No trascendió el nombre del poeta.
Entre la decisión, las acciones y la muerte.
Violencia: caballos y hombres.
No trascendió el nombre del poeta…
Dicen que el poeta cuyo nombre ha sido arrebatado por el viento del olvido, aproximadamente a fines del siglo XII, necesitó expresar:
“El rey Carlos, nuestro emperador, el Grande, siete años enteros permaneció en España: hasta el mar conquistó la altiva tierra. Ni un solo castillo le resiste ya, ni queda por forzar muralla, ni ciudad, salvo Zaragoza, que está en una montaña. La tiene el rey Marsil, que a Dios no quiere. Sirve a Mahoma y le reza a Apolo. No podrá remediarlo: lo alcanzará el infortunio.”
Rutinas en el Imperio…
En aquel tiempo, en el undécimo canto se relataba:
“La tarde es hermosa y luce claro el sol. Carlos ordena que las diez mulas sean conducidas al establo y hace levantar una tienda en el gran vergel. Allí dará albergue a los diez mensajeros; doce sargentos cuidan con esmero de su servicio. Reposan esa noche hasta que despunta el claro día. El emperador se ha levantado temprano; ha escuchado misa y maitines. Se ha retirado bajo un pino y manda llamar a sus barones para hacerse aconsejar: en toda circunstancia, quiere que sus guías sean los de Francia.”
Después, llegó el momento de deliberar…
“-Señores barones -dice el emperador Carlos-, el rey Marsil me ha enviado sus mensajeros. Desea darme de sus riquezas a profusión: osos y leones, perros amaestrados para que se les pueda llevar con correa, setecientos camellos y mil azores a punto de ser mudados, cuatrocientas mulas cargadas de oro de Arabia y además cincuenta carros. Pero me pide que me retire a Francia: dice que me seguirá a Aquisgrán, a mi palacio, y que recibirá nuestra ley, la más santa, según confiesa; será cristiano, tendrá sus tierras como vasallo mío. Pero ignoro cuál es el fondo de su corazón.
-Desconfiemos -dicen los franceses.”
Hay que llegar a Zaragoza…
Desde distintos puntos de vista se expresaron diversas alternativas. Era necesario pensar en quiénes y cómo llegarían hasta Zaragoza… Así fue como algunos opinaron, hasta que llegó el momento de las conclusiones :
“Señores barones, ¿a quién hemos de enviar a Zaragoza, hacia el rey Marsil? -pregunta Carlos. El duque Naimón responde al punto:
-Iré yo, con vuestra venia: entregadme, pues, el guante y el bastón.
-Sois hombre de buen consejo -dice el rey-; por mis barbas que no os alejaréis de mi lado tan pronto. ¡Regresad a vuestro sitio, que nadie os pidió nada!”
Siguieron deliberando…
“XVIII.
-Señores barones, ¿a quién podríamos enviar al sarraceno que es dueño de Zaragoza?
-Muy bien podría ser yo -contesta Roldán.
-Por cierto que no iréis -dice el conde Oliveros-. Vuestro corazón es violento y altivo, llegaríais a las manos, mucho me temo. Si el rey lo desea, podría ir yo.
-¡Callaos ambos! -interrumpe el rey-. Ni vos, ni él, pondréis allí los pies. Por mis barbas, que veis aquí blancas, ¡ay del que me nombre a alguno de los doce pares!
Los franceses guardan silencio, intimidados.
XIX.
Turpín de Reims se ha incorporado; sale de la fila y dice al rey:
-¡Dejad tranquilos a vuestros francos! Siete años permanecisteis en este país: han soportado muchas penas aquí, muchas fatigas. Mas dadme, señor, el guante y el bastón, e iré hacia el sarraceno de España: tengo ganas de ver cómo está hecho.
-¡Id y sentaos sobre esa alfombra blanca! ¡No volváis a tomar la palabra sobre este asunto, a menos que os lo ordene yo! -replica, irritado, el emperador.
XX.
-Caballeros francos -dice el emperador Carlos-, elegidme a un barón de mis dominios que pueda llevar a Marsil mi mensaje.
Roldán exclama:
-Que sea Ganelón, mi padrastro.
Dicen los franceses:
-Por cierto que es el hombre indicado; no podríais enviar a ninguno más sensato.
Y el conde Ganelón se siente penetrado por la angustia. Retira de su cuello las amplias pieles de marta, descubriendo su brial de seda. Sus ojos son veros, su rostro altivo; noble es su cuerpo y su pecho amplio: tan hermoso se muestra que todos sus pares lo contemplan. Ganelón se encara con Roldán:
-¡Insensato! ¿Cuál es el motivo de tu frenesí? Todos aquí saben que soy tu padrastro, y sin embargo, me has señalado para ir al encuentro de Marsil. ¡Si Dios permite que regrese de esta empresa, te causaré males que durarán hasta el fin de tus días!
-Son ésas palabras dictadas por el orgullo y la demencia -replica Roldán-. Bien saben todos que no me cuido de amenazas; mas para hacerse cargo de un mensaje se necesita tener juicio. Si lo desea el rey, estoy dispuesto: iré en vuestro lugar.
XXI.
