto de gratitud al virrey.

En Acta firmada el 31 de enero de 1781 en Nuestra Señora de Dolores y Santiago de Mocobíes, el Gobernador reconoció aquellas “fatigas” y “mirando la labor de las Capillas y Pueblos” describe las características de lo edificado, estipula un “valor de 6.000 pesos” y lo que habían gastado “de su propio peculio, a fin de perfeccionar la labor comenzada”.  A fines de esa década, aquella población fue visitada por Adrián Cornejo quien destacó “el estado floreciente de su obra misional”.

En los primeros años del siglo siguiente, ambos territorios fueron reconquistados por los indígenas.

Sancionada la Constitución de la Nación Argentina el 1º de Mayo de 1853, durante veinte años el gobierno organizó las expediciones necesarias para lograr el “sojuzgamiento de la región chaqueña”…

Fronteras de Córdoba

Diversas parcialidades indígenas habitaban en la jurisdicción de Córdoba y como ha expresado el Padre Pedro Grenón: hacia el Oeste vivían los Comechingones; al Nordeste convivían los Sanavirones; había tribus de Abipones al Norte y al Este en los actuales límites de las provincias de Santiago del Estero y Santa Fe; hacia el Sud, más allá del Río Tercero dominaban los Pampas y Aucas o Picunches, Serranos o Puelches, prácticamente hasta “el actual confín del Río Cuarto” donde fueron frecuentes las depredaciones y las luchas encarnizadas para defender esos territorios.

El 2 de febrero de 1587 llegaron los primeros Jesuitas al núcleo urbano de Córdoba; en 1599 instalaron el primer Colegio y al año siguiente “Colegio Máximo”.  Inmediatamente en la región de los fértiles valles, comenzaron a organizar las Estancias de Caroya, Santa Catalina y Jesús María.

Sabido es que desde fines de la primera década del siglo XVII fueron denunciados los Pampas por sus frecuentes hostilidades y depredaciones.

En tierras que el Gobernador Juan Ramírez de Velazco otorgó por merced a Alonso de la Cámara, establecieron el asentamiento de Guanasacate o Guañusacate, voz que significa río seco o agua muerta o bañado o pantanillo.

Al sur de la Estancia del Río Cuarto, los vecinos organizaron en 1617 la primera reducción nombrada Nueva de Pampas, “Santa Esteban de Bolón”, de acuerdo a lo investigado por el Padre Pedro Grenón de poca duración porque no fue encontrada por Antonio Garay en la expedición realizada entre 1707-1708.

En 1618 en tierras pertenecientes a Gaspar de Quevedo, los Jesuitas decidieron instalarse y enajenadas junto a otras extensiones de la comarca de Sinsacate, allí instalaron la Reducción de San Isidro y comenzaron a organizar la Estancia de Jesús María.

Al suroeste de la ciudad de Río Cuarto donde habitaba la nación de Chocancharagua o Chacanvara, las tierras bajo dominio de descendientes del fundador Jerónimo Luis de Cabrera pasaron a Gonzalo Marte y luego a su nieto Jerónimo Luis Martín, quien en 1681 beneficiado por el Gobernador de Tucumán obtuvo titularidad desde “10 leguas al Norte del Río 4º hasta el Río 5º para abarcar por otros lindes el contérmino de San Luis hasta el lugar de Melincué en Santa Fe.

El Padre Hernando de Torre Blanca, en el territorio demarcado en un testamento de 1689 como lugar que “está en el Río 4º, una legua a todas partes de dicho Espinillo, por ser tierras del Pueblo de indios Pampas… que hacen dos leguas de ancho y dos de largo”, logró instalar la Reducción del Espinillo en 1691 que luego fue invadida y devastada por otros Pampas.

En el lapso 1626-1700 lograron instalar las Reducciones de San Miguel, San Cosme, San Damián, San José; Santo Tomás, Apóstoles, San Carlos de los Mártires, San Esteban de Belén, Candelaria, Corpus y San Ignacio con sus respectivas Capillas.

Ha destacado el historiador Razori que “muchos de estos núcleos mantienen su poblamiento gregario como San Miguel en San Alberto; San Cosme cerca de la Iglesia Vieja en Cruz del Eje, San José en San Javier; Candelaria, que en 1693 cimenta en Toco Toco o Singuiman, actualmente Nicasio Oroño; San Ignacio en Calamuchita y San Esteban de Belén, hoy San Esteban en el Departamento Punilla, que más tarde se transforma en posta y sitio de descanso para el tráfico de mulas entre Córdoba y La Rioja, para organizarse por último como pueblo y estación ferroviaria que atrae moradores por su clima de cura”.

Con familias indígenas foráneas se había formado el pueblo de San Marcos Sierra, al sureste de Cruz del Eje.

 

Durante la primera década del siglo XVII, los daños producidos por los Pampas determinaron las denuncias de vecinos y en 1617, habían organizado la primera reducción en la región sur -Estancia del Río Cuarto-, nombrándola Reducción Nueva de Pampas y también San Esteban de Bolón de precaria existencia porque ya en 1707 ese asentamiento no existe según informe del expedicionario Antonio Garay que llegó hasta los límites de Tandil.

Distintos historiadores han destacado que “la codicia casi insaciable” generaba sangrientos combates, y que en 1709 conmovió el alevoso asesinato de Antonio de Herrera y Velasco y de sus peones mientras durante un arreo de hacienda cimarrona.

En 1710, el Gobernador Esteban de Urizar encabezó una entrada contra tribus Tobas, Mocovíes y Abipones  El padre Guillermo Furlong Cardiff S. J. explicó que esa expedición fue apoyada por “mil setecientos soldados y quinientos indios amigos, concertando al par la acción de correntinos, santafesinos y asuncionistas.  Esta campaña, si bien deja libre a la Ciudad de Tucumán de las incursiones de sus enemigos del Este, provoca como rebote por el contrario”. En su libro “Entre los Abipones”, destacó que desde entonces resultó notable que “molestaran más que nunca y en forma más terrible a las ciudades de Santiago del Estero, Corrientes y Santa Fe… Los Tobas, Mocovíes y Abipones, no sólo no fueran sojuzgados, antes fueron, después de aquella incursión, más crueles y devastadores que hasta entonces.  Eran poco menos que invencibles, gracias a las caballadas que tenían y al arte supremo con que sabían jinetear”.

La defensa de esos territorios estaba directamente vinculada con intereses económicos porque en 1716 se había autorizado la imposición de “una sisa doble sobre las mulas, vacas y otros frutos, que de las provincias del interior iban al Alto Perú, además del tributo de un peso por cada mula del tráfico de los arrieros que traían los géneros del Perú por Salta y Jujuy, debiendo, los Cabildos, subvenir a lo que faltase de pertrechos de guerra y boca, todo para manutención de los ‘tres castillos’ levantados por el Gobernador Esteban de Urizar en esa provincia de Córdoba, con una dotación de doscientos hombres cada uno”.

Sabido es que hacia 1718, los Abipones eran casi dueños absolutos del territorio limitado por el Río Bermejo al norte y Santa Fe al sur, abarcando todas las barrancas de los ríos Paraná y Paraguay hasta las vecindades de Santiago del Estero.

El Padre Furlong escribió: “Su dominación fue tan real y efectiva, que hasta 1718  podían los españoles ir y venir de Santa Fe a Córdoba sin dificultad alguna y a uno y otro lado del camino había estancias y chacras, pero desde ese año ya no era posible viajar sino con tropas de soldados; y todos los dueños de aquellas estancias y chacras las abandonaron para irse a guarecer dentro de las ciudades”.

A mediados de la década siguiente comenzaron las matanzas en “Bosque de Hierro, Sumampa, Las Barrancas, el Oratorio, Sinsacate y Río Seco”, situada junto al Cerro del Romero, lugar que los diaguitas nombraban “Quillovil” que significa precisamente “agua muerta” o “río seco”.

En 1726, hasta el nordeste de la ciudad de Córdoba llegaron las invasiones de indios que poblaban el Chaco santiagueño y santafesino y en la región sur, avanzaron hasta la Laguna de Mar Chiquita.  Los vecinos decidieron organizar las defensas cerca de los ríos Primero y Segundo, instalando tres Fuertes: San Francisco, San Pedro de Plujunta y San Matías, en las conocidas tierras de Ansenuza.  Al año siguiente, el gobernador Baltasar de Aranda informó que habían instalado una Guardia en la frontera de El Tío y Plujunta en la línea norte y el Fuerte de Cruz Alta en la línea este-sudeste, tras las acciones dirigidas por el Teniente Matías de Angles y el Capitán Ignacio de Ledesma y Cevallos contra los enemigos de esa zona.

La Guardia de El Tío ha sido reconocida simplemente como El Tío -como la actual localidad cordobesa-, y  luego como Fuerte El Tío, o Villa Concepción del Tío por estar consagrado a Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción.

El Fuerte de Cruz Alta, a orillas del Río Tercero y cerca del límite entre Córdoba y Santa Fe, fue instalado en tierras el 4 de diciembre de 1683 fueron adjudicadas a Francisco Diez Gómez por el gobernador Mate de Luna, y a Alonso Díaz Ferreyra. Siete años después fueron transferidas a Jacinto Piñeiro y entre 1717 y 1722, este vecino construyó una capilla que puso bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario. José Matías de Angles, en 1726 ordenó la construcción de un Fuerte porque era un lugar estratégico, paso obligado en el camino a Córdoba.

 

El Teniente de Gobernador de Córdoba Maestre de Campo Ignacio de Ledesma, el 8 de mayo de 1730 se refirió al “paraje de El Tío y Fuerte del Rosario” también conocido como de Nuestra Señora del Rosario, situado sobre la margen izquierda del Río Segundo.

Mediante la Real Cédula del 30 de mayo de 1731 se aprobaron los arbitrios de “sisa doble” y “tributo de un peso por cada mula” en el tráfico desde el Arto Perú pasando por Jujuy, Salta y Córdoba.  Dos años después fue necesario aumentar la defensa en la frontera sudeste y este-sudeste para evitar evasiones en el pago de la sisa sobre aguardientes y yerba.

Entre 1731 y 1745, llegaron hasta la zona de Cruz Alta varias tribus de Aucas y Guaycurúes; destruyeron las construcciones obligando a los pobladores a huir y así ellos ocuparon esos parajes.

Durante las invasiones de los indígenas fue arrasada Cruz Alta y como han reiterado varios historiadores, “no destruyeron” el Santuario de la Guarnición de El Tío.

 

En ese tiempo, el Fuerte de Masangano servía como Guardia con población, en el paraje de Pampayasta, distante aproximadamente a sesenta leguas de la ciudad de Córdoba.  El Padre Dobrizhoffer elaboró un relato acerca de ese Fuerte, semejante al testimonio del Padre Muriel:

“En esta población había una casa a quien dieron el nombre de Fuerte de Masangano.  Pero qué fuerte: éste se reducía a una empalizada o pequeño recinto de palos gruesos, hincados en tierra, en medio de la cual estacada se levantaba una viga, en cuya cima, por donde se subía por una escalera de mano, había una especie de jaula de madera a quien honraremos con el nombre de garita o atalaya, que allí llaman mangrullo, para descubrir la campaña y estar alerta contra el enemigo.   Allí había unos diez o doce hombres de campo, graduados con el nombre de soldados o de la guarnición o la tropa… así, poco más o menos, eran los demás fuertes de aquella provincia.”

El Cabildo de Córdoba, el 19 de noviembre de 1733 tras considerar el informe del Coronel José Martínez aconsejando la instalación de un presidio en el Paraje El Carrizal -próximo a las fronteras de Río Cuarto y del Sauce-, autorizó la fundación de una Villa junto al arroyo Santa Catalina, reuniendo a “las muchas familias de vagabundos y forajidos que habitan esta jurisdicción”.

Sabido es que ese Presidio se mantuvo en tal lugar hasta 1784.

El gobernador Marqués de Sobremonte durante la década siguiente, manifestó que al inspeccionar esa zona sólo encontró tres Fuertes principales, nombra “el de Santa Catalina a la derecha, sin más soldados que doce o catorce partidarios”.

 

En 1745, el Procurador General del Cabildo de Córdoba informó acerca del estado de la campaña: “de sur a norte… desde la Punta del Sauce hasta el Río Seco, más de doscientas leguas de distancia en latitud, sin que de la una a la otra se pueda dar ningún socorro, por hallarse todas invadidas y acometidas de dicho enemigo, experimentándose, como se está experimentando, los repetidos robos, muertes, cautivos y saqueos de las casas que tienen ejecutadas, sin poder poner el remedio competente para su castigo”.

Es oportuno tener en cuenta que la localidad reconocida con el nombre de Reducción, estaba situada en Punta del Sauce y ese lugar luego fue  conocido como La Carlota.

Sabido es que en 1745, no había defensas en el Paraje del Saladillo -situado diez leguas arriba de Cruz Alta- y lo fortificaron décadas después, en 1768.

 

En aquel informe, se reiteró el testimonio del Cura y Vicario del Río Tercero: “…la poca gente de armas que tiene aquella frontera, como por la suma pobreza en que se hallan, pues, juzga el declarante, que los más de sus vecinos no tienen para comprar una lanza, porque ya sofocados con la continua guerra y cuotidianos robos que hace el enemigo de su hacienda, no sólo, no tienen para costear lo necesario de cabalgaduras, armas y municiones para entradas, sino aún la diaria manutención de sus familias”.

El Gobernador Juan Victoriano Martínez de Tineo, en 1751, después de recorrer la región del Chaco decidió instalar defensas en tierras que el Gobernador Mate de Luna había otorgado en diciembre de 1683 a favor de Francisco Diez Gomes, en parte cuatro años después transmitidas a su hermano Pedro y allí asentó el Fuerte de Punta del Sauce, lugar también nombrado San Pedro del Sauce o Punta del Sauce y que se consolidó a partir del año siguiente.

Tales circunstancias determinaron otra declaración referida a la necesidad de “establecer un número competente de milicianos pagados, con un buen jefe, para que éstos, permaneciendo firmes sobre las armas y velando en la custodia de las fronteras, no sólo las resguarden de toda hostilidad, sino que también busquen al enemigo”.

