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1946 – Algunas conclusiones del coronel Juan Peron

Sinopsis:  Declaraciones del Coronel Juan Domingo Perón en 1946, tiempo la elección y primera presidencia de la Nación. “Ligada nuestra vida a la causa del pueblo, con el pueblo compartiremos el triunfo o la derrota”… Alusiones al Presidente Franklin Delano Roosevelt y a diversas organizaciones.

1946 y la política nacional…

Es innegable que “las palabras son actos” -al decir de Paul Sartre-; que los discursos son un reflejo del pensamiento de quienes los elaboran -que no siempre son quienes los leen- e indican una aproximación a las razones, los objetivos y medios que justifican su pronunciación.

La historia de la Historia Argentina reconoce que a partir de octubre de 1945, el Coronel Juan Domingo Perón generó un punto de inflexión en la política nacional.

La vasta campaña política desarrollada con el propósito de obtener los votos necesarios para ser electo  presidente de la Nación permanece documentada en multimedios: bibliotecas, cinematecas,  hemerotecas, sistemas computarizados.

En ese universo informativo tienen relevancia sus testimonios durante ese proceso eleccionario.

Dijo Perón -hace cincuenta años…-:  “…Ligada nuestra vida a la causa del pueblo, con el pueblo compartiremos el triunfo o la derrota.

Las consecuencias ya las conocéis. Comenzó la ‘guerra’ de las solicitadas; siguió la alianza con los enemigos de la patria, continuó la campaña de difamación y ultrajes y de mentiras, para terminar en un negocio de compraventa de políticos apolillados y aprendices de dinamiteros a cambio de un puñado de monedas.

No tengo que deciros quiénes son los ‘sicarios señorones’ que han comprado, ‘ni los Judas que se han vendido’. Todos los conocemos y hemos visto sus firmas puestas en el infamante documento. Quiero decir solamente que esta infamia es tan sacrílega como la del Iscariote que vendió a Cristo, pues en esta sucia compraventa, fue vendido otro inocente: el pueblo trabajador de nuestra querida patria.”

Convencido de sus propósitos, manifestó: “…Por el bien de mi patria quisiera que mis enemigos se convenciesen de que mi actitud no sólo es humana, sino que es conservadora en la noble acepción del vocablo. Y bueno sería también que desechasen de una vez el calificativo de demagógico que se atribuye a todos mis actos, no porque carezcan de valor constructivo ni porque vayan encaminados a implantar una tiranía de la plebe (que es el significado de la palabra demagogia), sino simplemente porque  no van de acuerdo con los egoístas intereses capitalistas, ni se ocupan con exceso de la actual ‘estructura social’ ni de lo que ellos, barriendo para adentro, llaman ‘los supremos intereses del país’ confundiéndolos con los suyos propios.”

Una mirada hacia los hermanos del Norte, lo impulsó a reiterar:

“Personalmente, prefiero la idea defendida por Roosevelt (y el testimonio no creo que pueda ser recusado) de que la economía ha dejado de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio de solucionar los problemas sociales. Es decir, que si la economía no sirve para llevar el bienestar a toda la población y no a una parte de ella resulta cosa bien despreciable. Lástima que los conceptos de Roosevelt a este respecto fueran desbaratados por la Cámara…, y por la ‘antecámara’, es decir por los organismos norteamericanos equivalentes a nuestra Unión Industrial, Bolsa de Comercio y Sociedad Rural. Y conste, asimismo, que Roosevelt distaba mucho de ser, ni en lo social ni en lo político, un hombre avanzado.”

El Coronel Perón advirtió en aquella oportunidad: “…no nos importan los calificativos. Nosotros representamos la auténtica democracia, la que se asienta sobre la voluntad de la mayoría y sobre el derecho de todas las familias a una vida decorosa, la que tiende a evitar el espectáculo de la miseria en medio de la abundancia, la que quiere impedir que millones de seres perezcan de hambre mientras que centenares de hombres derrochan estúpidamente su plata. Si esto es demagogia, sintámonos orgullosos de ser demagogos y arrojémosles al rostro la condenación de su hipocresía, de su egoísmo, de su falta de sentido humano y de su afán lucrativo que va desangrando la vida de la Nación. Basta ya de falsos demócratas que utilizan una idea grande para servir a su codicia. ¡Basta ya de exaltados constitucionalistas que sólo aman la Constitución en  cuanto les ponga a cubierto de las reivindicaciones proletarias! ¡Basta ya de patriotas que no tienen reparo en utilizar el pabellón nacional para cubrir averiadas mercancías, pero que se escandalizan cuando lo ven unido a un símbolo del trabajo honrado!”

Con respecto al capital privado Perón insistía: “…Parecería ocioso repetir que no soy enemigo del capital privado. Juzgo que debe estimularse el capital privado en cuanto constituye un elemento activo de la producción y contribuye al bienestar general. El capital resulta pernicioso cuando se erige o pretende erigirse en instrumento de dominación económica. En cambio, es útil y beneficioso cuando sabe elevar su función al rango de cooperador efectivo del progreso económico del país y colaborador sincero de la obra de la producción y comparte su poderío con el esfuerzo físico e intelectual de los trabajadores para acrecentar la riqueza del país

Por esto, en los postulados éticos que presiden la acción de nuestra política, junto a la elevación de la cultura del obrero y a la dignificación del trabajo, incluimos la humanización del capital. Y solamente llevando a cabo estos postulado, lograremos la desaparición de las discordias y violencias entre patronos y trabajadores. Para ello no existe otro remedio que implantar una inquebrantable justicia distributiva.

En el nuevo mundo que surge en el horizonte no debe ser posible el estado de necesidad que agobia todavía a muchísimos trabajadores en medio de un estado de abundancia general. Debe impedirse que el trabajador llegue al estado de necesidad, porque sepan bien los que no quieren saber o fingen no saberlo, que el estado de necesidad está al borde del estado de peligrosidad, porque nada hace saltar tan fácilmente los diques de la paciencia y de la resignación como el convencimiento de que la injusticia es tolerada por los poderes del  Estado, porque, precisamente, ellos son los que tienen la obligación de evitar que se produzcan las injusticias.”

 

 

Transcurrió medio siglo y la Nación soportó tres guerras: la económico-financiera perdurable en sucesivos períodos de inflación creciente, evasión impositiva y especulación desenfrenada que produjo la emigración de capitales argentinos; la político-social: sombrío umbral de una guerra civil  encubierta con secuestros, torturas, desaparecidos y muertes; la estéril Gesta de las Malvinas, resultante de una justa reafirmación de los derechos geopolíticos en el Atlántico Sur, lamentablemente  sin una exacta evaluación de los medios disponibles para consolidarla, con ex-combatientes mutilados y poco reconocidos en su innegable heroísmo y un cementerio de cruces blancas sobre la turba milenaria.

Estos recuerdos sólo sirven si impulsan a una reflexión sobre la importancia de conocer el pasado para acercarse a la interpretación del presente que exige el compromiso irrenunciable de ser protagonistas de una causa en la que es indigno desertar: defender la justicia como único camino para lograr una convivencia solidaria, pilares imprescindibles para arraigar la fraternal paz. [1]

     Nidia Orbea Álvarez de Fontanini – 01/01/1996

[1] Texto completo en Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, 1946, t. I, p.48/56.

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