-¡No harás tal! -responde Ganelón-. Ni eres tú vasallo mío, ni soy yo tu señor. Carlos me ordena que cumpla su servicio: iré, pues, a Zaragoza, donde está Marsil; mas antes de haberse apaciguado en mí la gran cólera que me invade, habré hecho una de las mías.
Al escuchar tales palabras, Roldán comienza a reír.
XXII.
Al advertir Ganelón la burla de Roldán, lo invade tal despecho que está a punto de estallar de rabia; poco le falta para perder el juicio.
-Mal os quiero, a vos que habéis hecho recaer sobre mí esta elección injusta -le dice el conde-. Buen emperador, heme dispuesto; quiero llevar a cabo vuestra orden.
XXIII.
-¡Iré a Zaragoza! Es necesario, bien lo sé. Quien pone allí los pies, no ha de regresar. Recordad, por sobre todas las cosas, que vuestra hermana es mi esposa. Me ha dado un hijo, el más hermoso que existe. Su nombre es Balduino -añade-, ha de ser un hombre valeroso. A él dejo en herencia mis tierras y mis feudos. Tomadlo bajo vuestra protección, pues nunca volverán a contemplarlo mis ojos.
-Muy tierno tenéis el corazón -contesta Carlos-. Fuerza os es partir, puesto que así lo ordeno.
XXIV.
Dice el rey:
-Acercaos, Ganelón, y recibid el guante y el bastón. Bien lo habéis oído: la elección de los francos ha recaído sobre vos.
-Señor -replica Ganelón-, ¡todo fue por causa de Roldán! Toda mi vida le guardaré rencor, y también a Oliveros, por ser su amigo. En cuanto a los doce pares, que tanto lo quieren, aquí mismo los desafío, señor, ante vuestros ojos.
-Sois demasiado iracundo -observa el rey-. Verdad es que iréis, puesto que es mi mandato.
-Tal haré, mas sin ninguna garantía, como les sucedió a Basilio y a su hermano Basan.
XXV.
El emperador le entrega el guante, aquel que lleva en la mano derecha. Mas el conde Ganelón hubiera deseado hallarse a muchas leguas. Cuando se decide a tomarlo, el guante cae a tierra. Los franceses dicen:
-¡Dios! ¿Qué augurio es ése? Grandes males habrá de acarrearnos esta empresa.
-Caballeros -dice Ganelón-, ¡ya tendréis noticias de ello!
XXVI.
-Señor -prosigue Ganelón-, dadme vuestra venia para partir. Ya que debo marchar, nada ha de retardarme. Y responde el rey:
-¡Id en nombre de Jesús y con mi venia!
Lo absuelve con su mano diestra y traza sobre él el signo de la cruz. Luego le entrega el bastón y la misiva.
XXVII.
El conde Ganelón se dirige hacia su campamento. Adorna su persona con los mejores aderezos que puede hallar. En sus pies, coloca espuelas de oro y ciñe a su costado su espada Murglés. Monta sobre Techebrún, su corcel, cuyo estribo le sostiene su tío Guinemer. Entonces hubierais visto llorar a muchos caballeros, que se lamentaban:
-¡Lástima grande de vuestro valor! Largo tiempo pertenecisteis a la corte del rey, donde se os tenía por noble vasallo. Ni siquiera Carlos podrá proteger ni salvar al que os señaló para esta misión. No, el conde Roldán no tendría que haber pensado en vos: vuestra estirpe es demasiado ilustre.
Y luego añaden:
-¡Señor, llevadnos con vos!
-¡No lo permita Dios, nuestro Señor! Más vale que yo solo muera, para que vivan tantos buenos caballeros. A Francia, la dulce, habréis de regresar, señores. Saludad a mi esposa de mi parte, a Pinabel, par y amigo mío y a mi hijo Balduino… Brindadle vuestra ayuda y reconocedlo como vuestro señor -responde Ganelón. Y emprende el camino.”
Cerca del trono del Rey…
En ese recorrido vivieron momentos de incertidumbre. Lo más importante era llegar hasta el lugar donde estaba el rey Marsil en las mejores condiciones posibles. Con tolerancia trataron de evitar mayores dificultades porque la misión imponía determinadas responsabilidades.
…“Tanto cabalgaron por caminos y senderos que pusieron finalmente pie a tierra en Zaragoza, bajo un tejo. A la sombra de un pino se alza un trono, cubierto de seda de Alejandría. Ahí se sienta el rey que tiene a toda España bajo su dominio, rodeado de veinte mil sarracenos. Todos guardan silencio, ansiosos por escuchar las nuevas. Y he aquí que se aproximan Ganelón y Blancandrín.
XXXII.
Blancandrín se presenta ante Marsil; lleva de la mano al conde Ganelón. Dice, dirigiéndose al rey:
-¡Salud, en nombre de Mahoma y de Apolo, cuyas santas leyes observamos! Dimos parte a Carlos de vuestro mensaje. Alzó ambas manos hacia los cielos y alabó a su Dios, sin responder cosa alguna. Mas os envía uno de sus nobles barones, éste que aquí veis, y que todos consideran en Francia como ilustre caballero. Él os dirá si tendremos paz o no.