No fue por casualidad que “en 1757, el vecino de Cruz Alta, Benito Armada, afirma: ‘que ha cerca de treinta años que se despoblaron el Río Tercero y sus habitantes perseguidos y reducidos a la última miseria por los indios bárbaros, habiéndose mantenido desierto todo aquel vasto terreno hasta cosa de cinco años en que lograra la quietud conseguida con la tregua de dicho enemigo, habiendo sido requerido por bando público, por parte del Gobernador D. Juan Victoriano Martínez de Tineo, para que los dueños de aquellas tierras las poblasen”.

En 1751, los frailes franciscanos instalaron la Reducción de San Francisco de Asís, con indios Pampas y esa población desapareció tras un ataque de tribus Ranqueles.

En ese tiempo continuaba el cobro de “sisa” por el tráfico de productos con el Alto Perú y como lo ha destacado el historiador Amílcar Razori, “en 1752, el Gobernador Juan Victoriano Martínez de Tineo, afecta para el Fuerte de Punta del Sauce, el derecho de sisa que se cobra en el Paraje del Río Cuarto sobre la yerba que se exporta a Chile, gravamen que revoca más tarde el Virrey del Perú, aún cuando en 22 de marzo de 1753, se sanciona un Real Acuerdo en Lima, por donde se dispone que el producto del ramo Cruzada se aplique al ramo y tributo de sisa, para conservar los Fuertes del Río Cuarto y El Tío”.  Cursivas aquí

Tras los ataques de los Aucas y Guaycurúes hasta 1745, los españoles pudieron regresar a Cruz Alta doce años después. En 1758 nombraron un Comandante de Frontera con asiento en ese lugar.

Sabido es que en 1767, Félix Piñero restauró sus construcciones y reedificó la Iglesias y transcurrieron otros doce años hasta el momento en que reforzaron las instalaciones defensivas y dotaron de armas a los soldados partidarios y a los milicianos que solo recibían raciones, sin sueldos.

En 1760,  el Cabildo de Córdoba informó al gobernador de Tucumán:

“Es tan corto el número de soldados que hay en los Fuertes del Tío y Punta del Sauce que, en caso de avance del enemigo, no podrían defender dichos fuertes, cuanto más las fronteras cuya distancia es: la Ansenuza -que cae sobre este río de la ciudad abajo- dista del Tío diez leguas, ésta dista de la Cruz Alta cincuenta leguas, y dicha Cruz Alta, de la Punta del Sauce, treinta leguas; de suerte que por la parte del Este son, de frontera abierta, noventa leguas por donde puede internarse dicho enemigo y se internaba a las poblaciones sin ser sentido.”

El Cabildo de Córdoba, en 1760 reconoció la importancia de aumentar las defensas en Cruz Alta, Punta del Sauce, Sumampa o Río Seco fundando tres villas en cada frontera.  En el presidio del Río Seco que controlaba los avances de los abipones, sólo había “milicianos a ración y sin sueldo”.

En 1761 comenzó el refuerzo en algunos Fuertes, el primero fue Punta del Sauce dotado de la tropa necesaria a las órdenes de un Maestre de Campo y tres años después, se instalaron tres compañías fronterizas en Río Primero y en la zona de Río Segundo, José Navarrete condujo a ciento dos milicianos junto a una “compañía de naturales”, también se instalaron compañías en los parajes cercanos.

Desde 1767 se intensificaron los ataques de los indígenas en esos lugares y al año siguiente, el Cabildo de Córdoba informó al Virrey porque “los presidios que tiene esta frontera son el Sauce, Río Tercero y Saladillos, contra los indios Aucas y Pampas; el Tío, Río Segundo, Sinsacate y Río Seco, contra los Abipones”.

Comunicaron que en el Fuerte del Sauce y Fuerte El Tío tenían tropa pagada -trece y dieciséis soldados respectivamente- y en los restantes, había solo milicianos que necesitaban “un socorro” debido al “lastimoso estado del ramo de sisa en esta ciudad, único refugio y asignación, para los gastos anuales de nuestra frontera”.  Destacaron que cobraban “sisa” sobre “los aguardientes, yerba, tabaco y el producto de las hullas; el aguardiente, es el que debe rendir el fruto principal, por tener doce pesos de derecho cada cargo, y las demás especies producen poquísimo”…

En esa carta escrita el 2 de diciembre de 1768, el Cabildo de Córdoba reiteraba ante el Virrey:

“Los presidios que tiene esa frontera son: el Sauce, Río Tercero y Saladillo, contra los indios aucas y pampas; el Tío, Río Segundo, Sinsacate y Río Seco, contra los abipones.  El Sauce y el Tío están guarnecidos de tropa pagada en esta forma: tienen cada uno, un Maestre de Campo con trescientos ochenta y cuatro pesos de sueldo al año, un Capitán Comandante, con ciento cincuenta, y veintinueve soldados repartidos, diez y seis al Tío y trece al Sauce”.

En 1768 fue fortificado el Paraje del Saladillo -cercano a Cruz Alta- y ese año, el Cabildo de Córdoba envío una carta al Virrey a los fines de que aumentara el número de soldados: “…que en Saladillo se pongan veinticinco con su Comandante…, pues no bastan los diez y seis que hay en ellos, y el Río Saladillo está enteramente abandonado y expuestos sus moradores a ser víctimas de los infieles.”

El Alférez Real en 1772 dejó constancia de que “hallándose de muchos años a esta parte insolentado el enemigo infiel de la nación pampa o auca, ha invadido, casi mensualmente, la frontera del sur, nombrada el Río Cuarto y Punta del Sauce, con destrucción de sus vecinos, quitándoles las vidas y robándoles sus haciendas”.

En 1773, en la frontera del Sauce sólo había “catorce partidarios pagados” y por ello, se pide que sea reforzada. Al año siguiente, el Cabildo estableció una “Junta de Guerra” y avisó al virrey que era necesario restablecer la sisa sobre los aguardientes que el virrey anterior había suprimido para los que pasaban por esa frontera hacia Buenos Aires y también “la yerba de palos y caminí, que de dicha ciudad y Santa Fe trafica hacia Chile, pues sus reductos no tienen tropas y sólo catorce partidarios pagos”.

Hasta fines de esa década continuaron los intentos para aumentar los recursos y poder defender esas fronteras.

 

El gobernador Andrés Mestre al reestructurar el “servicio de milicias” en 1777 -ya creado el Virreinato del Río de la Plata-, estableció el cargo de “Comandante General de Fronteras”, responsable de la inspección de los fortines teniendo bajo su mando a todas las fuerzas de defensa contra el indio. La demanda de mayores recursos para sostener esas tropas, lo impulsó a aumentar la “sisa” y a agregar como renta “la contribución del ramo de Cruzada” que se aplicaba a “las fronteras, se administra por los ministros de la Real Hacienda en quienes está, por última providencia, la tesorería de la Cruzada, y tiene un receptor particular para el expendio de las Bulas.”

Entre el 28 de junio y 5 de julio de 1779, el Cabildo de Córdoba decidió la inmediata instalación del Fuerte de las Tunas y de Saladillo.

La construcción del Fuerte de Las Tunas era una iniciativa del Maestre de Campo Manuel Pinazo, aprobada por el Cabildo en 1777 y remitida a consideración del virrey mediante nota del 24 de junio de ese año, con la recomendación de modificar las defensas en las fronteras de Buenos Aires y las cercanas a Santa Fe.  Sugerían “sacar a Melincué Grande, siendo asimismo necesario para este mismo fin, el que la Ciudad de Córdoba ponga otra Guardia en Las Tunas, con la que también se pone a resguardo todo el Río Tercero y el Camino que va a Mendoza y San Juan”.

En enero de 1780, el gobernador Andrés Mestre informó al Virrey que habían terminado la instalación de esos Fuertes.

En 1783, el Virrey creó la Intendencia de Córdoba del Tucumán que abarcaba el territorio de Córdoba, San Luis, La Rioja, Mendoza y San Juan; con distintos nombramientos ejerció esa intendencia durante catorce años.

En un informe de 1784, el gobernador destacó que las defensas eran las de Las Tunas, Sauce y Santa Catalina -o Santa Catalina de Sena como está nombrada en la Real Cédula de 1797-, tenían poco más de una decena de partidarios y milicianos a ración, con caballos propios y que debían recorrer entre treinta y ochenta leguas al servicio de los Fuertes.

Sobremonte estableció la línea de defensa y como ha expresado el historiador Razori se extendía “desde el límite de la Provincia de Santa Fe hasta el confín con la de San Luis; Fortín Loreto, cuyo lugar de ubicación responde actualmente a la provincia de Santa Fe, pero que por razón de origen lo mantenemos integrando la de Córdoba”.   Después se ubican o refuerzan Las Tunas, San Rafael en Lobos, Punta del Sauce, San Carlos, San Fernando y San Rafael en Sampacho, extremo de la línea.

Sobremonte en su Memoria del 16 de febrero de 1795, siendo “Gobernador Intendente de la Ciudad y Provincia de Córdoba del Tucumán”, informó acerca de la construcción de más Fuertes de acuerdo a su plan: San Fernando en Sampacho; San Carlos en el Paso de las Terneras, San Rafael en Lobos y Loreto en el Zapallar. Mediante Real Cédula del 12 de abril de 1797, el rey reiteró que ese avance en las defensas de las fronteras, “se logró sin dispendio alguno de los ramos de fortificación” porque destinaron solo “tres soldados veteranos en cada fuerte” apoyados por “milicianos auxiliares”.

En 1795 el Gobernador Sobremonte ordenó que en el lugar donde estuvo la Reducción de San Francisco de Asís generaran un “núcleo urbano” y así se pobló Jesús María con Capilla y Fortín. Una década después, registraron ochocientos habitantes y en 1804 le otorgaron reconocimiento como Vice-parroquia.

En San Carlos del Tío, en 1797 estaba instalado un Comandante que recibía un sueldo de trescientos pesos años año y la tropa estaba formada por “un solo partidario que hace de capataz, y los vecinos milicianos, ‘poblados bajo el cañón’.” Ese año comenzó la decadencia del Fuerte de San Rafael del Saladillo, situado en la frontera sur de Córdoba y en el camino Real hacia Buenos Aires, conservado porque se había originado mediante Real Orden sirviendo aún como posta para quienes transitaban por esa región.

El Intendente de Córdoba Marqués de Sobremonte, encomendó el 12 de febrero de 1789 al comandante de la frontera sur, la instalación de un pueblo junto al Fuerte de la Punta del Sauce.

Esa Villa, donde establecieron una Iglesia, casa parroquial, plaza, Cabildo y cárcel -con quintas en los alrededores-, fue puesta bajo la protección de Nuestra Señora de la Merced y de San Juan Nepomuceno.

  En aquel tiempo, diversas Compañías de milicias de pardos estaban en las fronteras de los Ríos Tercero y Cuarto y en Santa Rosa de Calamuchita, mientras en El Tío, Sauce, Río Seco y Traslasierra permanecían “Regimientos de Milicias”.

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En la Memoria de 1810 consta que el Comandante de las fuerzas reside en el Fuerte de La Carlota donde hay una “Sala de Armas” y ese comandante ejerce también la jefatura inmediata sobre una tropa integrada por cien hombres a sueldo, “pagados con el ramo de guerra, producto de los arbitrios de sisa, nuevo impuesto y cruzada, siendo en ocasiones necesario adoptar recursos de otros ramos no afectados a tal fin, como los de estanco de tabaco”. Cada seis meses percibían los sueldos mientras la provisión de carne estaba asegurada “por medio de rodeos en Santa Catalina y La Carlota”.

En torno a Santiago del Estero...

Desde 1749 hacia el este del río Inespín, “distante nueve leguas del río Paraná, sesenta de  la ciudad de Santa Fe y ciento setenta de la de Santiago del Estero” estuvo instalada la Reducción de la Purísima Concepción, sobre “una llanura abundante en leña y bosques que ofrecía abundantes frutos y excelente madera para construcciones.  Abundaba la caza silvestre y abundaban las palmeras”, destacó el sacerdote jesuita Guillermo Furlong Cardiff.

En aquel tiempo, el Gobernador del Tucumán había autorizado al cacique criollo -hijo de españoles- Cristóbal de Almaraz o Alarquen para que asentara en esa región a familias de Abipones y así fue como con el apoyo del Teniente de Gobernador de Santiago del Estero se establecieron en aquel sitio los misioneros José Sánchez y Bartolomé Aráoz, junto a los parciales del Cacique Alaykin.  Luego decidieron varios traslados y un grupo de los fundadores se radicó “en la margen occidental del Río Dulce, dos leguas distante de la confluencia con el Río Salado, al Este del presente Sumampa en Santiago del Estero, región rayana y en rumbo recto al Norte de Río Seco de Córdoba.

Cuarenta años después de la primitiva instalación, había desaparecido toda la población de la casi legendaria Concepción de Abipones.

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Región de Cuyo

En la zona habitada por tribus de Araucanos, Huarpes, Peuenches, Puelches, Ranqueles y Siquillanos -entre otros- a partir de 1594 comenzó una ardua lucha por la posesión de las tierras ante la presencia de los conquistadores españoles. Desde la región cuyana donde abundaban las riquezas naturales, era posible llegar a las vastas praderas pampeanas y ese ámbito fue durante más de un siglo, el escenario de sucesivos combates entre descendientes de los primeros pobladores y los recién llegados.

Defensa territorial en San Luis

Hasta el año 1594, en el Valle de Cayocanta o Conlara habitaron Huarpes, Araucanos, Ranqueles, Peuenches, Puelches, Siquillanos… y siendo tierras fértiles eran frecuentes las disputas por el dominio y explotación de sus riquezas naturales.

Tras los primeros encuentros de los conquistadores españoles con los indígenas de esa zona, los frailes dominicos lograron establecer la Reducción de San José del Bebedero (lugar cercano a la actual localidad de Balde).

