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Los hermanos Parish Robertson en Santa Fe…

Los hermanos Parish Robertson.

1829: los Parish Robertson.

Sucesos en 1823.

Cerca de Santa Fe de la Vera Cruz.

Los hermanos Parish Robertson en Santa Fe…

 

Desde la comarca, el cronista José Rafael López Rosas destacó que en 1817 al ser expulsados del Paraguay, Juan regresó a Inglaterra -dice que vivió en Liverpool- y que enterado del triunfo de San Martín en Chile volvía para instalar allí una casa negocios que conforme esa opinión, le resultó ventajosa porque regresó con barco propio.

Mientras tanto, los agentes del Foreign Office habían logrado que sus agentes en Méjico, Lima, Santiago de Chile, Bogotá lograran que los respectivos gobiernos suscribieran empréstitos “para concluir la guerra de la independencia” o para “defensa militar en la pacífica y comercial Buenos Aires”-   A pesar de la premura para votar la ley que autorizaba a negociar “tres o cuatro millones de pesos para construir un puerto en Buenos Aires, fundar tres ciudades sobre la costa, levantar pueblos sobre la nueva frontera de indios, y dar aguas corrientes a la capital”, incrementado tres meses después “a cinco millones de pesos”, es probable que “los intereses de Juan Parish Robertson anduvieran en esta demora, pues el comerciante inglés esperaba un poder de Lima para negociar en Londres un empréstito que acaba de votar el gobierno peruano por 1.200.000 libras”.  Lo concreto es que el ministro García transfirió la autorización que le confería la ley, a un consorcio formado por Guillermo y Juan Parish Robertson (este último ausente en Londres), Braulio Costa, Miguel Riglos y Juan Pablo Sáenz Valiente.”

El historiador Rosa señala que “Robertson y Castro se hicieron reembolsas los 250.000 pesos y sus intereses adelantados en Buenos Aires; lo hicieron con usura…”  En consecuencia, advierte que “los hermanos escoceses… eran comerciantes con mucho de aventureros y algo de piratas (no están libres de cohecho por el manejo del empréstito Baring de 1824), sin dejar de ser filántropos y perfectos gentlemen que se retiraron a Inglaterra respetados y ricos a escribir sus aventuras juveniles.  [1]

1829: los Parish Robertson

Este John Robertson del mundo literario -inglés-, se ha dicho que era descendiente de antiguos comerciantes, desde niño se inicia en la profesión de sus mayores y vive como todo su pueblo, entusiasmado por la política expansionista de su nación.  Cree en la misión providencial que le cabe a Inglaterra en la historia del mundo y apoya -sin preocuparse por los detalles de la intriga palaciega- la política colonialista, que, en el mejor estilo de Drake, impone el gobierno de Su Real Majestad en el orbe entero.  Cuando en 1806 llega la noticia a Londres de la invasión y ocupación de Buenos Aires por las tropas inglesas, nuestro joven alza sus petates y se embarca rumbo al Río de la Plata.  Según lo que él mismo escribe más tarde, el Río de la Plata significaba para los británicos ‘una poderosa entrada para los millones de libras de su comercio’, como así también, las minas del Perú y ‘los miles y miles de ganado que pastaban en las verdes llanuras del Paraná… parte al filo de sus 15 años, John Parish Robertson (diciembre de 1806) a bordo del ‘Entreprise’, un endeble barco, hacia el lejano paraíso…” y después de tres meses de navegación, enterado del fracaso de la invasión británica, “desciende nuestro hombre en Montevideo”, luego “regresa a Londres” y “su espíritu aventurero hace que al poco tiempo embarque nuevamente hacia el Río de la Plata, al que llega en octubre de 1808.” [2]

Es interesante una amplia mirada hacia el este -sureste y noreste-, para recordar algunas situaciones en las proximidades del virreinato del Río de la Plata.  “El 30 de junio de 1809 llegó a Montevideo el designado virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros que reemplazaría a Vértiz; una vez más con algunas intrigas los Carlotistas intentaron impedir que asumiera recomendándole al virrey que no entregara el gobierno y al comandante de las fuerzas militares Cnel. Cornelio Saavedra para que le negara apoyo”.  Se impuso la necesidad de “reflexionar sobre la necesidad de promover la unión de todos los gobiernos provinciales, para poder derrotar al enemigo exterior si se producía la tercera invasión y con ese propósito desde Santa Fe viajó a Buenos Aires el Alcalde Francisco Antonio Candioti…  se entrevistó con su amigo el Licenciado Manuel Belgrano y es probable que hayan analizado las dificultades existentes en las relaciones con Montevideo y con España, que en ese tiempo estaba bajo el dominio de los franceses.  El Alcalde Candioti regresó y durante la primera reunión en el Cabildo, no informó sobre todo lo observado ni lo conversado con Belgrano, aunque los hechos posteriores indicaron que ya se había encendido la chispa de la revolución.”  [3]