Que hable -responde Marsil-, lo escucharemos!
XXXIII.
Mas el conde Ganelón había estado pensándolo mucho. Comienza desplegando grandes artes, cual hombre versado en el discurso. Dícele al rey:
-¡Salud, en nombre del glorioso Dios que debemos adorar! He aquí lo que os manda decir Carlomagno, el esforzado: recibid la santa ley cristiana, y él habrá de entregaros como feudo la mitad de España. Si no os place aceptar este acuerdo, se os tomará cautivo, y encadenado de viva fuerza, seréis conducido a Aquisgrán; allí se os juzgará y pondrase fin a vuestra vida: vuestra muerte será vil y ultrajante.
Se estremece el rey Marsil. En la mano tiene un dardo, emplumado de oro: su deseo es herir, pero lo retienen.
XXXIV.
El rey Marsil ha mudado de color y apresta su jabalina. Al verlo Ganelón, lleva la mano a su espada, desenvainándola la largura de dos dedos. Dice, dirigiéndose a ella:
-Muy bella eres, y muy clara. ¡No en vano te llevé tan largo tiempo en la real corte! No habrá de decir el emperador de Francia que sucumbí solo en tierra extraña sin que los más valientes te hayan comprado a tu precio.
-¡Impidamos el combate! -dicen los infieles.
XXXV..
Tantos han sido los ruegos de los más ilustres sarracenos que Marsil ha vuelto a sentarse en su trono. Dice el califa:
-Nos hubierais dejado en mala postura, pretendiendo herir al francés; más os valía escuchar y comprender.
-Señor -dice Ganelón-, son éstas cosas que debo por fuerza soportar. Pero no dejaría de trasmitiros, por todo el oro que hizo Dios, y por todas las riquezas de este país, lo que Carlos, el poderoso rey, os manda decir por mi boca, si es que me dais lugar, considerándoos como a mortal enemigo.
Lo cubre un manto de marta cebellina, forrado de seda de Alejandría. Lo hace a un lado y Blancandrín lo recibe en sus manos; mas se guarda muy bien de soltar su espada. En su puño derecho, la mantiene sujeta por el dorado pomo. Y dicen los infieles:
-¡Es noble barón!
XXXI.
Ganelón avanza hacia el rey y le dice:
-Os irritáis sin motivo, ya que Carlos, que reina en Francia, os manda decir esto: recibid la ley de los cristianos, os entregará como feudo la mitad de España. La otra mitad será para Roldán, su sobrino: de ese modo habréis de compartir con un altivo señor. Si no os place aceptar este acuerdo, vendrá el rey a poner sitio a Zaragoza: se os tomará cautivo y de viva fuerza se os cargará de ligaduras; seréis conducido derechamente a Aquisgrán y no tendréis para el camino palafrén ni corcel, mulo ni mula, para poder cabalgar; se os arrojará sobre mala bestia de carga. Una vez allí, luego de juzgaros, se os cortará la cabeza. He aquí la misiva que os envía nuestro emperador.
Se lo entrega al infiel, con la mano diestra.
XXXVII.
Marsil palidece de ira. Rompe el sello, tira la cera, mira el breve y lee lo que lleva escrito:
-Carlos, el rey que tiene a Francia bajo su dominio, me dice que traiga a mi memoria el dolor y la cólera que lo invadieron cuando corté las cabezas de Basan y su hermano Basilio, en los montes de Altamira. Si quiero preservar mi vida, es preciso que le envíe a mi tío, el califa; de otro modo, jamás gozaré de su favor.
Entonces toma la palabra el hijo de Marsil:
-Ganelón ha hablado como un loco -le dice al rey-. Ha llegado demasiado lejos: no tiene derecho a la vida. Entregádmelo, y yo haré justicia.
Al oír estas palabras Ganelón, blande su espada, corre hacia un pino y toma apoyo en su tronco.
XXXVIII.
Marsil se ha retirado en el vergel. Ha llevado consigo a los mejores de entre sus vasallos. Con ellos va Blancandrín, el de la cabellera encanecida, y Jurfaret, su hijo y heredero, y el califa, su tío y fiel amigo. Blancandrín dice:
-Llamad al francés: me ha jurado sobre su fe servirnos.
-Traedlo, entonces -responde Marsil.
Y Blancandrín, tomándolo de la mano diestra, lo conduce por el vergel hasta donde se halla el rey. Allí conciertan entre todos la infame traición.
XXXIX.
-Buen caballero Ganelón -dícele Marsil-, os traté con alguna ligereza cuando cegado por la cólera, estuve a punto de heriros. Ofrezco en prenda de mi palabra estas pieles de marta cebellina, cuyo precio vale más de quinientas libras: mañana, antes de la caída del sol, os habré pagado una buena multa.
-No la rechazo -responde Ganelón-. ¡Que Dios os recompense, si le place!
XL.
-Ganelón -dice Marsil-, sabed que, en verdad, me siento impulsado a apreciaros en alto grado. Deseo que me habléis de Carlomagno. Es ya muy viejo, ha cumplido su tiempo; según mi parecer, debe tener más de doscientos años. Por tantas tierras ha llevado su cuerpo, tantas estocadas ha recibido su escudo, tantos opulentos reyes se vieron por su culpa convertidos en mendigos, ¿cuándo estará harto de guerrear?