El Cabildo de San Luis no disponía de los recursos necesarios para organizar una eficaz defensa y hacia ese territorio, en 1711 avanzaron los Puelches y los Pehuenches obligándolos a movilizar las milicias hasta establecer el reducto de San Carlos.

Los colonizadores españoles debieron enfrentarse con los indios en la zona del Morro -cerca de donde instalaron la estación Juan Llerena-, porque era un lugar estratégico para el tráfico con villa Mercedes. Allí, tiempo después, establecieron una capilla bajo la advocación de San José.

(El historiador Juan W. Gez ha destacado que a fines de 1840 esa villa estaba “arruinada y despoblada” tras sucesivas invasiones indígenas.)

Antes de 1720 habían establecido un Fuerte en el Paraje Las Pulgas y en 1725 fueron reunidos los Pampas contra esa posición por ser un “sitio crucial en la frontera Sur del territorio”.  Continuaron los hostigamientos en la región del Fuerte de San José del Bebedero -cerca de la actual localidad de Balde, donde los dominicos habían asentado la primitiva Reducción- y durante varias décadas ese ámbito fue reconquistado y reconstruido para continuar con las comunicaciones hacia el occidente cuyano.

El 20 de febrero de 1752, mediante un auto de la Junta de Poblaciones de Chile se dispuso la creación de “un pueblo en el paraje ‘Las Pulgas’ que sirva de reducción y abrigo a los hacendados que se ha hallan en aquella vecindad y de frontera igualmente a la referida ciudad de San Luis”, prácticamente el acto jurídico que determinó la iniciación de la Ciudad de Villa Mercedes.

Según datos del historiador Miguel Rafael Vilches, ya en 1774 habitaban en ese lugar “ocho familias de varios sujetos, los cuales algunos han ido por su propia voluntad y otros forzados por sus delitos”.

En 1775, cerca del Fuerte San José del Bebedero, Serra Canals estableció la posta reconocida con ese nombre.

En 1779, el Comandante Juan José Gatica con una Compañía de Blandengues trasladó el Fortín de San Carlos construido en 1711, hasta la Laguna del Chañar donde con la población existente instalaron el Fuerte de San Lorenzo del Chañar.

En 1779 también instalaron el Fuerte de San José del Bebedero.

Un lustro después, el Marqués de Sobremonte -“gran estadista español” al decir de Amílcar Razori-, en un informe expresó:

“La frontera de San Luis, la encontré totalmente desamparada, sin más que dos fuertes arruinados en toda su extensión, de manera que con los vecinos me fue preciso disponer la construcción de un nuevo fortín, y la recomposición de otro, proveyéndoles de algunas armas, pero sin un soldado para guarnición, precisados los milicianos de la jurisdicción a guardarlos por destacamentos, con una continua fatiga y destrucción de sus haciendas y labores, aumentada ésta, en las repetidas ocasiones que las noticias de la campaña dan recelo de indios.  De manera, que esta continuación de servicios, causa de la despoblación y retiro de los vecinos de aquel paraje, la fuga de los milicianos y el empeño de la hacienda, aun sólo en dar la ración de carne a dichos milicianos por no haber ramo alguno municipal, ni arbitrio para mantenerlo; siendo tal clase de gente, por sobre lo inexperto, como forzada a esta alternativa de servicio, le cumplen tan mal, sin embargo de las demostraciones que son consiguientes, que jamás puede conseguir el escarmiento de los enemigos, ni aun evitarse las entradas de ellos a las inmediaciones.”

 

En 1785 los indios lograron la ruina total de los Fuertes San José del Bebedero y San Lorenzo del Chañar, reconstruidos al año siguiente por orden de Sobremonte.

El historiador Razori destacó que en 1786 se consolidaron aquellos fuertes y se estableció “una línea de 70 leguas, desde Río Cuarto a Mendoza que se mantiene hasta el año 1810, asentada en San Rafael, de esta última provincia”, organizada con “pobres milicias constituidas por blancos y huestes de indios amigos”, provistos de las armas imprescindibles para poder enfrentar a las tribus que obedecían las órdenes de sus valientes caciques.

Tres localidades limitaban un triángulo donde algunas tribus Puelches, Pampas y  Moluches seguirían dominando mientras intentaban avanzar hacia el sur y el este, hacia las actuales provincias de La Pampa y Buenos Aires.

Las autoridades que se sucedieron desde mayo de 1810, no podían enfrentar oportunamente todos los conflictos expresados en distintas latitudes con enormes distancias y escasos medios de comunicación.  La zona delimitada por la ciudad de San Luis y las tierras a lo largo de los ríos Quinto y Salado siguió bajo el dominio de aquellas tribus y en 1818, demostraron su fuerza los Ranqueles…

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Fronteras de Mendoza…

Las depredaciones durante los ataques de tribus Auca, Pampa, Pehuelche, Ranquel… en la región sur de Mendoza y en el camino hacia “las pampas”, impulsaron al Capitán General de Chile a designar en 1770 al General Juan Manuel Ruiz para la defensa de esa zona previéndose la instalación del Fortín San Carlos en el Valle del Uco, cerca del río Tunuyán.  Allí, luego organizaron las milicias provistas de “armas de fuego”.  El Comandante Francisco de Serra Canals, en 1777 informó al gobierno de Buenos Aires acerca de las deficiencias en esos resguardos y demostró que era necesario asentar esa línea “tomando por base la defensa natural del Río Diamante”.

En 1788, Rafael de Sobremonte reconoció ese lugar como Villa San Carlos y contribuyó al afianzamiento de ese grupo poblacional también conocido como “9 de Julio” y en 1804, habiendo asumido como virrey, un grupo de caciques Pehuenches se acercaron a él para expresarle sus propósitos de establecer una Reducción que serviría para proteger el camino a Talca. Ha indicado el historiador Amílcar Razori que “dichos indios, son destacados con el Teniente de Blandengues, Esteban Hernández y el Capitán de Milicias, Santiago Cerra y Zamudio, junto con el Ingeniero geógrafo José Sourrier de Souillac, y una escolta de soldados, a fin de que, pasando por Río IV, se dirijan, luego, hacia la Cordillera para cumplir aquel propósito. Simultáneamente, el Virrey Sobremonte, comisiona, en 5 de enero de 1805, al Comandante de Armas de Cuyo, Faustino Anzay, a fin de que encomiende a su vez al Jefe de la Frontera y Fuerte de San Carlos, Capitán Miguel Telis Meneses con el objeto de que unido al padre Inalican, trate de atraer a los indígenas hacia la religión de Cristo y prepare el terreno, para asentar un nuevo fuerte, en la parte Sud de Mendoza.”

El historiador Morales Guiñazú, reiteró el texto de aquel parlamento destacando que Telis Meneses “en el deseo de no tener entorpecimiento, convoca a 24 caciques y 11 capitanejos Pehuenches a un parlamento que realiza en la confluencia de los ríos Diamante y Atuel, en los terrenos que pertenecían a las tribus de Goico, parcialmente ocupados por las de Roco, aproximadamente en el paraje que hoy lleva el nombre de Negro Quemado, el día 2 de abril de ese año de 1805, pactándose allí, un nuevo tratado de paz, con el asentimiento y conformidad expresa de los caciques y capitanejos que asistieron al parlamento”.   Ya estaba despejado el camino para que al mes siguiente, el 3 de mayo, cien soldados y oficiales comenzaran la instalación del Fuerte de San Rafael en la confluencia de aquellos ríos, sobre la margen derecha del Diamante, “60 varas al Sur del mismo y 1000 del Paso Romero”.  Levantaron murallas de adobe protegidas por un foso y en un “portalón” levantaron el imprescindible mirador; luego recibieron piezas de artillería y las pertinentes municiones. Dos años después, ya era evidente la importancia de su concentración urbana y organizaron más defensas.

Ese Fortín controló tal frontera hasta el movimiento emancipador de mayo de 1810 y la Junta de gobierno decidió el 14 de diciembre de ese año, que fuera trasladado hasta la confluencia de aquellos ríos, misión encomendada al Inspector de Milicias Ambrosio Mitre, padre de Bartolomé quien luego fue general y presidente de la Nación, siendo también recordado porque sus Coroneles tras sucesivos combates generaron terror entre sus opositores en la región cuyana.

Hay testimonios que demuestran lo innecesario de aquel traslado hacia la margen izquierda del río Diamante, luego reconocida como Villa 25 de Mayo.

 

(Recién a fines de ese siglo, en 1880, “San Rafael realiza su objetivo protector desde el segundo asiento” y han destacado que “las tierras del primer paraje”, fecundas y aptas para el cultivo de vides, fueron luego entregadas en grandes extensiones, a algunos inmigrantes que se comprometieron a colonizarlas.

Así llegaron Julio Ballofet, luego Rodolfo Iselín, colonizador francés que organizó la colonia agrícola Francesa cuyo plano fue aprobado a fines del siglo XIX.

A principios del siguiente siglo, en 1903, llegó hasta ese lugar el servicio de ferrocarril que se inauguró en uno de los tantos ramales que como varillas de un enorme abanico, acentuaban la concentración del poder en el puerto de Buenos Aires.)

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Patagonia e Islas del Atlántico Sur…

Fernando de Magallanes fue el primer español que llegó a Puerto Deseado y San Julián en octubre de 1520 y luego observó el río Santa Cruz.

Luego llegaron otros marinos y exploradores:  Fray García Jofré de Loaysa en 1526 y Simón de Alcazaba (1534).  A mediados del siglo XVI se iniciaron las expediciones por tierra, desde el Río de la Plata hacia el suroeste o cruzando la Cordillera de los Andes.

Sabido es que en 1550, Jerónimo de Alderete cruzó por el paso de Villarrica y que en 1553, Francisco de Villagra recorrió las orillas del río Neuquén, zona que al año siguiente reconoció Juan Pastene.

El pirata inglés Francis Drake estuvo en la zona del estrecho de Magallanes en 1578. Sarmiento de Gamboa en 1584 estableció el asentamiento de Nombre de Jesús, hacia el occidente del Cabo de las Once Mil Vírgenes.  Al mes siguiente, erigió el Real Felipe o Ciudad del Rey don Felipe en la Punta de Santa Ana -desembocadura del arroyo San Juan-, lugar reconocido como Puerto Hambre porque cuando llegó el pirata inglés Tomás Cavendish en 1587, advirtió los padecimientos que había soportado esa población ya que sólo encontró dos sobrevivientes de aquellas fundaciones.

A fines de ese siglo, llegó hasta ese extremo sur de América el marino Oliverio Van Noort.  Desde el noreste y entusiasmados por los relatos acerca de la Ciudad de los Césares donde había abundancia de metales preciosos, en 1605 llegó Hernando Arias de Saavedra y en 1622, Jerónimo Luis de Cabrera, el fundador de Córdoba.

En el año 1615, el francés Isaac Le Maire fue uno de los hombres que recorrió las costas del sur patagónico, en 1619 estuvieron Bartolomé García y Gonzalo Nodal;  un lustro después, en 1624,  Jacobo L’Hermite.

Desde occidente, en 1670 el Padre Nicolás Mascardi S.J. recorrió la zona de los lagos en la precordillera andina y Van Der Meren, en 1673 intentó establecer una población europea a orillas del lago Nahuel Huapí.

A mediados del siglo XVIII, en 1740, el Padre Tomás Falkner avanzó hacia zonas inexploradas del río Colorado.  Hacia el sur de ese río se dirigieron en 1745: Joaquín de Olivares y Centeno acompañado por los Padres Matías Ströbel, José Cardiel y José Quiroga.  En distintas latitudes estuvieron John Byron en 1764; Samuel Wallis en 1766; en 1768 Domingo Perler y también ese año estuvo Manuel Pando; en 1770 llegó José Goicochea.

En 1774, el Padre Falkner difundió su Descripción de la Patagonia y de las partes adyacentes de la América Meridional, conclusiones que significaron un llamado de atención para la Corona española.  Mediante la Real Orden del 24 de marzo de 1778, con el propósito de evitar el avance de “los ingleses o sus colonos insurgentes” hacia la zona de San Julián, ordenó que en esa bahía establecieran una población permanente.

El 14 de mayo de ese año, el Rey otorgó a Juan de la Piedra -ministro de la Real Hacienda en las Islas Malvinas– el título de Comisario Superintendente de las Bahías Sin Fondo y San Julián.

El 8 de junio de ese año, el Virrey Vértiz le ordenó que estableciera poblaciones pesqueras en Bahía Sin Fondo con el fin de iniciar la caza de ballenas, impedir el avance de naves de otros países dedicadas a tal explotación y “proporcionar a esta provincia este utilísimo ramo de comercio”.

El Rey, el 16 de julio de 1778 otorgó a Francisco de Viedma el título como Comisario Superintendente de la población a fundar en la Bahía de San Julián.

El 27 de agosto de 1778 llegó la flota conducida por Juan de la Piedra al puerto de Buenos Aires.  En una fragata, un bergantín un paquebote y una zumaca llegaron algunos funcionarios reales, clérigos, oficiales y ciento catorce hombres de tropa. Mediante Real Cédula del 19 de septiembre de 1778, los habitantes de los nuevos asientos recibirían tierras y viviendas, útiles de labranza y semillas.  Con la intención de atraer a más expertos, mediante un Bando difundido en Galicia estimularon a algunas familias de agricultores que acompañaron a los conquistadores.

El virrey Vértiz le entregó una Instrucción “para establecer poblaciones y fuertes provisionales en las Bahías Sin Fondo y la de San Julián u otros parajes de la costa oriental llamada Patagónica, que corre desde el Río de la Plata hasta el Estrecho de Magallanes.”   En ese documento, alude a la Punta de San Martín donde desemboca el río Negro que se interna trescientas leguas en el Reino de Chile, “circunstancia que hace más precisa su ocupación, e impone erigir allí un fuerte provisional”.

Ya estaba en viaje Juan de la Piedra hacia el sur, cuando llegó a Buenos Aires el Comisario Superintendente Francisco de Viedma. Era evidente que se superponían las funciones porque en la designación le habían establecido las mismas instrucciones.

El virrey decidió que aunque estaba destinado a San Julián, debía quedarse Bahía Sin Fondo porque ahí era conveniente afianzar el primer asiento.