En tales circunstancias, los hechos que culminaron en las revolucionarias jornadas de mayo de 1810, de las que tuvo noticias este inquietante personaje porque estaba vinculado con políticos, ya que dos años después salió de Buenos Aires con una carta de recomendación para los Aldao y siguió de cerca el camino de José de San Martín y sus granaderos.  De acuerdo a testimonios de distintos historiadores, el viajero y el general habían estado juntos en “Buenos Aires”.  Se ha dicho que en San Lorenzo durante “la noche anterior al combate”, el general “encontró un viajero que dormitaba en su coche junto al convento: era un joven comerciante inglés, Juan Parish Robertson, que llevaba unas petacas de mercaderías a Santa Fe, según le dijo”.  San Martín “le permitió presenciar el combate, y en la euforia del triunfo hizo revelaciones a este joven que por extranjero y comerciante le pareció alejado de la lucha y digno de confianza.   No sabía que era un agente del Foreign Office y anotaría cuidadosamente sus palabras.  Lo encontrará en otras ocasiones, sin sospechar jamás que su presencia se debiera a otra cosa que a negocios mercantiles; hasta en el Perú lo verá en negocios mineros.  Robertson no recogería solamente las informaciones de San Martín sino de todos quienes actuaban en el plano militar o político, porque era hábil para estar en el lugar y tiempo oportuno. [4]

Como en los cuentos, este nudo es significativo: don Antonio Aldao nacido en Cádiz -España-, emigró hacia América y apareció “en el Perú, convertido en una mezcla de explorador, soldado y empresario…  Su carrera militar es corta.  A la rígida vida del miliciano, prefiere la existencia azarosa del hombre libre.  Personalista, rebelde, inquieto, deja las charreteras que le permiten mandar, pero que lo obligan a obedecer, convirtiéndose en jefe de sus propias empresas, por minas y pueblos.  Enriquece pronto”.  Cansado del paisaje cordillerano decidió cruzar los Andes; pueblo tras pueblo avanzó hacia el sureste, hasta descubrir la extensa llanura y algunos montes; llegó hasta las proximidades de los ríos Salado y Paraná.”

El andariego que llegó de paso, se quedó en el lugar, casado con María Andrea de Zeballos, el 24 de junio de 1743 nació su hijo Francisco Antonio, su heredero.  La madre de Francisco Antonio, sueña que su hijo estudiará en el convento y que será fraile; el padre también lo imagina en la escuela del convento y después de haber desarrollado las habilidades imprescindibles, quiere que su hijo sepa ser libre como los gauchos; buen jinete y prudente viajero, probablemente recorriendo los mismos caminos que él transitó desde el Perú hasta el Paraná.  Desatando el nudo de intereses comunes, se advierte que Francisco Antonio era también hombre de andar caminos y de obtener frecuentes beneficios.  Después de su primer viaje hacia el Perú, el 10 de noviembre de 1764 -en un tiempo en que nadie imaginaba la celebración del día de la tradición, mera coincidencia-, Candioti regresa con sus veinte arrieros y otras tantas bestias de carga, en cuyos lomos trae más de diez mil pesos en oro y plata.  Un nuevo horizonte se abre a las posibilidades de los santafesinos. ‘La ruta de Candioti’, tan sorpresiva e inesperadamente conquistada, permitirá la intensificación de un comercio hasta entonces raquítico, y enriquecerá a quien por ella se aventuró primeramente, para librarla al tránsito común… Hay que tener en cuenta que los jesuitas fueron expulsados en 1767 y quedaron abandonadas las Reducciones.  [5]