-Carlos no es cual vos pensáis -responde Ganelón-. No hay hombre que al verlo y al aprender a conocerlo, no diga: «el emperador es un valiente». No podrían mis palabras alabarlo y ensalzarlo lo suficiente: hay en él más honor y más virtudes de las que puedo expresar. ¿Quién podría describir su inmenso valor? ¡Tanta nobleza hace Dios resplandecer en su persona! Preferiría morir antes que faltar a sus barones.
XLI.
-Buen motivo tengo para maravillarme -añade el infiel-. Carlomagno es viejo y blanca su cabeza; en mi opinión, debe tener más de doscientos años; por tantas tierras ha llevado a la lucha su cuerpo, ha recibido tantos tajos y lanzazos, tantos opulentos reyes se han convertido por su culpa en mendigos, ¿cuándo se cansará de guerrear?
-Nunca -responde Ganelón-, mientras viva su sobrino. No hay hombre más valeroso que Roldán bajo el firmamento. Y también es varón esforzado su amigo Oliveros. Y los doce pares, que tanto ama Carlos, forman su vanguardia con veinte mil caballeros. Carlos está bien seguro, no teme a ningún ser viviente.
XLII.
-Me maravilla en gran manera -repite el sarraceno-. Carlomagno tiene el cabello blanco; calculo que debe tener doscientos años, si no más; por tantas tierras ha llevado sus conquistas; tantos golpes de lanzas penetrantes recibió, tantos opulentos reyes fueron muertos y vencidos por él en la batalla, ¿cuándo se cansará por fin de guerrear?
-Nunca -dice Ganelón-, mientras viva Roldán.
No hay ninguno tan valeroso como él desde aquí hasta el Oriente. Y también su compañero Oliveros es varón esforzado. Y los doce pares, que tanto ama Carlos, forman su vanguardia con veinte mil franceses. Carlos está bien seguro; no teme a ningún ser viviente.
XLIII.
-Buen caballero Ganelón -dice el rey Marsil-, tengo un ejército tan brioso como nunca lo veréis; puedo contar con cuatrocientos mil caballeros: ¿podré combatir a Carlos y sus franceses?
-¡Eso se dice pronto! Vuestras mesnadas se perderían en masa. ¡Desechad las locuras; ateneos a vuestro juicio! Enviad al emperador tantos regalos que todos los franceses queden maravillados. Con sólo mandarle veinte rehenes, al punto veréis al rey regresar a Francia, la dulce. Dejará su retaguardia a sus espaldas. Con ella quedará, supongo, su sobrino, el conde Roldán y también el animoso y cortés Oliveros: pueden darse por muertos los dos condes, si encuentro quien atienda a mis consejos. Carlos verá quebrantarse su orgullo; por siempre perderá el deseo de contender nuevamente con vos.
XLIV.
-Buen caballero Ganelón, ¿de qué medio puedo valerme para que Roldán perezca?
-Os lo voy a decir -responde Ganelón-. Partirá el rey hacia los mejores puertos de Cize; dejará su retaguardia a sus espaldas. Con ella quedará el poderoso conde Roldán y Oliveros, en quien tanto confía éste, al mando de veinte mil franceses. Enviadle cien mil de los vuestros para darles la primera batalla. Las huestes de Francia hallarán gran quebranto, aunque también habrán de sufrir los vuestros, no lo niego. Mas entablad luego la segunda batalla: ya sea en la una o en la otra, no habrá de salvarse Roldán. Habréis llevado a cabo, entonces, una gran proeza y nunca en vuestra vida volveréis a tener guerra.
XLV.
-Aquel que logre la muerte de Roldán, habrá privado a Carlos del brazo derecho de su cuerpo. Sonará la hora de los magníficos ejércitos. No reunirá ya Carlos tan numerosas mesnadas. ¡Hallará el reposo la Tierra de los Padres!
Al oír Marsil estas palabras, besa a Ganelón en el cuello; luego ordena que le traigan sus tesoros.
XLVI.
-Los consejos se van en humo -dice Marsil-. Juradme que traicionaréis a Roldán.
-¡Sea, según vuestro deseo! -responde Ganelón. Sobre las reliquias de su espada Murglés, jura la traición; y su acción es vil.”
Entre la decisión, las acciones y la muerte…
En ese lugar, “había ahí un asiento, todo de marfil” y después que el rey hizo traer el libro donde estaba escrita “ley de Mahoma y de Tervagán”, “el sarraceno de España jura que si encuentra a Roldán en la retaguardia, habrá de combatirlo con toda su gente, y que si de él depende, el conde hallará la muerte en esa acción.
-¡Así se cumplan vuestros deseos! -responde Ganelón.”
Como suele suceder, enseguida se acercaron varias personas para celebrar ese pacto… El infiel Valdabrún, saludo al rey y “con faz risueña, dícele a Ganelón:
-Tomad mi espada, nadie posee otra mejor; su pomo tan sólo vale más de mil escudos. Os la doy en prenda de amistad, buen caballero, y vos nos ayudaréis a encontrar en la retaguardia al animoso Roldán.