El 7 de enero de 1779, la expedición de Juan de la Piedra se aproximó a una bahía situada al sur del Golfo Nuevo y durante los tres días siguientes desembarcó lo necesario para fundar el Puerto San José en la península de Valdez.  Llegó semanas después Francisco de Viedma, cuando Juan de la Piedra, ya había instruido al piloto Brunel y al Alférez Pedro Andrés García para que avanzaran hacia las bocas del río Negro.

El 4 de marzo de ese año, el perseverante Juan decidió regresar a Montevideo, quedó en su lugar Francisco y entusiasmado por las noticias de Basilio Villarino que había recorrido esa zona, con un bergantín y una zumaca inició la navegación hacia las entradas del río Negro donde desembarcaron e instalaron el Fuerte de Carmen de Patagones o Fuerte de Carmen de Patagones del Río Negro.

El 13 de junio de 1779 una vasta inundación determinó el traslado de Carmen de Patagones a la banda izquierda, cerca de una cantera y allí cavaron un foso alrededor de un terreno de ochenta varas por lado e instalaron un Fuerte provisorio.

El 7 de agosto de 1779, en reemplazo de Juan de la Piedra fue nombrado Comisario Subintendente Andrés de Viedma y meses después, quedó “incapacitado físicamente”.

En aquel tiempo, Francisco de Viedma le había encomendado el control del Fuerte de San Julián a su hermano Antonio.

Un informe indica que en ese lugar sólo encontraron al Alférez Pedro Andrés García junto a un cabo, un panadero, dos soldados y cuatro presidiarios…

 

(Es oportuno tener en cuenta que el Alférez Pedro García, español, nacido en Caranceja, pueblo de la española provincia de Santander, el 26 de abril de 1758; luego se destacó como capitán de Infantería, ascendió a Teniente en 1783; capitán de una compañía de Granaderos en 1787; capitán de la Cuarta Compañía del Tercio de Cántabros Montañeses creada por Liniers durante las invasiones inglesas de 1806 y coronel durante las segundas de 1807, cuando se destacó por la precisión de sus acciones.)

 

Era necesario continuar con las exploraciones en la costa atlántica de la región patagónica y ante la incapacidad de Andrés de Viedma, el virrey Vértiz comisionó a su hermano Antonio quien partió desde Montevideo el 3 de enero de 1780, con aproximadamente noventa hombres hábiles para trabajos en mar y tierra; obreros, pobladores, oficiales y religiosos.

En febrero de 1780, en Carmen de Patagones construyeron la  Capilla y el casi imprescindible “almacén de víveres”.  Luego, treinta kilómetros al oeste de Patagones, instalaron el Fuerte de San Javier cuyas maderas se incendiaron en 1785 hasta la destrucción total.

 

Los “actos formales” que los fundadores debían concretar para tomar posesión real de las tierras tras el desembarco eran breves: deshacer terrones y mover piedras, cortar ramas y arrancar matas, redactar y firmar el acta pertinente.

Así fue como Antonio de Viedma en tres meses logró tomar posesión “solemne y real” para la Corona española, el 19 de febrero de 1780 en Santa Elena; el 6 de marzo en San Gregorio; el 1º de abril en San Julián y el 23 de mayo en Deseado, donde instaló un Real, construyeron la Capilla y ranchos de “quincha y paja”.

Estuvo allí hasta el 21 de noviembre y partió hacia San Julián donde estableció Nueva Colonia de Floridablanca:

“…alrededor de las tiendas cava una zanja en cuadro, y artilla, cada uno de los ángulos, con un pequeño cañón de a 4, como medida provisional de defensa”.  La Capilla fue puesta bajo la advocación de “Nuestra Señora del Rosario”.

En aquel tiempo, Antonio de Viedma decidió partir hacia Buenos Aires con el propósito de regresar a Europa y dejó en su reemplazo al Capitán Iriarte. El 6 de enero de 1781 ayudados por indios de ese lugar, instalaron un Fuerte de madera, con cuatro cuarteles en dos pisos.

Soportaron diversas dificultades, la principal era la mala calidad del agua y el clima ventoso y frío; otras eran generadas por conflictos entre personas, ya que en un escrito Antonio de Viedma expresó:

“…me movieron a determinar la retirada: la una el estar el paquebot fondeado en aquel puerto por instante en peligro de perderse…

“…para contener la gente era menester apartar de aquel destino… al subteniente, al capellán y al cirujano”.

Mediante una Real Orden del 1º de agosto de 1783, el virrey Vértiz autorizó el desmantelamiento de las instalaciones de San Julián, Río Negro, Puerto de San José, Puerto de San Antonio y Puerto Deseado.

En 1786, el gobernador Intendente Francisco de Paula Sanz se opuso a la restauración de aquellos núcleos, luego opinó a favor el virrey Arredondo (1789) y en 1798, el Consulado gestionó el traslado de la frontera a Choele Choel.  Los gastos estaban a cargo de la Corona y por eso perduraron Carmen de Patagones y los “avecindamientos de Viedma y Puerto Deseado”.

La mayoría de la población de Carmen de Patagones era española y tras el movimiento de mayo de 1810 se generaron continuos conflictos.

En 1811, la Junta de gobierno de Buenos Aires ordenó el desmantelamiento completo del Puerto San José fundado por Juan de la Piedra en la segunda semana de enero de 1779 y con evidente declinación desde tres años después.

 

(Durante la presidencia del doctor Raúl Ricardo Alfonsín, miembro de la Unión Cívica Radical residente en Chascomús, período 10/12/1983 al 09/07/1989, el gobierno nacional impulsó un proyecto de traslado de la Capital Federal al territorio de Carmen de Patagones.

Palabras, debates, especulaciones inmobiliarias y aunque tal sector del radicalismo se autodenominaba Renovación y Cambio, la imaginada “mudanza” fue solo eso, una fantasía, un sueño, casi una leyenda…)

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El negocio de “las carnes”…

Las vaquerías pertenecían al sistema organizado y explotado sólo por los accioneros que como tales fueron reconocidos por el Cabildo de la Ciudad, generalmente hombres blancos que se instalaban transitoriamente en los lugares donde podían ejercer su dominio agrupando esa riqueza móvil, “semovientes” que se reproducían con poca exigencia de trabajo humano y significaban una potente atracción por los grandes beneficios que luego obtenían.

Fue en aquella época cuando comenzaron a movilizarse los accioneros clandestinos, sin autorización del Cabildo: tanto españoles como mestizos e indígenas rodeaban al ganado y los sacrificaban sólo para obtener los cueros y la grasa que luego vendían sin más esfuerzo que el uso de sus habilidades para degollar y desollar.

Lógicamente, requerían la complicidad de los comerciantes urbanos que adquirían esos productos.

Así fue como desde aquellos comienzos de las relaciones comerciales se generó la trama de los intereses creados al margen de la legislación vigente, una tradición que perdura en el siglo veintiuno con diferentes tipos de intercambios y de evasiones…

 

Sabido es que mediante Reales Cédulas del 10 de abril de 1793 y del 20 de diciembre de 1802, los negocios con “carnes saladas” fueron liberados de todo gravamen, incluso el de alcabala, “tanto en la metrópoli como en cualquier puerto autorizado de Indias”.  En aquel tiempo, entre los saladeros más importantes eran reconocidos “los de Manuel Melián, Francisco Albín y Miguel Rian, en 1780; se destinaba ese producto al abastecimiento de las Malvinas y otros puertos patagónicos; Melián embarcó en Montevideo 136 barriles de carne, y en lo sucesivo realizó otras operaciones de cierta magnitud.  Pero se menciona a Francisco Medina como el primer gran saladerista del Río de la Plata; en 1784 ofició al gobierno acerca de sus propósitos de exportar a España cada año 8.000 quintales de carne salada, a condición de que se le vendiera la estancia Don Carlos, de la Banda Oriental; como los funcionarios reales sólo se aviniesen al arrendamiento de la estancia, adquirió la de los padres betlehemitas, próxima a la Colonia del Sacramento y los campos adyacentes, y entre ellos levantó el saladero Colla, el más importante de su tiempo, en una extensión de siete leguas de fondo por tres y media de ancho.  Dispuso de barcos propios para el envío de carnes a España y organizó la extracción de sal en las salinas patagónicas, en ese establecimiento se elaboraba carne salada y charque y como subproductos se obtenían cueros, sebo, lenguas y quijadas.  Medina murió en 1788, hubo luego algunos años de paralización y en 1792 la empresa fue arrendada a Tomás Antonio Romero, rico comerciante de Buenos Aires, y la dirección y administración del saladero quedó en manos del poeta Manuel José de Labarden”, –Lavardén- “hombre de iniciativas, progresista, que hizo traer de España en 1794 los primeros carneros y ovejas de raza Merino. Labardén declaró en julio de 1796 la existencia de la estancia de 20.000 vacunos, 1.000 caballos de servicio, 900 leguas de corral, 3.000 lanares, 20 cabras, 300 bueyes, centenares de cerdos y 6 ovejas de raza Merino.  El saladero del Colla fue destruido por un incendio en 1798, pero Labardén tomó a su cargo otro establecimiento en Colonia del Sacramento, hasta su muerte en 1809.

En 1798, los hacendados de Buenos Aires y Montevideo hicieron saber al ministro Diego Gandoque, que se hallaban en condiciones de enviar anualmente a España 389 embarcaciones de 250 a 300 toneladas con carne, sebo, cerdas y astas, y proponían que se hiciese llegar de Irlanda de 80 a 100 maestros en la salazón de carnes y la fundación de una Compañía Marítima que tuviese a su cargo el transporte.  Según las cifras de Félix de Azara, entre 1792-1796 se exportaron 40.759 quintales de carne salada y charque con destino a La Habana y a España en 1798-1800 se embarcaron para puertos del Brasil y de otras colonias 24.100 quintales.”

“…se calculó que a fines del siglo XVIII no había más de 6.500.000 animales cimarrones en 42.000 leguas cuadradas.

Los indios del otro lado de la cordillera, sobre todo los araucanos, se llevaban todos los años grandes partidas de animales de las pampas bonaerenses, y lo mismo de los otros campos de Mendoza, Santa Fe, Tucumán, y de los de Yapeyú y San Miguel.   Era la ganadería el recurso principal de la colonia.  Azara destacó su importancia y dijo que todas las minas o monedas de ambas Américas no alcanzaban a la mitad del valor que puede ofrecer la ganadería.

“Entre 1803 y 1805 se exportaron desde Montevideo 202.273 quintales de carnes saladas y charque y desde Buenos Aires, en el mismo período, 55.649 quintales”…  [28]

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1803-1810: crisis y cambio de gobierno.

Durante la última década del siglo dieciocho, en Europa se generaron los primeros cambios en las relaciones laborales e internacionales como consecuencia del desarrollo industrial porque algunas máquinas empezaban a producir “por cien, doscientos, quinientos obreros con el trabajo de uno. El costo disminuye, desaparecen los talleres artesanales y empiezan las manifestaciones económicas del gran capitalismo: financiación, concentración del capital, producción ‘standard’ y barata, comercialización por los mismos industriales y también sus resultados sociales: desvalorización del trabajo, rebaja de salarios, empleo de mujeres y niños, horarios de catorce y dieciséis horas, condiciones insalubres de la producción.  Capitalismo y proletariado son expresiones antagónicas”.

El historiador argentino José María Rosa, ha destacado que “después de 1789 la revolución política francesa consolida la revolución industrial inglesa.  La noche del 4 de agosto de 1789 la Constituyente abolirá los obstáculos del tráfico internacional en una borrachera doctrinaria liberal que hace exclamar a Camilo Desmoulins: ‘En esta noche histórica han caído todos los privilegios: se ha concedido la libertad de comercio; la industria es libre’.  Francia se llena de tejidos ingleses de Manchester, que arruinan su producción nativa a los compases de la libertad, la igualdad y la fraternidad”. [29]

Esas transformaciones influyeron también en las colonias españolas, en América.  El venezolano Francisco Miranda lograba ser conocido más allá del Atlántico como “el teórico de la ‘libertad’.  Quería para América española un gobierno ‘libre, sabio y equitativo. Como desconfiaba de la preparación del pueblo criollo para conseguirlo, esperaba sincera e ingenuamente que Inglaterra lo haría, por liberal, enemiga de España, y para devolver su comercio exterior, cuya incidencia en las cosas políticas nunca alcanzaría a comprender. Soñaba con ‘aliar formalmente’ América española con Inglaterra”…

No fue por casualidad su participación en el intento de invasión a Buenos Aires proyectado por el caraqueño Miranda en Londres, “donde forma un club o logia de residentes hispanoamericanos, entre ellos los argentinos Mariano Castilla y José Moldes, que eleva memoriales a Castlereagh, ministro de Colonias, reiterando su viejo propósito. Fue entonces cuando llegó a Buenos el coronel prusiano James F. Burke y fundó “centros de captación en casa del comerciante norteamericano Guillermo Pío White, del irlandés Edmundo O’Gormann sobrino del protomédico, y en la Posada de los Tres Reyes, calle del Santo Cristo (25 de Mayo), en la que crea con el portugués Juan Silva Cordeiro una logia masónica”…

“En 1803 Castlereagh encarga al comodoro Home Riggs Popham que estudie con Miranda el plan del venezolano del apoderamiento de América española por expediciones militares apoyadas, en lo interno, por los partidarios de una ‘independencia’ política.  El mismo año es elevado a estudio del gabinete; habría dos expediciones: una a Venezuela dirigida por el mismo Miranda con dos mil infantes británicos y cuerpos de caballería y artillería; la otra al Río de la Plata conducida por Popham con tres mil soldados”.

En octubre de 1804, cuatro fragatas españolas trasladaban desde el Río de la Plata, pasajeros y “12.000.000 de pesos en metálico”.  Cerca del puerto de Cádiz fueron asaltadas por cuatro navíos de guerra ingleses a las órdenes del comodoro inglés Moore. El historiador José María Rosa destacó que “las autoridades españolas, ajenas a sus propósitos lo habían agasajado” y reiteró que “viajaba en una de las fragatas el mayor general español Diego de Alvear, que había presidido la comisión de límites con Brasil, y salvó la vida junto con su hijo Carlos María, futuro vencedor de Ituzaingo, pero no así su esposa e hijas mujeres que perecieron en la explosión de uno de los buques (La Mercedes).”