Allí empieza la verdadera historia de este hombre extraordinario: Francisco Antonio Candioti, en cuya vida se resume una época.  Seis meses del año los pasa viajando: hacia el Perú, con arreos de mulas; de ese lugar, con cargamentos de plata y oro.  Los otros seis meses los dedica a organizar sus estancias -algunas en Entre Ríos-; a conquistar desiertos.”[6]

Así fue como se habían empezado a “poblar esos fuertes… y fortines, origen de pueblos, en cuyas cercanías residían tribus de indios que comerciaban fraternalmente unas veces con los habitadores; y otras, eran incómodos y dañinos vecinos… no se produjeron allí verdaderas reducciones de indios.”   [7]

En 1780 el príncipe de los gauchos, emprendió “su decimoséptimo viaje, es ya el Señor de la Pampa y todos reconocían “la ruta de Candioti” y se sabe que “las caravanas que organiza semejan verdaderos ejércitos; parecen pueblos en continua marcha.”  Candioti era amigo del general Manuel Belgrano -secretario del  Consulado- y era hombre predicador: el primero en levantarse y el último en acostarse para controlar que todo estuviera en orden, “tolera errores, hasta algún atrevimiento, si quien lo tiene sabe pedir disculpa como corresponde.  Alguna vez excusa al que juega cuando él prohíbe que lo hagan.  Lo único que no perdona jamás es que un hombre se duerma cuando está de guardia.”  Estos relatos tienen similitud con los textos del libro traducido por Aldao cuyas transcripciones son frecuentes en textos literarios, de modo que hay coincidencia en la fuente.  [8]

En el rumbo del enigmático viajero John –temido como espía y escritor-, resulta que después de presenciar el combate de San Lorenzo -3 de febrero de 1813-, por las características de la zona, con no pocas dificultades por la topografía y por la temperatura, llegó hasta Santa Fe y se ubicó en la casa de los Aldao, una de las familias que durante el verano anterior se confabularon para desobedecer de las órdenes del teniente gobernador coronel Juan Antonio Pereira, quien las denunció antes de renunciar.  Santa Fe evidentemente cosechaba los frutos de décadas de convivencia y el poder estaba en quienes disponían de mayores bienes.

En el hogar de don Luis Manuel –hijo de “Juan Francisco Aldao y Rendón -tesorero de las Reales Cajas de Buenos Aires y alcalde y regidor de Santa Fe, y de doña Leonor María Candioti y Ceballos-, el viajero recibió múltiples atenciones y pusieron a su disposición un “toallero autómata”, una “negra alta con una fina tela -al parecer, de la India- colgando de su brazo”.  Otro día, don Luis le presentó al hijo del hombre de Cádiz, su tío Francisco Antonio Candioti reconocido como el príncipe de los gauchos, el primer gobernador santafesino.  [9]

Con nuevas cartas de recomendación partió desde Santa Fe hasta las estancias entrerrianas del príncipe y de acuerdo al historiador Rosa, “también andaría don Juan en negocios de trueque cuando Artigas cruzaba el Paraná en 1815; después sus inquietudes comerciales lo llevaron al Perú por negocios mineros, donde volvió a encontrarse con San Martín en Guayaquil, mientras don Guillermo presenciaba la caída del Directorio en Buenos Aires…”

Destaca Rosa que “los hombres más representativos -San Martín, Artigas, Bolívar, Rivadavia, Pueyrredón-”, “se abrieron fácilmente ante estos jóvenes afables y simpáticos.  Sólo uno, Gaspar Rodríguez de Francia, les tomó desconfianza y expulsó del Paraguay”:  Juan “regresa a Inglaterra, residiendo en Liverpool hasta 1820, pero teniendo noticias de los triunfos de San Martín en Chile y de su campaña en el Perú, decide retornar a América con el propósito de instalar una casa de negocios en Chile.  Así lo hace y en pocos años enriquece, retornando a su patria en barco propio. Desde la comarca un cronista destaca que en 1817 al ser expulsados del Paraguay, Juan regresó a Inglaterra -dice que vivió en Liverpool- y que enterado del triunfo de San Martín en Chile volvía para instalar allí una casa negocios que conforme esa opinión, le resultó ventajosa porque regresó con barco propio.  A pesar del enriquecimiento “con el tráfico comercial y con negociaciones no muy claras”, perdieron “su fortuna en 1826, en un negocio de colonias escocesas en Santa Catalina.  Juan se rehizo con un matrimonio ventajoso y ambos hermanos pudieron consagrarse a la literatura. Dicen que Juan ingresó en la Universidad de Cambridge en 1830 y se retiró a la isla de Wight donde comenzó a escribir cartas y memorias.  Se vengaron del paraguayo publicando el libro Francia’s reign of terror –Reino del terror de Francia- “que contribuyó mucho a la mala fama póstuma del Supremo paraguayo”, aunque ni una línea escribieron sobre sus servicios como agentes secretos, dato confirmado al difundirse los documentos secretos del Foreign Office, siendo el enlace su abuelo John Parish, residente en Bath.  Surge así que no ha sido “Juan Robertson – comerciante y aventurero inglés” sino Parish Robertson, John y William, como consigna José Luis Víttori en una bibliografía.