-Así será -responde el conde Ganelón. Luego se besan en la cara y en la barba.
XLIX.
-Luego se acerca otro infiel, Climonn. Con faz risueña, le dice a Ganelón:
-Tomad mi yelmo, jamás vi otro más rico, y ayudadnos contra el marqués Roldán, de tal guisa que podamos afrentarlo.
-Así será -responde Ganelón. Y se besan en la boca y la mejilla.
L.
Viene entonces la reina Abraima, y le dice al conde:
-Mucho os aprecio, caballero, pues mi señor y sus hombres os tienen gran afecto. Quiero enviarle a vuestra esposa dos collares: son de oro puro, incrustados de amatistas y jacintos; valen más que todas las riquezas de Roma, nunca los poseyó tan bellos vuestro emperador.
El conde los toma y los guarda en su faldriquera.
LI.
El rey llama a Malduit, su tesorero, y le pregunta:
-¿Están preparados ya los presentes para Carlos?
-Sí, señor -responde-, de inmejorable manera: setecientos camellos cargados de oro y plata y veinte rehenes, de los más nobles que existen bajo el firmamento.
LII.
Marsil posa su mano en el hombro de Ganelón, diciéndole:
-Muy valiente sois, y muy juicioso. Por esa ley, que tenéis por sacrosanta, ¡guardaos de apartar vuestro corazón de nuestra causa! Deseo ofreceros riquezas a profusión, diez mulos cargados con el oro más fino de Arabia; todos los años habrá de renovarse este regalo. Tomad: he aquí las llaves de esta gran ciudad; presentad al rey Carlos sus innumerables tesoros; luego, haced que Roldán quede a retaguardia. Si logro hallarlo en algún puerto o desfiladero, lo combatiré hasta la muerte.
Responde Ganelón:
-Me parece que he demorado demasiado.
Y montando en su caballo, emprende el camino.
LIII.
El emperador se acerca nuevamente a sus dominios. Ha llegado a la villa de Gulina, que el conde Roldán había tomado y destruido; a partir de ese día, permaneció desierta por espacio de cien años. El rey espera noticias de Ganelón y el tributo de la vasta tierra de España.
Al alba, cuando comienza a despuntar la aurora, el conde Ganelón llega al campamento.”
LIV.
El emperador ha abandonado temprano su lecho. Ha escuchado misa y maitines, y se mantiene erguido sobre la hierba verde, delante de su tienda. A su lado está Roldán, y el esforzado Oliveros, el duque Maimón y muchos otros. He aquí que llega Ganelón, el conde villano y perjuro, y comienza a hablar con gran astucia:
-¡Dios os salve! -le dice al rey-. He aquí las llaves de Zaragoza, y un espléndido tesoro, y veinte rehenes: ponedlos a buen recaudo. El valeroso rey Marsil me ha mandado deciros que si no os entrega al califa, no debéis por ello censurarlo, pues con mis propios ojos he visto cuatrocientos mil hombres en armas, cubiertos con sus cotas y llevando muchos de ellos el yelmo atado y ceñidas las espadas con pomo de oro nielado, que acompañaban al califa allende el mar. Huían de Marsil a causa de la ley cristiana que no deseaban recibir ni guardar. No se habían alejado cuatro leguas de la costa, cuando los sorprendieron el viento y la tormenta: todos perecieron ahogados, no volveréis a ver ninguno de ellos. De hallarse vivo el califa, yo os lo hubiera traído. En cuanto al rey sarraceno, tened por cierto, señor, que no veréis tocar a su fin este primer mes sin que él os haya dado alcance en el reino de Francia: recibirá la ley que vos observáis; juntas las manos, se convertirá en vuestro vasallo; por vuestra voluntad aceptará el reino de España.
-¡Alabado sea Dios! -exclama el rey-. Ya que tan bien me habéis servido, obtendréis gran recompensa.
A través del ejército, resuenan mil clarines. Los francos alzan el campamento, cargan los mulos y se encaminan hacia Francia, la dulce.
LV.
Carlomagno ha devastado España; tomó sus castillos y violó sus ciudades. Él mismo dice que toca a su fin la guerra. Hacia Francia, la dulce, cabalga el emperador…”
Reposo y sueños…
Mientras tanto, en otro lugar “huye el día, la noche se ha hecho oscura. Carlos, el poderoso emperador, reposa. Ha tenido un sueño: hallábase en los más grandes puertos de Cize; sostenían sus manos su lanza de fresno. El conde Ganelón se la arrebataba y tan violentamente la blandía que hasta el cielo volaban las astillas.
Carlos duerme; no se ha despertado.
Después de esta visión, lo asedia otra. Sueña que está en Francia, en Aquisgrán, su capilla. Una bestia cruel le muerde el brazo derecho”…
Tiempo después, “llora Carlomagno, no puede contenerse.