Ese ataque determinó la declaración de guerra de España contra Gran Bretaña, expresada en diciembre de 1804.

Mientras tanto, los británicos esbozaban sucesivas estrategias para “liberar Sudamérica”, a su manera

El 2 de abril de 1805, el virrey Rafael de Sobremonte fue informado acerca del estado de guerra con Gran Bretaña y empezó a organizar las defensas en Buenos Aires con dragones y blandengues; también en Montevideo, Maldonado, Colonia y Enseñada.

Hay que tener en cuenta que como lo ha destacado el historiador Manuel M. Cervera, “desde las guerras anteriores del siglo XVIII entre España y Portugal, guerras en las que Inglaterra intervino a favor de esta última nación, los ingleses tuvieron deseos de apoderarse en tiempo no lejano, de esta comarca del Río de la Plata, que les prometía las riquezas del Perú y el comercio libre en toda esta región Sud de América.”   [30]

En abril de 1806, Popham embarcó hacia el Río de la Plata “con mil cuarenta hombres  (fuerzas de infantería y de caballería), con modernos cañones y proyectiles”.

Esa movilización evidentemente “tiene mucho de aventura de piratas: el motivo que parece haber decidido a Baird era saber que se encontraba en Buenos Aires el situado de ‘caudales reales’ (la recaudación impositiva) de Chile y Perú, cuyo monto se hacía ascender a cinco millones de pesos de plata, que no habían podido salir del puerto por causa de la guerra.  Los caudales eran ‘buena presa’ conforme a las leyes inglesas de guerra, y podrían repartirse entre los jefes y oficiales en proporción a sus grados y mando de la expedición”.

El Coronel William Carr Beresford fue ascendido a Brigadier y con ese grado equivalente al de Popham, fue el responsable de “establecerse como teniente-gobernador a nombre de Jorge III ‘en los establecimientos en el Río de la Plata que someterían las armas a Su Majestad, con el poder y el salario que tuvieran los gobernadores españoles.  Esto excluía ‘la independencia’ a lo Miranda.  Por eso el primer acto de Beresford al instalarse en Buenos Aires fue exigir a los vecinos un juramento de lealtad a Jorge III.”

El mayor general sir David Bair, recibiría “la cuota en la ‘buena presa’ correspondiente al Jefe, aun cuando no tomase parte en la invasión”…

El 25 de junio de 1806, llegaron las naves inglesas al Río de la Plata y después de recorrer la costa, desembarcaron en Quilmes aproximadamente a las once de la mañana, donde se enfrentaron en breve combate al día siguiente.

“A Sobremonte no se le ocurre nada ante el peligro…

Sólo atina a destruir el puente y poner las embarcaciones amarradas en el Riachuelo en la orilla izquierda, ‘así los enemigos no pueden usarlas’.  Después, padre y marido ejemplar, piensa en los suyos.  Vuelve a la Fortaleza, hace aprontar un carruaje, que con la correspondiente escolta llevará a su esposa, hijas y futuro yerno a la seguridad de la quinta de Monte Castro (Floresta), donde se les habría de reunir el cabeza de familia ‘una vez agotadas las medidas que requiere el honor’…”

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El 27 de junio, el virrey Sobremonte con su catalejo miraba cómo avanzaban las tropas inglesas cruzando el Riachuelo a nado y acercando las embarcaciones a la orilla.

Es oportuno tener en cuenta lo expresado por el historiador santafesino Manuel M Cervera: “La sorpresa del 27 de junio de 1806 de los ingleses en Buenos Aires, provocó pues primero, cierta indignación en el gobierno inglés, por los gastos y las complicaciones que le traería, expedición no autorizada, según se dijo; sorpresa que la España, perdidas sus escuadras y su marina mercante, sin dirección política y sin recursos, y habiendo perdido hacía tiempo el tráfico comercial con las Colonias de América, no podía rechazar debidamente.” /…/  “Casi sin noticias y repentinamente, 1600 soldados ingleses desembarcaron en Buenos Aires y se posesionaron de la ciudad, el 27 de junio.

La llegada de los invasores (dice Núñez en sus ‘Noticias históricas), á la barranca de la ciudad, llenó de consternación á todos los habitantes; nadie se entendía; unos pedían armas y municiones, otros intentaban defenderse á cuerpo cubierto; los gefes no atinaban á mandar”…  [31]

 

Después, deliberaciones y “afortunadamente Juan Larrea trae de su casa un libro de arte militar con un modelo de capitulación. Las formalidades han quedado salvadas”…

Los primeros ingleses avanzaron por la calle Defensa hacia la Plaza Mayor aproximadamente a las tres de la tarde.  El 29 de junio, Beresford difundió su proclama refiriéndose al libre comercio y a la libertad de culto, expresó que la población en esos momentos estaba protegida por “el honor, la generosidad y la humanidad del carácter británico”.

Más allá de las palabras, sabido era en aquellas circunstancias que “la gran preocupación del inglés son los caudales”.  Ha explicado el historiador Cervera que “el virrey Sobremonte, no pudiendo ó no sabiendo defender su posición, por cobardía é impericia, y al que oficiales y soldados acusaron personalmente de venta y abandono indecoros, retiróse hácia el interior, con el inspector Arce, el coronel Manuel Gutiérrez, el teniente coronel Tomás de Rocamora y otros jefes”… [32]

Cervera reitera la carta que el virrey Sobremonte envió el 6 de julio de 1806 desde la posta de la Candelaria de Francisco Gallegos al gobernador de Santa Fe Teniente Gastañaduy, “señalándole que el 1º del mismo mes, desde la Cañada de la Cruz, le había dado cuenta de la toma de Buenos Aires, por una expedición de solo 2.000 hombres escasos, á los que no resistieron las milicias y única tropa que se les opuso; y aunque capituló la ciudad, no quizo él incluirse, por quedar expedito para el gobierno Superior del Reino, y con la caballería que pudo, siguió hasta donde le acompañaron los milicianos, y viendo ser conveniente pasar á la jurisdicción de Córdoba, para declarar á esta ciudad interinamente, por capital del virreynato, y formar un fuerte campamento en el pueblo de Cruz Alta.  En este supuesto, pedía que el teniente instruyera al Cabildo, para que demostrara su fidelidad al rey, en esta ocasión, y cuidar con él, de que todos estos vasallos la demuestren”. [33]

Esas declaraciones del virrey Sobremonte, revelan la falta de previsión acerca de las posibilidades del invasor, porque aunque estuviera convencido de los escasos recursos militares para la defensa, debió imaginar que el mismo camino que él hacía con sus acompañantes, podría ser el que sirviera para el avance de los británicos. No fue por casualidad que el teniente Gastañaduy, en Santa Fe después de leer esa carta del virrey y sin tener más noticias, haya planteado tal situación al Cabildo. Así fue como durante una sesión, evaluaron la posibilidad de ser invadidos y como anotó Cervera, “resolvióse que tanto para auxiliar la línea española, y retirada oportuna de las tropas y para resistir al enemigo, cuando trata de internarse y extenderse, como para dirijir los auxilios que precisamente ha de necesitar la plaza de Montevideo, ó cualquiera otra línea, que haya sido necesaria formar en la otra banda del Uruguay, para el caso de haberse apoderado los ingleses del Fuerte de Santa Teresa y de la Plaza de Maldonado”… Destacaron que “por lo sucedido pueden y deben resultar, de la fortificación de esta plaza y de los tres principales puntos de Punta Gorda, Punta del Palmar y Punta de Salto, accesorios á ella; se suplique á su ilustrísima, ayude con armas, pertrechos y demás cosas para poder estar prevenidos, concertar y sostener las tropas, el dinero necesario, y debiendo hacer un repuesto de acopios correspondientes, en este punto central, con seguridad y sin demora, para poder atender á las necesidades y pidióse al mismo tiempo al cura y religiosos efectuaran rogativas al bien común y novenario a San Gerónimo, habiendo ofrecido la hermandad de San Benito una misa solemne a este efecto, lo que se acepta.

Así, mientras huía el virrey, el Cabildo de Santa Fe con todo tino y discreción, señalaba los puntos que el enemigo podía tomar, y aprovechar después, con a segunda expedición llegada, y se prevenía una defensa del interior del país.

El 22 de julio, recibióse carta del virrey: agradeciendo los sentimientos de fidelidad y nobleza de la ciudad de Santa Fe, y considerando justa la idea de poner en estado de defensa á la ciudad”…  [34]

Hábiles en cuestiones de espionaje, enseguida indicaron que la carreta con el Tesoro estaba en Luján y rápidamente “1.2191.323 pesos plata; menos de lo supuesto, pero de cualquier manera una suma respetable” estuvieron en posesión de Beresford.

Lograda la posesión de los caudales, el 2 de julio Beresford concedió las condiciones de la rendición.

Hecho el cálculo de lo usurpado, “parte se deja a la tropa, y el resto (más de un millón) es embarcado para Londres.

Allí será recibido en triunfo, desfilará entre las banderas tomadas, y se depositará con todos los honores en el Banco de Inglaterra.  Reducido a libras esterlinas y hechas las deducciones para la Corona, fueron repartidos entre los jefes y oficiales.”

Manuel Cervera explicó que “sus procederes chocaban con las costumbres públicas, recojiendo con apresuramiento tesoros y caudales que embarcaban para Inglaterra: hasta 4.000.000 de pesos fuertes y otros fondos, pertenecientes á la renta de tabaco; lastimaban al espíritu religioso del país, con la imposición de gefes extraños, que se consideraban como perversos enemigos de Dios.  Los jóvenes criollos, consideráronse como deprimidos en su orgullo y valor ya demostrado varias veces, en contra de otras invasiones extrangeras y guerras de la Colonia; causantes de lo sucedido eran los ineptos oficiales españoles, los sentimientos familiares y procederes del clero, despertaban el espíritu local en defensa de los intereses personales de cada uno, y de la liberación de imposiciones extremas; el temor de que se considerara cobardía é ineptitud, el sometimiento tranquilo á los vencedores, impulsó a los más altaneros y arrogantes, á reunirse y animarse, siendo el alma principal de la resistencia Juan M. de Pueyrredón, quien con otros más y Liniers, prepararon ocultamente los ánimos para la revancha sangrienta.”  [35]

 

Se había cumplido otro sueño de dominación de los británicos porque durante cuarenta y seis días usurparon la colonia española del Río de la Plata.

Desde el principal diario de Londres –The Times– informaban:

“En este momento Buenos Aires forma parte del Imperio Británico, y cuando consideramos las consecuencias resultantes de tal situación y sus posibilidades comerciales, así como también de su influencia política, no sabemos cómo expresarnos en términos adecuados a nuestra idea de las ventajas que se derivarán para la nación a partir de esta conquista.”

 

El marino francés Santiago de Liniers era el jefe del Fuerte de la ensenada de Barragán y el 1º de julio de 1806 “según declaración dada en el convento de Santo Domingo”, se impuso la obligación de concretar la reconquista. Diez días después se embarcó hacia Montevideo, “donde convino con el gobernador de esta plaza, Ruiz Huidobro, la defensa contra la invasión inglesa”.

 

Es oportuno saber quién era ese francés dispuesto a enfrentar a los ingleses: Santiago de Liniers y Bremond nació en 1753 en La Vendée, Francia. Estudio en Malta.  Distinguido como Caballero de la Orden Soberana. En 1775 integró la flota española durante la guerra contra Argelia y terminada esa campaña acompañó a Pedro de Cevallos, nombrado virrey en el río de la Plata.  Regresó a Europa y se incorporó a la marina española durante la guerra contra los ingleses.  En 1788 lo destinaron al Río de la Plata y en Buenos Aires se casó con la hija del poderoso comerciante Martín de Sarratea.

 

El 10 de agosto, desembarcó Liniers con sus tropas en San Fernando y estableció su campamento en Miserere -luego reconocida como Plaza de Setiembre- “reuniendo 900 hombres de tropa, y el resto hasta 1300, con vecinos y transeúntes, muy particularmente catalanes, á los que se les dio el nombre de Miñones, algunos marinos y marineros, un corto número de veteranos con algunos franceses corsaristas y 100 individuos más que se incorporaron en el tránsito de Montevideo á la Colonia”, como lo explicó Cervera después de leer varios documentos, entre ellos las Memorias póstumas del coronel Cornelio Saavedra.

Apoyaron a Liniers las milicias organizadas por Martín Rodríguez, Martín de Sarratea y Juan Martín de Pueyrredón y en una semana lograron la rendición de los británicos que avasallaron a la ciudad durante cuarenta y cinco días:

“Más de 1.200 hombres con su general W, Can Beresford á la cabeza, rindieron las armas el 12 de Agosto: después de haber perdido entre muertos y heridos, 412 hombres y 4 oficiales”, escribió en 1903 el doctor Manuel Cervera.

 

Un mes después, “el prior de los dominicos -fray Gregorio Torres- además de jurar pasaría una deplorable carta: ‘La pérdida del gobierno en que se ha formado un pueblo suele ser… muchas veces el principio de su gloria… La suavidad del gobierno inglés y las sublimes cualidades de V.E. (Beresford) hacen esperarlo… La religión nos manda respetar las autoridades seculares y nos prohíbe maquinar sobre contra ellas, sea la que fuere su fe, y si algún fanático o ignorante atentase temerariamente contra verdades tan provechosas, merecerá la pena de los traidores a la Patria y al Evangelio’.