(Casi una anécdota: El historiador de Madariaga ha advertido que John Robertson era otro de los nombres que usó el maestro de Bolívar, el viajero Simón Carreño y Rodríguez y ha expresado una “aguda observación. Cuéntase que, para protestar contra la costumbre de su hermano de bendecir la comida al ponerse a la mesa, Carreño decidió mudarse el nombre, tomando el de su madre, Rodríguez.  Pero lo que menos importa es el motivo externo; porque había uno más hondo.  Cuando en 1797 tuvo que abandonar su patria, por conspirador, Simón Carreño o Rodríguez se disfrazó de ‘Samuel Robinson’.  Le encantaban estos cambios, y viajaba de nombre en nombre como de país en país.  Pero, aunque excéntrico, algo había en ello de más radical que la mera excentricidad.  La clave la da el propio Bolívar en una carta a Cayetano Carreño: ‘Su hermano de Ud. es el mejor hombre del mundo, pero, como es un filósofo cosmopolita, no tiene ni patria, ni hogares, ni familia, ni nada.  Este es el rasgo esencial de su ser, que explica los constantes cambios de nombres, de residencia y de ocupación en la vida de Simón Carreño”.)  [10]

 

Sucesos en 1823…

Cerca de Santa Fe de la Vera Cruz

En cualquier intento de aproximación a la historia de los pueblos, tienen relevancia las cartas y los periódicos. El Padre Francisco de Paula Castañeda, “virtuoso y tranquilo fraile de la Recoleta franciscana, distinguido por el ‘panegírico de la Revolución’ el 25 de Mayo de 1815 cuando Alvear tramaba el coloniaje británico”, “se consagró al periodismo en defensa del clero regular”.  A tanto llegaría su furia que se atropelló todo el articulado de la ley de prensa; sus periódicos fueron prohibidos, y escapó a la condena por haber puesto el río por medio fugándose a Montevideo. Expulsado de Buenos Aires, vivió después en Santa Fe, siguiendo sus combates por la prensa.  Vivió en el Rincón de Antón Martín donde habilitó una capilla y continuó su apostolado.

En 1823 “en Lima y en Trujillo reinaba la anarquía… Los jefes del ejército apelaron a San Martín y firmaron un acta… llamándolo a salvar al Perú. El documento llegó a manos del Protector cuando se hallaba en Chile preparando su regreso a Buenos Aires. San Martín se negó a lo que se le pedía; puso buen cuidado en no recomendar a Bolívar para el papel de salvador, que él rechazaba, pero preconizó el reconocimiento sincero a la autoridad del Congreso” que ya se había disuelto porque “Torre Tagle había comprado al Congreso ‘con grandes sumas de dinero sacadas del Tesoro Público’, y haciéndose nombrar presidente y Padre de la Patria (8-VIII-23).  En su lejano Mendoza, San Martín, al enterarse de este nombramiento exclamaba:  ‘Dios proteja al Perú.  Yo creo que todo el poder del Ser Supremo no es suficiente a libertar ese desgraciado país: sólo Bolívar apoyado en la fuerza puede hacerlo”.  Mientras tanto, Bolívar envió una carta a Joaquín “Mosquera, su ministro en Lima que comenta donosamente Simón Rodríguez” -su maestro viajero-: “Es preciso trabajar porque no se establezca nada en el país, y el modo más seguro es dividirlos a todos.  La medida adoptada por Sucre, de nombrar a Torre-Tagle, embarcando a Riva Agüero con los diputados, ofrecer a éste el apoyo de la división de Colombia para que disuelva el Congreso, es excelente.  Es preciso que no exista simulacro de Gobierno, y esto se consigue multiplicando el número de mandatarios y poniéndolos todos en oposición.  A mi llegada, debe ser el Perú un campo rozado, para que yo pueda hacer en él lo que convenga.”  Siendo presidente de la República Torre-Tagle, “declaró a Riva Agüero traidor a la patria y decretó ser meritorio para cualquier ciudadano el aprehenderlo vivo o muerto.  Sucre estaba ausente…”

 

 

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

 

[1] Rosa, José María. Historia Argentina  t. III La independencia. Buenos Aires, Oriente, 1992, p.380-381 y 361..