Cien mil franceses se entristecen por él y temen por Roldán, invadidos por extraña angustia. Ganelón, el villano, lo ha traicionado: ha recibido del rey sarraceno grandes regalos, oro y plata, ciclatones y paños de seda, mulos y corceles, y camellos y leones. Marsil ha mandado por toda España a barones, condes, vizcondes, duques y emires, almocadenes e hijos de caudillos. Reúne en tres días cuatrocientos mil guerreros y por toda Zaragoza resuenan sus tambores. En la torre más alta se coloca a Mahoma y todos los infieles lo adoran y le rezan. Luego, a marchas forzadas, cabalgan todos a través de la Cerdaña; cruzan los valles, pasan los montes: al fin columbran los gonfalones de las gentes de Francia. La retaguardia de los doce compañeros no dejará de aceptar la batalla”…
Más luchas e intrigas…
Siguen las luchas: intrigas y estériles esfuerzos; peregrinaje y enfrentamientos.
“Los franceses han combatido con entereza, firmemente. Han perecido multitudes de infieles, por millares. Apenas lograron salvarse dos sobre los cien mil que se habían juntado. Y dice el arzobispo:
-¡Valerosos son nuestros guerreros! Nadie los tuvo mejores bajo el firmamento. Está escrito en los Anales de Francia que nuestro emperador tiene buenos vasallos.
Recorren el campo, en busca de los suyos; lloran su duelo y su compasión por sus parientes, de todo corazón, con todo afecto. Contra ellos se adelanta, entre tanto, el numeroso ejército del rey Marsil.
CXII.
Viene Marsil a lo largo de un valle, con el poderoso ejército que ha juntado. Puede contar con veinte cuerpos de tropa que ha formado en batalla. Centellean los yelmos de oro, incrustados de pedrería, y también los escudos, y las lorigas recamadas. Siete mil clarines pregonan la carga, resuena el clamor por toda la región. Dice Roldán:
-Oliveros, mi compañero y hermano, Ganelón, el villano, ha jurado nuestra muerte. No ha de quedar oculta su traición; tomará el emperador ejemplar venganza. Vamos a entablar una batalla áspera y violenta; jamás habrá visto hombre alguno encuentro semejante. Blandiré a Durandarte, mi espada, y vos, compañero, heriréis con Altaclara. ¡Por cuántas tierras las hemos llevado! ¡Cuántas batallas nos fueron por ellas favorables! ¡No habrán de cantarlas en afrentosa canción!
CXIII.
Contempla Marsil el martirio de los suyos. Hace sonar sus cuernos y sus trompas, luego cabalga con la flor de su poderoso ejército. Entre los primeros galopa un sarraceno. Abismo: no hay otro más felón en la turba. Está lleno de vicios y de crímenes, y no cree en Dios, el hijo de Santa María. Es tan negro como la pez derretida, y más que todo el oro de Galicia lo tientan la traición y la matanza. Nunca lo vio alguno jugar ni reír. Pero es valeroso y temerario y por ello es grato al felón rey Marsil. Enarbola un dragón, en torno al cual se reúnen las huestes sarracenas. Mal había de quererlo el arzobispo, y desde el instante en que lo ve, sólo tiene el deseo de matarlo.
-Gran herejía ostenta ese pagano -dícese por lo bajo-. Mucho mejor será que corra a matarlo: jamás gusté de cobardía ni cobarde.
CIV.
El arzobispo comienza la batalla. Monta el caballo que tomó a Gresalle, un rey al que había matado en Dinamarca. El corcel es de los buenos, muy rápido; tiene ligeros los cascos, las piernas delgadas, el muslo corto y ancha la grupa; sus flancos son largos y alto su espinazo. Su cola es blanca, amarillas sus crines, las orejas son pequeñas y tiene la cabeza leonada. Ningún otro corcel puede igualarlo a la carrera. ¡Con qué denuedo lo espolea el arzobispo! Acomete a Abismo, nadie podrá impedírselo. Corre a golpearle sobre su escudo mágico, en el que se engastan piedras preciosas, amatistas y topacios, y centellean los carbunclos: un demonio lo había donado al emir Califa, en el Val Metas, y éste lo ha obsequiado a Abismo. Hiere Turpín, sin miramientos; después de su acometida, no creo que el escudo valga ya un mal dinero. Atraviesa al sarraceno de parte a parte y lo derriba muerto sobre la tierra desnuda. Y dicen los franceses:
-¡Admirable denuedo! ¡Nadie habrá de escarnecer la cruz mientras la tenga en sus manos el arzobispo!”
Violencia: caballos y hombres…
En distintos espacios siguieron combatiendo y los caballos soportaban la violencia generada por las excesivas apetencias de los hombres. Cuando las espadas resultaron insuficientes para imponer su voluntad, “huye hacia Zaragoza el rey Marsil. Echa pie a tierra bajo un olivo, a la sombra, y confía a sus hombres su espada, su yelmo y su coraza. Se tiende sobre la hierba verde, miserablemente. Ha perdido su mano derecha, cercenada de un tajo; tanta sangre derrama por la herida, que se desmaya de angustia. Ante él, gime y llora su esposa Abraima, lamentándose, a gritos. Con ella, son más de veinte mil los que maldicen a Carlos y a Francia, la dulce. Corren hacia una cripta, donde está la efigie de Apolo, y lo increpan, ultrajándolo con viles palabras:
-¡Ah, dios maligno! ¿Por qué permites semejante agravio? ¿Por qué has consentido la ruina de nuestro rey? ¡Mal pagas a los que te sirven con abnegación! Después lo despojan de su cetro y de su corona y lo cuelgan por las manos de una columna. Por tierra, ante sus pies, lo derriban, y con gruesos palos lo golpean y quebrantan. Luego le arrancan a Tervagán, su carbunclo, y arrojan a Mahoma en un foso, para que lo muerdan y lo pisoteen los cerdos y los perros.”