Después presta juramento el cabildo en pleno, los funcionarios y los oficiales de las tropas veteranas.  También el consulado, notándose la ausencia de su secretario Manuel Belgrano que ha preferido irse a su estancia de Mercedes, Banda Oriental. No acude a la audiencia, por entender que sus funciones emanan del rey de España, y no puede prestar juramento a otro; no se reunirá durante la ocupación británica a distribuir justicia invocando un nombre que no es el de Carlos IV”…

Continuaron los conciliábulos y desde el desembarco de los ingleses, como nacen los brotes se estuvo gestando la resistencia con un plan impulsado por el catalán José Fornaguera: “…entrará de noche en la Ranchería y pasará a cuchillo a los ingleses, mientras otros grupos harán lo mismo en los ‘puestos’.  Los Beresford en la Fortaleza no tendrían más remedio que rendirse.  Martín de Álzaga, el fuerte comerciante español, oye con seriedad el plan de Fornaguera y acepta financiarlo.  Habría que buscar 700 u 800  voluntarios de buenos cuchillos y nervios templados.  Otros dos catalanes -Felipe Sentenach y Gerardo Esteve y Llach- mejoran el proyecto: deberían traerse 1.000 veteranos de Montevideo aprovechando un tiempo de bajamar en que los pesados navíos ingleses no pudieran acercarse a la ribera… Álzaga se pone a la cabeza de los trabajos… A las reuniones con Álzaga y Sentenach concurren Juan Martín de Pueyrredón y Santiago Liniers. El primero, joven de fortuna y resuelto, había ido a Montevideo después de la toma de Buenos Aires a hablar con Ruiz Huidobro, quien le aconsejó ‘formar guerrillas’ con los peones y vecinos de su quinta en San Isidro: lo había empezado a hacer, independientes de las reunidas en Perdriel.   Estos gauchos sin uniforme, ni armas de fuego, sin instrucción, pero decididos y valerosos, serán los “húsares de Pueyrredón”.

El francés Santiago de Liniers, comandante del Fuerte de Ensenada había llegado a Buenos Aires y sabido es que participó en los planes de Álzaga. Organizadas las expediciones, era necesario tener en cuenta las características de esa zona porque las fuerzas del viento y la potencia del oleaje determinaban las condiciones favorables o desfavorables para la defensa de los puertos.

“Ya Liniers tenía más de 3.000 hombres, entre ellos los reunidos por Álzaga que eran 600, perfectamente armados.  Han llegado gentes de las orillas, a caballo o a pie, armados de viejos trabucos o de chuzas improvisadas; hasta niños, destinados a servicios auxiliares (con ellos Juan Manuel de Rosas, de 13 años, enviado a servir un cañón).”

 

Preparados para el ataque durante la jornada del 11 de agosto de 1806, acordaron hacerlo al mediodía del día siguiente. Comenzó el tiroteo y entre los milicianos y gente del pueblo dispuestos a luchar por la reconquista, estaba Manuela Pedraza junto a su marido, “un cabo de asamblea”.

Liniers la nombraba “la tucumanesa” y era tal su coraje que “mató con sus manos al primer inglés que tuvo a su alcance y apoderándose de su fusil siguió la lucha entre los ‘tiradores’.  Liniers la recomendó al rey, y Carlos IV la hizo subteniente de infantería con uso de uniforme y goce de sueldo.”

Terminados los combates, “en la plaza hay tendidos cuatrocientos ingleses entre muertos y heridos, y un número aproximado o superior de criollos.  Son las tres de la tarde del 12 de agoto de 1806.

Es oportuno reiterar que el doctor Dr. Juan de Dios Madera durante esos combates, siendo practicante asistió a los heridos…

Tres días estuvieron festejando esa victoria. Casi al mediodía del 14 de agosto, en la Fortaleza se reunió el congreso integrado por “98 personas: 6 clérigos, 14 funcionarios reales, 13 entre regidores, alcaldes y conciliarios, 8 oficiales militares, 46 comerciantes y propietarios, y 11 ‘profesores’.  La clase principal estaba en mayoría, pero los nativos criollos no pasaban de 20.

Distintivo celeste y blanco…

El historiador Zinni reiteró lo escrito en un “Papel de la Época – El amigo de la Patria” y es otro dato significativo: [36]

“…‘El 14 del mismo mes, salieron los reconquistadores á la calle, con un distintivo en la cadena del reloj, para conocerse, y era una cinta blanca y celeste; bajo el mismo pretexto, pasaron el día siguiente el distintivo á un ojal del chaleco, y formaron la reunión de lo más lucido de Buenos Aires, en la casa del general Juan M. de Pueyrredón, de donde salió el plantel de la independencia, es decir, el cuerpo de oficiales del primer escuadrón de húsares, que después se repartieron en todos los cuerpos de la guarnición’.  Los colores de esta cinta, formaron más tarde, los que aparecen en la bandera Argentina”…

 

Previo un desagravio a un cuadro de Carlos III que se encontró en la Fortaleza rasgado, se entró a deliberar”…  Llegaron el abogado Juan José Paso, Joaquín Campana -que tampoco ‘profesaba’ el derecho por no ejercer ante la Audiencia-, Juan Martín de Pueyrredón y Manuel José de Lavardén pidiendo “la deposición del virrey del mando de las tropas y su reemplazo por el Sr. Santiago de Liniers… Había corrido la noticia de encontrarse Sobremonte al llegar”…

 

“…La noticia de la reconquista de Buenos Aires, llegó a Santa Fe el 19 de agosto, y el Cabildo ordenó poner carteles de anuncio en las calles, y se iluminara la ciudad los días 20, 21 y 23 del mismo mes; y en el mismo día 19, recibióse la noticia del Intendente de Buenos Aires, quien el 19 de Julio había determinado pasar á Santa Fe, á causa de la rendición de Buenos Aires, lo que dejaba de efectuar.  El virrey Sobremonte, mientras tanto, reunía gente en el interior”…

 

El 28 de agosto, el marqués de Sobremonte estaba en San Nicolás y delegó el poder político en el regente de la Audiencia y el mando militar en Liniers, “mientras objetos de mejor servicio lo tuviesen alejado de la capital”.  Quedó en aquella localidad hasta que el 23 de septiembre convencido de la creciente oposición decidió embarcarse en San Fernando y desde la Banda Oriental, informó a Madrid acerca de esa situación, tras “haber dado las disposiciones convenientes para la defensa de la ciudad”.

 

Desde Londres, en The Times reconocían que era “este desastre, quizás el más grande que ha sufrido el país desde el comienzo de la guerra revolucionaria”:

“El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no queda un solo soldado británico en la parte española de Sudamérica”.

(En 1807, los ingleses invadieron por segunda vez la ciudad de Buenos Aires pero tras el desembarco fueron derrotados.)

Canónigo Saturnino Segurola, pionero…

Es oportuno reiterar lo expresado a principios del siglo veintiuno por el doctor Pablo A. Croce, en una crónica referida al origen de la Casa de Niños Expósitos en la ciudad de Buenos Aires, siendo virrey Juan José de Vértiz.

Aludiendo a los servicios de prevención de la salud, destacó que el Canónigo Saturnino Segurola era “Doctor en Ciencias de la Universidad San Felipe de Santiago de Chile, religioso preparado en el arte quirúrgico, conocido por haber introducido y administrado la vacuna antivariólica en el Río de La Plata, desde julio de 1805, por impulso del Virrey Sobremonte, sólo 6 años después de la comunicación original de Jenner, y por ser también, Director de la Biblioteca Nacional”, el primero…

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A mediados de mayo de 1810, sólo algunos vecinos de Buenos Aires estaban evaluando la conveniencia de romper los vínculos con la Corona española.

En tales circunstancias, llegó al puerto de Buenos Aires la embarcación inglesa de guerra “Misletoe” y también la confirmación de la noticia que el mes anterior había comentado un mercante inglés: la caída de Sevilla.  En esa nave llegó Manuel Francisco de Miranda, emisario de Strangford con algunas cartas para “los jóvenes alumbrados” y como reiteró el historiador José María Rosa, “el Misletoe venía, aparentemente, a reforzar la estación británica y evacuar a los comerciantes ingleses que debían salir de Buenos Aires antes del 19 de mayo.

Pese a las precauciones del virrey, las noticias se difunden, y al pasar de boca en boca, se exageran. Para atenuar sus efectos, Cisneros ordena el 17 la impresión de un volante -una gaceta-, con ‘una copia traducida de la Gaceta de Londres de 16, 17 y 24 de febrero último referentes a los sucesos de España’.  Omite el virrey, por prudencia, las ‘circunstancias desagradables’ de los cargos contra los diputados, y asegura que aún se combate en defensa de Andalucía”.

Al día siguiente, más noticias desde la fragata mercante “Juan París” que llegaba desde Río de Janeiro. Distintas voces expresaban conclusiones coincidentes porque considerando que no había gobierno en España, en las colonias cesarían los virreyes.

Cornelio Saavedra insistía:

“…no queremos seguir la suerte de España ni ser dominados por los franceses”.

En ese tiempo, “dos corrientes coinciden en la Revolución, con propósitos diferentes.  El partido criollo formado por la inmensa mayoría del pueblo, y la casi totalidad de las milicias, y el núcleo de intelectuales que habían pertenecido al carlotismo (Belgrano, Castelli” –su primo-, “ambos ausentes en ese momento-, Vieytes, Rodríguez Peña, Passo, etc.) A este último se sumarán los rezagos de los sarracenos alzaguistas (Incháurregui, Larrea, Matheu, Mariano Moreno”.  Los primeros buscaron el apoderamiento del gobierno por una marcha de las milicias sobre la Fortaleza; los segundos no querían un levantamiento popular que los habría dejado de lado: fueron quienes idearon el ‘congreso vecinal’ o cabildo abierto de la ‘parte principal y sana del vecindario’.

Esas dos corrientes las encontraremos después del 25 de mayo en la manera distinta de entender la Revolución. Para los criollos, el movimiento fue de afirmación nativista contra funcionarios a quienes se acusaba de afrancesados o aportuguesados (todavía no se sabía mucho de la influencia inglesa). Fernandearon con convicción: defender ‘los derechos de Fernando VII’ era tomar campo por una causa popular en España y América, que no significaba depender de la metrópoli pues gobernar en nombre del monarca deseado y ausente era gobernar con independencia de las Juntas o Consejos que pudieran formarse en la península.

Entre los carlotistas había, en cambio, un propósito de ‘independencia’ que venía de antiguo, y se escondió después del 25 de mayo tras ‘la máscara de Fernando’: una independencia protegida por Inglaterra y reducida a las apariencias”. [37]

Durante aquella semana de mayo de 1810, unos deliberaban en los cuarteles mientras otros comenzaron a mencionar a los posibles integrantes de una junta de gobierno.  Saavedra enterado de su inclusión como Vocal, renunció a esa propuesta y al día siguiente, la aceptó “para contribuir a la tranquilidad del pueblo y salud pública”…

Llegado el momento, pidió “mantener el orden, la unión y la fraternidad” respetando al virrey Cisneros y a su familia.

Tras el repique de las campanas, quienes integraban la lista escrita por Antonio Luis Berutti, se trasladaron al Fuerte para asumir sus funciones.

 

Presidente y Comandante Gral. de Armas:

               Tte. Cnel. Cornelio Saavedra, jefe del Cuerpo de Patricios.

Secretarios: Dr. Juan José Paso, abogado.

               Dr. Mariano Moreno, abogado.

Vocales: Dr. Juan José Castelli, abogado.

               Licenciado Manuel Belgrano, abogado.

               Tte. Cnel. Miguel de Azcuénaga, sin mando de tropa.

               Presbítero Manuel Alberti, párroco de San Nicolás.

               Domingo Matheu, comerciante.

               Juan Larrea, comerciante.

 

Han reiterado que Saavedra no quería aceptar la presidencia y que influyó el virrey para que asumiera esa responsabilidad porque había demostrado su capacidad de mando y garantizaría “el orden”.  Belgrano en sus Memorias, destacó: “…apareció una junta de que yo era vocal, sin saberlo”…

Manuel Moreno, cerca de su hermano Mariano, expresó: “…muchas horas hacía estaba nombrado secretario de la nueva junta y estaba totalmente ignorante de ello” razón determinante de su “protesta ante la Audiencia por acto violento en su nombramiento”, como tiempo después rememoró Juan Martín de Pueyrredón.

 

Desde el primer tramo, en el camino hacia la independencia, fueron evidentes las bifurcaciones que condujeron a continuas luchas internas.

 

Libertad o esclavitud…

Es oportuno tener en cuenta que durante el siglo XVIII, los vecinos con mayores recursos residentes en distintas localidades del virreinato del Río de la Plata tenían esclavos para distintos servicios. Distintos documentos y sucesivos testamentos han revelado datos referidos a familias que “poseían esclavos”…

En el siglo veintiuno, acerca de “El esclavismo en el río de la Plata”, han reiterado que “la cuestión negra, es decir la del sistema de la esclavitud, estaba ligada a los comerciantes porteños, particularmente desde mediados del siglo XVIII hasta la Revolución de Mayo.

El partido esclavista era muy fuerte durante el sistema colonial español, y tuvo todavía, en los primeros años de la Independencia, una presencia política importante.