[2] Diario El Litoral – La comarca y el mundo. Santa Fe, sábado 2 de agosto de 1986.  Comentario acerca del libro Letters on Paraguay (en la traducción de Carlos A. Aldao, tomo I, “La Argentina en la época de la Revolución”, Buenos Aires, 1912.)  Señala el cronista que “la obra no es simplemente el relato de un curioso viajero sino un documento de considerable valor para conocer desconocidos aspectos de nuestra historia nacional y, en especial, de la provincia de Santa Fe, a la que visitó en 1812.

[3] Orbea de Fontanini, Nidia A. G.  Entre dos fronteras. (Apuntes sobre historias de la Historia -al norte Sunchales, al sur Villa Constitución; inédito.)  Incluye información de: Vega, Julio César de la. Consultor de Historia Argentina. Buenos Aires, Delma, 1993, p. 320.

En las últimas tres décadas, España participó en guerras durante veinte años; en consecuencia dos tercios de ese período fueron soportados con enormes pérdidas materiales y espirituales.  “Desde 1779 a 1783 aliada con Francia en contra de Inglaterra; desde 1793 a 1796 aliada con Inglaterra en contra de Francia; desde 1796 a 1802 aliada con Francia en contra de Inglaterra; hubo dos años de sosiego; desde 1804 a 1808 nuevamente aliada a Francia contra Inglaterra y en 1808 comenzó su guerra de la independencia frente a la invasión napoleónica, en la que fue apoyada por Inglaterra hasta que, en 1813, quedó libre el territorio español”.

[4] Rosa, José María. Historia Argentina 1812-1826 Buenos Aires, Oriente, t. III, 1992, p. 46.

[5] Orbea de Fontanini, Nidia A. G.  Entre dos fronteras. (Apuntes sobre historias de la Historia -al norte Sunchales, al sur Villa Constitución; inédito.) Algunas referencias a descendientes de Candioti, de Zeballos:  don Urbano de Yriondo -contrajo matrimonio con su hija Petrona-; uno de sus hijos, el Dr. Simón de Yriondo (nacido en Santa Fe el 28 de octubre de 1836, gobernador delegado desde el 8 de abril de 1868 al 7 de abril de 1871, fue  electo gobernador continuó en ese cargo hasta abril de 1874;  reelecto en el período 1874-1882) y su  nieto el Dr. Manuel María de Yriondo, nacido en el año 1873, también gobernadores en la Provincia Invencible desde el 10 de abril de 1937 al 10 de abril de 1941.

[6] Newton, Jorge El príncipe de los gauchos. Francisco Antonio Candioti, p. 21-22; 24.

[7] Los liberales que acompañaban a don Domingo Cullen (1854-1856), en su mayoría eran sus parientes: Aldao, Iturraspe, Leiva, Oroño… opositores a los federales cuyo líder fue el Dr. Simón de Iriondo desde 1867, grupo político integrado también por familiares: Cabal, Iriondo, Zavalla…

[8] Newton, Jorge El príncipe de los gauchos. Francisco Antonio Candioti, p. 24-30.

[9] Desde La comarca y el mundo en sucesivas publicaciones José Rafael López Rosas aporta diversa información que complementa la disponible en otras publicaciones sobre la  historia de los santafesinos.  Acerca de la sociedad política que logró gobernar durante décadas, en su estudio sobre grupos políticos de Santa Fe, Ana Cecchini de Dallo concretó un interesante aporte sobre este antecedente que con algunas limitaciones y a pesar de la democracia, perdura a fines del siglo XX en ámbitos donde se hace sentir el peso del poder más que el peso de la verdad.

[10] Madariaga, Salvador de  Bolívar t. I  Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1975, 4ª ed., p. 97.

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