Luego, “ha vuelto en sí Marsil, después de su desmayo. Se hace llevar a su aposento abovedado; hay allí pinturas y signos trazados con diversos colores. Y la reina Abraima vierte lágrimas sobre él y se mesa los cabellos.
-¡Desdichada de mí! -murmura, y exclama luego en voz alta-: ¡Ah, Zaragoza! ¡Cuán desierta quedas al perder al rey gentil que en su feudo te tenía! Gran felonía cometieron nuestros dioses, que lo desampararon esta mañana en la batalla. ¡El emir pasará por un cobarde si no acude a luchar contra esa intrépida turba, esos valientes orgullosos que en nada estiman sus vidas! Esforzado y pleno de soberbia es el emperador de la barba florida: si le presenta batalla el emir, no habrá de rehuirla. ¡Gran duelo es que no haya ninguno para darle muerte!”
Ambición: poder y muerte…
La ambición por el poder, impulsaba a aquellos hombres: emires y vasallos igualaban sus derechos en el campo de batalla porque la muerte es inexorable…
Durante una pausa, el poeta contó que “ha retornado de España el emperador. Llega a Aquisgrán, el mejor dominio de Francia. Sube al palacio y penetra en la sala. Y he aquí que sale a recibirlo Alda, una doncella de gran belleza. Dícele al rey:
-¿Dónde está Roldán, el adalid, que juró tomarme por esposa?
Carlos se siente pleno de dolor y pesadumbre. Llora y se mesa la barba blanca, y responde:
-¡Hermana, amiga querida! ¿Por quién preguntas? Por un muerto. Mas yo haré por ti el mejor cambio: Luis será tu prometido. No sé qué decirte que más pueda agradarte. Es mi hijo; él será el heredero de mis dominios.
-Singulares son vuestras palabras -responde Alda-. ¡No plegué a Dios, ni a sus santos ni a sus ángeles, que sobreviva a Roldán!
Pierde el color y cae a los pies de Carlomagno. Ha muerto al instante; ¡Dios se apiade de su alma! Los barones franceses no escatiman por ella llanto y lamentaciones.
CCLXIX.
Alda, la bella, ha llegado a su fin. El rey cree que se ha desmayado, y llora conmovido. La toma de las manos, la levanta. Mas la cabeza se inclina sobre los hombros. Cuando ve Carlos que está muerta, llama al punto a cuatro condesas. La llevan a un convento de monjas y la velan toda la noche, hasta el alba. Junto a un altar, la entierran con gran pompa. El rey le ha hecho grandes honras fúnebres.
CCLXX.
El emperador retorna a Aquisgrán. Ganelón, el vil, cargado de cadenas de hierro, está en la ciudad, ante el palacio. Los siervos lo han atado a un poste; le aprisionan las manos con correas de cuero de gamo y lo apalean fuertemente con estacas y bastones. No ha merecido otra suerte. Con gran sufrimiento, espera su juicio.
CCLXXI.
Está escrito en la Gesta antigua que Carlos mandó venir a sus vasallos de todos los países. Están reunidos en Aquisgrán, en la capilla. Es el gran día de una fiesta solemne, la del barón San Silvestre, al decir de muchos. Entonces da comienzo el juicio, y he aquí lo que acaeció al traidor Ganelón. El emperador lo ha hecho arrastrar ante él.
CCLXXII.
-Señores barones -dice Carlomagno, el rey-; juzgadme a Ganelón según derecho. Él me siguió con el ejército hasta España: me ha arrebatado veinte mil de mis franceses, y mi sobrino, que nunca más veréis, y Oliveros, el esforzado y cortés; ha traicionado a los doce pares por dinero.
Dice Ganelón:
-¡Caiga la deshonra sobre mí, si trato de ocultarlo! Roldán me perjudicó en mi oro y en mis bienes, y por eso busqué su muerte y su ruina. Mas no concedo que exista en ello la menor traición.
-Habremos consejo -responden los francos.
CCLXXIII.
Ante el rey, permanece erguido Ganelón. Tiene gallardo el cuerpo y de buen color el semblante; si fuera leal, se le tomaría por un caballero. Mira a los de Francia, a todos los jueces y a treinta de sus parientes que responden por él; después grita con voz alta y fuerte:
-¡Por el amor de Dios, barones, escuchadme! Con el ejército, señores, seguí al emperador. Lo servía con buena fe y amor. Roldán, su sobrino, me tomó aversión y me condenó a la muerte y al dolor. Fui enviado como mensajero al rey Marsil, mas por mi habilidad logré salvarme. Desafié al valeroso Roldán y a Oliveros, y a todos sus compañeros: Carlos y sus nobles barones escucharon mis palabras. ¡Tomé venganza, mas no traicioné!