Los apellidos de los esclavistas permiten advertir su continuidad con el sistema oligárquico. Algunos de esos apellidos fueron Pedro Duval, Tomás Antonio Romero, José de María, Martínez de Hoz, Narciso Irauzaga, Manuel Aguirre, Rafael Guardia, Agustín García, Martín de Alzaga, Andrés Lista, José de la Oyuela, Casimiro Necochea, Francisco del Llano, Cornet, Molino Torres, Manuel Pacheco, Ventura Marcó del Pont, Francisco Antonio Beláustegui, Jaime Llavallol, Francisco Ignacio Ugarte, Diego de Agüero, González Cazón, Juan E. Terrada, Martín de Sarratea, Tomás O’Gorman, Mateo Magariños, Antonio Soler, Domingo Belgrano Pérez, Nicolás del Acha, Miguel de Riglos, Pedro de Warnes, Domingo de Acassuso, Lezica y Torrezuri, Manuel José de Borda.”  [38]

Han expresado que fue “el aniquilamiento de la raza negra, el primero de los genocidios producidos en la Argentina. El segundo fue el de los indios, en la ya famosa Conquista del Desierto, que fue una conquista porque en realidad no era un desierto. A los aborígenes, especialmente los del Sur, se les aplicó la guerra bacteriológica mediante el envío de comerciantes a las tolderías que les entregaban mantas que habían estado en contacto con enfermos de viruela. Así fueron diezmados y luego asesinados -hombres, mujeres, niños y ancianos- por el ejército de línea

 

Tras esas lecturas y otras referidas a obras benefactoras, pulsan en la memoria algunas señales.  Sabido es que el Canónigo Saturnino Segurola, egresado con el título de Doctor en Ciencias de la Universidad San Felipe de Santiago de Chile, desde julio de 1805, por iniciativa del virrey Rafael de Sobremonte, comenzó a aplicar en la ciudad de Buenos Aires la vacuna antivariólica que cinco años antes, había descubierto el científico Jenner.  Ha sido un pionero y es recordado como el primer Director de la Biblioteca Nacional…

 

Entre los esclavistas han nombrado a don Martín de Sarratea, suegro de Santiago de Liniers.  En otras aproximaciones biográficas, destacaron que era una persona generosa y en una crónica referida a la Casa Cuna de la ciudad de Buenos Aires, el doctor Pablo A. Croce reiteró que el 7 de agosto de 1779, don Martín de Sarratea asumió como “primer Director, en la hoja inicial del libro de ingresos, anota junto a la frase de subido paternalismo autoritario todo debe hacerse para el pueblo y nada por él, a la primera expósita admitida,  una negrita bautizada Feliciana Manuela”…

 

…………………………………………………………………………………………………………………

Rechazo del Paraguay…

Entre los pobladores del Paraguay también había diferentes tendencias y los historiadores han destacado que había tres partidos:

“…los pitaguás, que querían mantener la denominación española, los porteños partidarios de la Junta de Buenos Aires, y los paraguayos, la inmensa mayoría, que buscaban desprenderse de la dominación española pero desconfiaban de una absorción por Buenos Aires”.  [39]

 

El capitán José Ramón de Espíndola era un vecino de Asunción que al instalarse la primera Junta estaba en Buenos Aires  y desde su punto de vista, bastarían doscientos soldados para destituir al intendente Velazco y a sus aliados, los pitaguás. Al mismo tiempo, el porteño doctor Pedro Somellera que era asesor de la Intendencia de Asunción, enviaba cartas a la Junta con idéntico propósito.

Los hechos revelaron que ellos no conocían la idiosincrasia de la mayoría del pueblo paraguayo y también demostraron que ante la necesidad de conseguir apoyo, el secretario Mariano Moreno decidió enviar una expedición dirigida por Manuel Belgrano otorgándole el grado de Coronel mayor que era equivalente a General que abarcaría los territorios de Santa Fe, Corrientes, Misiones y Paraguay.

En San Nicolás, el Licenciado reunió aproximadamente doscientos arribeños, pardos y morenos junto a granaderos de Fernando VII y empezaron la marcha hacia Santa Fe. Acerca de su estado de ánimo en esos momentos, escribió en su Autobiografía:

“…Me fui porque entreveía una semilla de desunión que yo no podía atajar…”

 

Los acontecimientos durante aquel primer tiempo del nuevo gobierno fueron develando intrigas, disensos y rencores. El historiador Rosa escribió que “posiblemente Moreno quiso alejar a Belgrano de Buenos Aires para manejar con más libertad a la Junta”.

Lo concreto es que tiempo después, el apasionado doctor Mariano Moreno terminó cumpliendo las órdenes de viajar para desempeñar otra misión, murió durante la navegación y fue arrojado al mar…

 

Es oportuno destacar que Manuel Belgrano -vocal de la primera Junta- aunque le habían recomendado “no enarbolar bandera”, decidió crearla “azul celeste y blanca”.

A orillas del río Paraná –territorio rosarino-, ordenó la formación de los soldados de las baterías “Libertad” e “Independencia” y al joven Cosme Maciel, le indicó que izara el pabellón que los distinguiría.  Juraron fidelidad antes de continuar la marcha hacia la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz

La marcha era dificultosa por las características del terreno con abundante vegetación y por las altas temperaturas.  Llegaron hasta orillas del río Salado en el sudoeste de Santa Fe de la Vera Cruz y Belgrano ordenó el cruce por la zona del vado…

Prefirió no alojarse en casa de vecinos y se dirigió al convento de los padres dominicos donde descansó y recibió algunos refuerzos para la expedición.

Acompañado por los Blandengues, orientó a las tropas hacia el este para cruzar el río Paraná frente a la Bajada.  Luego continuaron la marcha hacia el noreste, pasaron por Curuzú Cuatiá; siguieron hasta el río Corrientes y pasaron a la otra orilla con rumbo noreste, dirigiéndose a Candelaria donde descansarían…

El coronel Belgrano durante aquella trayectoria, en algunas localidades fundó Reducciones y Pueblos.

Había incorporado más milicianos y antes de cruzar el Paraná disponía de 950 hombres y seis cañones.

 

Cuando se acercaban a Candelaria, Belgrano envió a su secretario Ignacio Warnes para que entregara al intendente Velazco el pliego con explicaciones acerca de los propósitos de la Junta de gobierno de Buenos Aires.

La actitud de Warnes provocó la reacción del gobierno paraguayo, fue detenido “por rebeldía” y enviado prisionero a Montevideo.

 

Siete meses después de la instalación de la primera Junta, el 15 de diciembre de 1810, el Coronel Belgrano llegó con su ejército a Candelaria y le informaron sobre la detención de Warnes.

Destacó el historiador José María Rosa que Belgrano “no obstante haber concertado un armisticio con el mayor paraguayo Thompson que vigila sus movimientos del otro lado del río, se considera liberado de cumplirlo. Pasando sigilosamente del Paraná la noche del 18 al 19 sorprende en Campichuelo los puestos de observación enemigos que desbarata sin perder  un solo hombre; el héroe de la acción fue el oriental Manuel Artigas”.

 

Sabido es que después se internaron hacia el norte con la esperanza de recibir apoyo aproximándose a Asunción. El 18 de enero de 1811, Belgrano se encontró con el ejército de Velazco: siete mil hombres y dieciséis piezas de artillería. En un combate “absurdo” -como lo han calificado distintos historiadores-, en Paraguary murieron ciento cincuenta milicianos del ejército de Belgrano mientras los paraguayos registraron sesenta bajas.

Belgrano con su menguada milicia y sin ser perseguido, logró refugiarse en el cerro Mbaey que en guaraní significa “de los fantasmas”.  Luego retrocedió hacia Tacuary: “se atrinchera en una pequeña elevación conocida desde entonces como cerrito de los porteños” y ahí espera recibir los refuerzos que había pedido a Corrientes y a Buenos Aires.

Necesitaba entusiasmar a los indios para que lo apoyaran y escribió un Reglamento de Gobierno reconociendo los derechos a la libertad, a la propiedad…

30-12-1810: Belgrano y “la primera Constitución argentina”

Aquí, la reiteración literal de ese extenso documento que casi un siglo y medio después, en 1953, fue insertado en el diario de sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación:  [40]

 

A consecuencia de la proclama que expedí para hacer saber a los naturales de los pueblos de Misiones que venía a restituirlos a sus derechos de libertad, propiedad y seguridad, de que tantas generaciones han estado privados, sirviendo únicamente para las rapiñas de los que han gobernado, como están de manifiesto hasta la evidencia, no hallándose una sola familia que pueda decir: ‘Estos son los bienes que he heredado de mis mayores’, y cumpliendo con las intenciones de la Excma. Junta de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y a virtud de las altas facultades que como a su vocal representante me ha conferido, he venido en determinar los siguientes artículos, con que acredite que mis palabras no son las del engaño ni alucinamiento con que hasta ahora se ha tenido a los desgraciados naturales bajo el yugo de fierro, tratándolos peor que a las bestias de carga, hasta llevarlos al sepulcro entre los horrores de la miseria e infelicidad, que yo mismo estoy palpando con ver su desnudez, sus lívidos aspectos y los ningunos recursos que les han dejado para subsistir.

Primero: Todos los naturales de Misiones son libres; gozarán de sus propiedades y podrán disponer de ellas como mejor les acomode, como no sea atentando contra sus semejantes. Cursivas aquí, igual que en párrafos siguientes.

Segundo: Desde hoy les liberto del tributo; a todos los 30 pueblos y sus respectivas jurisdicciones les exceptúo de todo impuesto por el espacio de diez años.

Tercero: Concedo un comercio franco y libre de todas sus producciones, incluso la del tabaco, con el resto de las provincias de Río de la Plata.

Cuarto: Respecto a haberse declarado en todo iguales a los españoles que hemos tenido la gloria de nacer en suelo americano, les habilito para todos los empleos civiles, políticos, militares y eclesiásticos, debiendo recaer en ellos como en nosotros los empleos del gobierno, milicia y administración de sus pueblos.

Quinto: Estos se delinearán a los vientos Nordeste, Sudoeste, Noroeste y Sudeste, formando cuadras de cien varas de largo y veinte de ancho, que se repartirán en tres suertes cada una, con el fondo de cincuenta varas.

Sexto: Deberán construir sus casas en ellos todos los que tengan poblaciones en la campaña, sean naturales o españoles, y tanto unos como otros podrán obtener los empleos de la República.

Séptimo: A los naturales se les darán gratuitamente las propiedades de las suertes de tierra que se les señalen, que en el pueblo será un tercio de cuadra y en la campaña según las leguas y calidad de tierras que hubiere en cada pueblo su suerte, que no haya de pasar de legua y media de frente y dos de fondo.

Octavo: A los españoles se les venderá la suerte que desearen en el pueblo después de acomodados los naturales, e igualmente en la campaña, por precios moderados, para formar un fondo con que atender a los objetos que más adelante se dirá.

Noveno: Ningún pueblo tendrá más de siete cuadras de largo y otras tantas de ancho, y se les señalará por campo común dos leguas cuadradas, que podrán dividirse en suertes de dos cuadras, que se han de arrendar a precios muy moderados, que han de servir para el fondo antedicho, con destino a huertas u otros sembrados que más les acomodase, y también para que en lo sucesivo sirvan para propios de cada pueblo.

Décimo: Al Cabildo de cada pueblo se le ha de dar una cuadra que tenga frente a la Plaza Mayor, que de ningún modo podrá enajenar ni vender y sólo sí edificar, para con los alquileres atender los objetos de su instituto.

Undécimo:  Para la Iglesia se han de señalar dos suertes de tierra en el frente de la cuadra del Cabildo, y como todos o los más de ellos tienen sus templos ya formados, podrán éstos servir de guía para la delineación de los pueblos, aunque no sea tan exacta a los vientos que dejo determinados.

Duodécimo: Los cementerios se han de colocar fuera de los pueblos, señalándose en el ejido una cuadra para ese objeto, que haya de cercarse y cubrirse con árboles, como hoy los tienen en casi todos los pueblos, desterrando la absurda costumbre, prohibida absolutamente, de enterrarse en las iglesias.

Décimotercero: El fondo que se ha de formar con los artículos octavo y noveno, no ha de tener otro objeto que el establecimiento de escuelas de primeras letras, artes y oficios, y se han de administrar sus productos después de afincar los principales, como dispusiere la Excma. Junta o el Congreso de la Nación, por los Cabildos de los respectivos pueblos, siendo responsables de mancomún et in sólidum¸ los individuos que los compongan, sin que en ello puedan tener otra intervención los gobernantes que la del mejor cumplimiento de esta disposición, dando parte de su cumplimiento para determinar al Superior Gobierno.

Décimocuarto: Como el robo había arreglado los pesos y medidas para sacrificar más y más a los infelices naturales señalando 12 onzas a la libra, y así en lo demás, mando que se guarden los mismos pesos y medidas que en la gran capital de Buenos Aires, hasta que el Superior Gobierno determine en el particular lo que hubiere conveniente, encargando a los corregidores y Cabildos que celen el cumplimiento de este artículo, imponiendo la pérdida de sus bienes y extrañamiento de la jurisdicción a los que contravinieren a él, aplicando aquéllos a beneficio del fondo para escuelas.

Décimoquinto: Respecto de que a los curas satisface el Erario del sínodo conveniente, y en lo sucesivo pagará por espacio de diez años el de otros ramos, que es el espacio que he señalado para que estos pueblos no sufran gabela ni derecho de ninguna especie, no podrán llevar derechos de bautismos ni entierro, y, por consiguiente, los exceptúo de pagar cuartas a los obispos de las respectivas diócesis. Cursivas aquí

Décimosexto: Cesan desde hoy en sus funciones todos los mayordomos de los pueblos, y dejo al cargo de los corregidores y Cabildos la administración de lo que haya existente y el cuidado del cobro e arrendamientos de tierras, hasta que esté verificado el arreglo, debiendo conservar los productos en arca de tres llaves, que han de tener el corregidor, el alcalde de primer voto y el síndico procurador, hasta que se les dé el destino conveniente, que no ha de ser otro que el fondo para las escuelas.

Décimoséptimo: Respecto a que las tierras de los pueblos estén intercaladas, se hará una masa común de ellas y se repartirán a prorrata entre todos los pueblos, para que unos y otros puedan darse la mano y formar una provincia respetable de las del Río de la Plata.

Décimoctavo: En atención a que nada se haría con repartir tierras a los naturales si no se les hacían anticipaciones, así de instrumentos para la agricultura como de ganado para el fomento de las crías, recurriré a la Excma. Junta para que abra una subscripción para el primer objeto y conceda los diezmos de la Cuatropea de los partidos de Entre Ríos para el segundo, quedando en aplicar algunos fondos de los insurgentes que permanecieren resistentes en contra de la causa de la patria a objetos de tanta importancia, y que tal vez son habidos del sudor y sangre de los naturales.

Décimonoveno: Aunque no es mi ánimo desterrar el idioma nativo de estos pueblos, pero como es preciso que sea fácil nuestra comunicación, para el mejor orden prevengo que la mayor parte de los Cabildos se han de componer de individuos que hablen el castellano, y particularmente el corregidor, el alcalde de primer voto, el síndico procurador y su secretario que haya de extender las actas en castellano.

Veinte: La administración de justicia queda al cargo del corregidor y alcaldes, conforme por ahora a la legislación que nos gobierna concediendo las apelaciones para ante el Superior Gobierno de los 30 pueblos y de éste para ante el Superior Gobierno de las provincias en todo lo concerniente a gobierno a la Real Audiencia en lo contencioso.

Veintiuno: El corregidor será el presidente del Cabildo, pero con un voto solamente, y entenderá en todo lo político, siempre con dependencia del gobernador de los 30 pueblos.

Veintidós: Subsistirán los departamentos que existen con las subdelegaciones, que han de recaer precisamente en hijos del país para la mejor expedición de los negocios que se4 encarguen por el gobernador, los que han de tener sueldo por la Real Hacienda, hasta tanto que el Gobierno resuelva lo conveniente.

Veintitrés: En cada capital del departamento se ha de reunir un individuo de cada pueblo que lo compone, con todos los poderes para elegir un diputado que haya de asistir al Congreso Nacional, bien entendido que ha de tener las calidades de probidad y buena conducta, ha de saber hablar el castellano, y que será mantenido por la Real Hacienda en atención al miserable estado en que se hallan los pueblos.

Veinticuatro: Para disfrutar de la seguridad, así interior como exteriormente, se hace indispensable que se levante un Cuerpo de milicias, que se titulará “Milicia patriótica de Misiones”, en que indistintamente serán oficiales así los naturales como los españoles que vinieren a vivir en los pueblos, siempre que su conducta y circunstancias los hagan acreedores a tan alta distinción; en la inteligencia de que ya estos cargos tan honrosos no se dan hoy al favor ni se prostituyen como lo hacían los déspotas del antiguo gobierno.

Veinticinco: Este cuerpo será una legión completa de infantería y caballería, que irá disponiéndose por el gobernador de los pueblos, igualmente que el Cuerpo de artillería, con los conocimientos que se adquieran de la población, y están obligados a servir en ella, según el arma a que se les destine, desde la edad de dieciocho años hasta los cuarenta y cinco, bien entendido que su objeto es defender al patria, la religión y sus propiedades, y que siempre que se hallen en actual servicio se les ha de abonar a razón de 10 pesos al mes al soldado, y en proporción a los cabos, sargentos y oficiales.

Veintiséis: Su uniforme para la infantería es el de patricios de Buenos Aires, sin más distinción que un escudo blanco en el brazo derecho, con esta cifra: “M. P. de Misiones” y para la caballería, el mismo, con igual escudo y cifras, pero con la distinción de que llevarán casacas cortas y vuelta azul.

Veintisiete: Hallándome cerciorado de los excesos horrorosos que se cometen por los beneficiadores de la yerba, no sólo talando los árboles que la traen, sino también con los naturales, de cuyo trabajo se aprovechan sin pagárselo, y además hacen padecer con castigos escandalosos, constituyéndose en jueces en causa propia, prohíbo que se pueda cortar árbol ninguno de yerba, so la pena de 10 pesos por cada uno que se cortare, a beneficio, la mitad del denunciador, y la otra mitad, para el fondo de las escuelas.

Veintiocho: Todos los conchavos con los naturales se han de contratar ante el corregidor yo alcalde del pueblo donde se celebren, y se han de pagar en tabla y mano, en dinero efectivo o en efectos, si el natural quisiere, con un 10 por 100 de utilidad, deducido el principal y gastos que tengan desde su compra, en la inteligencia de que,  no ejecutándose así, serán los beneficiadores de yerbas multados por la primera vez en 100 pesos, por la segunda con 500 y por la tercera embargados sus bienes y desterrados, destinando aquellos valores por la mitad al denunciando y fondo de escuelas.

Veintinueve: No les será permitido imponer ningún castigo a los naturales, como me consta lo han ejecutado con la mayor iniquidad, pues si tuvieran de qué quejarse concurrirán a sus jueces para que les administren justicia, so la pena de que si continuaren en tan abominable conducta y levantaren el palo para cualquier natural, serán privados de todos sus bienes, que se han de aplicar en la forma dicha arriba, y si usaren el azote serán penados hasta con el último suplicio.

Treinta: Para que todas estas disposiciones tengan todo su efecto, reservándome por ahora el nombramiento e sujetos que hayan de encargarse de la ejecución de varias de ellas y leguen a noticia de todos los pueblos, mando que se saquen copias para dirigir al gobernador D. Tomás de Rocamora y a todos los Cabildos para que se publiquen en el primer día festivo, explicándose por los padres curas ante el ofertorio y notoriándose por las respectivas jurisdicciones de los predichos pueblos hasta los que vivan más remotos de ellos.  Remítase igualmente copia a al Excma. Junta provincial gubernativa de las provincias del Río de la Plata para su aprobación, y archívese en los Cabildos los originales para el gobierno de ellos y celo de su cumplimiento.

Fecho en el Campamento de Tacuarí, a treinta de diciembre de 1810. –

(Fdo): Manuel Belgrano.

Permanencia del ejército de Belgrano en Tacuary

El coronel Belgrano con su ejército permanecieron atrincherados en Tacuary durante enero y febrero, esperando recibir apoyo hasta que el intendente Velazco ordenó al coronel Cabañas que el 9 de marzo comenzara el ataque por tres flancos.

Aunque el mayor José Idelfonso Machain, paraguayo y “segundo” de Belgrano se animó a enfrentarlo pero debió rendirse.  Destacó el historiador Rosa que “Belgrano reducido a dos centenas de hombres contesta a una intimación… Su pequeña fuerza se bate con tanto coraje que logra el respeto de los enemigos.  Cabañas le acepta una capitulación con la condición de salir del Paraguay.  Los paraguayos presentan armas a los vencidos y los porteños se retiran con banderas desplegadas y redoble de tambor.

El 15 Belgrano atraviesa el Paraná.  Velazco quedó disconforme con la capitulación, también criticada por el cabildo asunceño”.

Distintos historiadores coinciden en que “fue un gravísimo error de Buenos Aires mandar un ejército a Paraguay: la separación de Velazco debían resolverla exclusivamente los paraguayos.  Ya estaban los trabajos iniciados y la expedición de Belgrano, al unir contra los porteños a paraguayos y pytaguás, no hizo más que retardarla”.

Después, como suele suceder, tras el intercambio de correspondencia entre Belgrano y Cabañas con la intención de lograr que el paraguayo apoyara la Causa, se generó otra leyenda que atribuía a la participación de Belgrano, el desenlace revolucionario del 14 de mayo cuando fueron derrotados los pytaguás a quienes siguió apoyando tenazmente el criollo Cabañas.

Ha señalado el historiador Rosa que la revolución paraguaya del 14 de mayo, “la hicieron precisamente quienes más criticaron la capitulación ofrecida a Belgrano”.

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A principios del siglo veintiuno, son otras las circunstancias y distintos los conflictos.

 

Está latente la advertencia de José Ingenieros:

 

“Las naciones están civilizadas en cuanto oponen la solidaridad a los privilegios particulares”.

Sigue siendo casi un sueño, el avance hacia la independencia…

Es innegable la interdependencia.

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

Marzo de 2006.

 

[1] Abad de Santillán, Diego. Historia Argentina. Tomo 2. Buenos Aires, Tipográfica Editora, 1965, p. 150-151.

[2] Ibídem, p. 124-125.

[3] Razori, Amílcar. Historia de la Ciudad Argentina Tomo II. Buenos Aires, Imprenta López, 1945,  p.409.

[4] Sabido es que Pedro Andrés  García nació en Caranceja, pueblo de la española provincia de Santander, el 26 de abril de 1758 y que llegó con el primer virrey del Río de la Plata don Pedro de Cevallos en 1776, integrándose a sus fuerzas. Fue capitán en una expedición a la Colonia del Sacramento recibiendo luego el grado de Alférez de Ingenieros, adscripto como ayudante mayor durante su permanencia en la ciudad de Buenos Aires. Luchó contra los invasores ingleses. Falleció en 1833.

[5] Cervera, Manuel M. Historia de la Ciudad y Provincia de Santa Fe (1573-1853) Tomo 1.  Santa Fe, Librería, Imprenta y Encuadernación “La Unión” de Ramón Ibáñez, 1907,, p. 438-439. / El autor cita: “Trelles – Revista de Archivo, tomo I… donde se reproducen algunos documentos sobre esa época, historia de Santa Fe.”

[6] Razori, Amílcar. Historia de la Ciudad Argentina Tomo II. Ob. cit.,  p. 355.  El autor indicó ver: “A.E.C.B.A., S. II, T. 3, pág. 299, 300, 301, 322 a 329 y 339.”

[7] Cervera Manuel M. Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe. Ob. cit., p. 443 y siguientes.

[8] Ibídem, tomo I, p. 439.

[9] Ídem, p. 453-454.

[10] Íd., p. 447.

[11] Íd., p. 450 y 454.

[12] Cervera anotó: “Informe de 1780”.

[13] Del libro Historia de los Abipones escrito por el Padre Martín Dobrizhoffer S. J.

[14] Paucke, Florián. Hacia allá y para acá. Tucumán, Ed. Universidad Nacional de Tucumán, 1942. (Reedición: Córdoba, Editorial “Nuevo Siglo”, 1999. Cuatro volúmenes y tres tomos, 945 páginas y 117 láminas ilustradas por el talentoso misionero.)

[15] Diario El Litoral. Segunda Sección “Persona & Sociedad”.  Santa Fe de la Vera Cruz,  martes 25 de enero de 2000.

[16] Tampoco fue por casualidad que en la provincia de Santa Fe, decidieran entregar el Premio “Florián Paucke” a personalidades destacadas… El subsecretario de Cultura Néstor Norberto Zapata (set. 1985 a dic. 1987), en la entrega de los premios Florián Paucke 1985, destacó la importancia de esos galardones, porque “distingue la conducta de hombres que han constituido y constituyen un ejemplo para sus conciudadanos en esta provincia de Santa Fe”.  El subsecretario entregó la estatuilla pertinente a monseñor Vicente Zazpe (post mortem) al Contador Luis Ángel Puig, representante de la Fundación Zazpe; el secretario de servicios públicos Lionel Binetti en representación del Intendente santafesino Dr. Camilo José Berdat, la entregó al Licenciado Amílcar Damián Renna, cooperativista y editor; luego la recibieron el Dr. Arnoldo Migoni, Ing. Agrón. Carlos María Medera; el indigenista e investigador del Folclore don Lázaro Fleury. / Graciela Redero aporta datos acerca del citado manuscrito. En síntesis: Dos volúmenes, total “1.146 páginas, con 104 láminas de dibujos a todo color (37 de flora, 33 de fauna, 34 de trajes y costumbres).  Una copia fue obtenida por el Padre Plácido Assem, prior del Convento de Zwetti (Baja Austria) e integra la colección de esa institución. Un extracto fue publicado por el Padre Juan Frast, monje cisterciense de Zwetti y párroco de Edelbach en 1829.  En 1870 editaron “un nuevo compendio trabajado por el jesuita Andrés Kobler… la menos incompleta y más conforme al original que hasta ahora se posee. De la obra de Kobler se valió otro jesuita alemán, el Padre Agustín Bringmann, para su edición de 1908.  Análoga a esta obra.. es la editada en lengua castellana ‘Misiones del Paraguay / Memorial / del P. Florián Paucke / Misionero de la Compañía de Jesús (1748 a 1767) / Buenos Aires.  La obra fue editada por la Sociedad Programación de Buenos Aires. El traductor y sinoptizador de estos textos fue Edmundo Wernicke, un caballero alemán residente en Buenos Aires a fines del siglo pasado, a quien el padre Juan Auweiler le encomendó esta tarea”.

[17] Cervera, Manuel M. Historia de la Ciudad y Provincia de Santa FeTomo I, ed. 1907, p. 557.

[18] Ibídem, p. 498-500.

[19] Ídem, p. 579-580.

[20] Íd., p. 580-581.

[21] Id., p. 560-561.

[22] Abad de Santillán, Diego. Historia Argentina. Tomo 2. Buenos Aires, Tipográfica Editora Argentina, 1965, p. 341-342.

[23] Razori, Amílcar. Ob. cit., p. 9-10; 12-13; 17.

[24] Abad de Santillán, Diego. Historia Argentina. Tomo 2, ob. cit., p. 344.

[25] Quesada, Vicente. En La Revista de Buenos Aires, tomo V, p. 168 y 170, citada por Razori.

[26] Razori, Amílcar. Ob. cit., tomo II, p. 108-110.

[27] Ibídem, p. 113-115; 122-123.

[28] Abad de Santillán, Diego. Historia Argentina. Tomo 2, ob. cit. p. 344.

[29] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 2. Buenos Aires, Ediciones Oriente, 1992, p. 12-40.  / Las cuatro naves españolas eran: Clara, Mercedes, Fama y Medea.  / Carlos

[30] Cervera, Manuel M. Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe,. Tomo I. Ob. cit., p. 594-595.

[31] Ibídem, p. 596.

[32] Ídem.  El autor acerca de esa acusación contra Sobremonte, indicó: “Véanse, declaraciones en el proceso en Coronado.  Invasiones Inglesas. Buenos Aires, 1870.

[33] Íd., p. 596-597.

[34] Íd,, p. 598.

[35] Íd., p. 598-599.

[36] El doctor Cervera, en la página 599 reiteró ese texto, y en la cita en pie de página agregó: Gaceta de Buenos Aires, Apéndice pág. 20, Buenos Aires, 1875.”

[37] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 2. Ob. cit., p. 172-198.

[38] Nómina publicada en La Fogata, página en internet.

[39] Ídem, p. 243-245.

[40] República Argentina, Congreso Nacional, Cámara de Diputados; Reunión 48º, 4 de diciembre de 1953, p. 2460-2461.  “III – Inserción solicitada por el señor Diputado Nudelman.  Reglamento dictado por Belgrano para el régimen político y administrativo de los pueblos de Misiones (la primera Constitución argentina.) / Sesión de tratamiento del despacho de la Comisión de Asuntos constitucionales y de Territorios Nacional, del proyecto de ley del Poder Ejecutivo por el que se declara provincia al territorio nacional de Misiones.

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