-Habremos consejo -responden los francos.
CCLXXIV.
Ganelón ve que ha dado comienzo su gran juicio. Treinta de sus parientes están allí, con él. A uno de ellos recurren todos los demás; es Pinabel, del castillo de Sórnese. Discurre bien y sabe decir sus razones como conviene. Es valeroso cuando se trata de defender sus armas. Dícele Ganelón:
-¡Amigo, arrancadme a la muerte! ¡Apartadme de este juicio!
-Pronto estaréis salvado -responde Pinabel-. Si hay un francés que juzgue que merecéis la horca, pónganos frente a frente en el campo el emperador: mi espada de acero le dará el mentís.
Ganelón, el conde, se inclina a sus pies.
CCLXXV.
Bávaros y sajones han entrado en consejo, y también los del Poitou, de Normandía y de Francia. Hay allí gran número de alemanes y germanos; los de Auvernia son los más corteses. Bajan la voz a causa de Pinabel y se dicen los unos a los otros:
-Conviene dejar así las cosas. Suspendamos el juicio y roguemos al rey que absuelva por esta vez a Ganelón; que éste lo sirva en el futuro con toda lealtad y todo amor. Roldán está muerto, nunca más lo verán nuestros ojos; ni oro ni riquezas podrán devolvérnoslo. ¡Gran locura cometería quien quisiera combatir!
Ni uno solo de los presentes deja de aprobarlo, excepto Thierry, el hermano de monseñor Godofredo.
CCLXXVI.
Hacia Carlomagno vuelven sus barones, y dicen al rey:
-Señor, os lo suplicamos, absolved al conde Ganelón. ¡Que os sirva en el futuro con todo amor y toda lealtad! Perdonadle la vida, porque es muy noble señor. Ni oro ni riquezas habrían de devolveros a Roldán.
Y les responde el rey:
-Sois unos felones.
CCLXXVII.
Cuando ve Carlos que todos le han fallado, baja la cabeza, presa de dolor, y exclama:
-¡Desdichado de mí!
Mas he aquí que ante él se presenta un caballero, Thierry, hermano de Godofredo, un duque angevino. Tiene delgado el cuerpo, menudo y esbelto; los cabellos negros, y moreno el rostro. No es demasiado alto, pero tampoco de corta estatura. Dice cortésmente al emperador:
-Buen rey y señor, no os apenéis de ese modo. Os he servido durante largos años, bien lo sabéis. Por fidelidad al ejemplo que me dieron mis antepasados, es mi deber sostener la acusación en este juicio. Aun si Roldán hubiera perjudicado a Ganelón, hallábase a vuestro servicio: eso debía bastar para su salvaguardia. Felonía cometió Ganelón al traicionarlo: contra vos se mostró perjuro y vil. Por esto juzgo yo que merece la horca y la muerte, y su cuerpo debe ser tratado como el de un felón que traicionó. Sí tiene un pariente que me quiera desmentir, quiero defender al instante mi juicio con esta espada que llevo ceñida.
-Bien dijisteis -exclaman los francos.
CCLXXVIII.
Ante el rey avanza Pinabel. Es alto y robusto, de gran valor y agilidad; el que reciba un golpe de él, habrá llegado a su fin. Dícele al rey:
-Señor, es ésta vuestra audiencia: ¡ordenad, pues, que no se haga tanto ruido! Veo aquí presente a Thierry, que ha dado su juicio. Yo deseo desmentirlo y combatiré contra él.
Le entrega al rey, en el puño, un guante de piel de ciervo; es el de la mano derecha.
El emperador responde:
-Exijo buenos rehenes.
Treinta parientes se ofrecen en leal garantía.
-Os pondré a vos en libertad bajo caución -dice el rey a Pinabel.
Coloca bajo severa guardia a los rehenes hasta que se haga justicia.
CCLXXIX.
Al ver Thierry que habrá de combatir, presenta a Carlos su guante derecho. El emperador lo pone en libertad bajo caución, y luego hace disponer cuatro bancos en la plaza. En ellos toman asiento los que habrán de enfrentarse. Al juicio de todos, se han desafiado según las reglas. Ogier de Dinamarca es el que ha acordado el doble reto. Después piden los adversarios sus caballos y sus armas.
CCLXXX.
Puesto que están dispuestos a contender, ambos se confiesan, y son absueltos y bendecidos. Escuchan sus misas y reciben la comunión. Dejan a las iglesias cuantiosas ofrendas. Después, los dos vuelven ante Carlos. Han calzado sus espuelas, se cubren con sus blancas lorigas, fuertes y ligeras, y se atan sus claros yelmos. Ciñen sus espadas, cuyas empuñaduras son de oro puro, cuelgan de sus cuellos los escudos acuartelados, toman en el puño diestro sus tajantes picas y se acomodan en las sillas de sus rápidos corceles. Entonces vierten llanto cien mil caballeros, que por amor a Roldán, se apiadan de Thierry. Mas Dios sabe bien cómo terminará esto.
CCLXXXI.
Bajo Aquisgrán es muy espaciosa la pradera; allí habrán de enfrentarse los dos barones. Ambos son animosos y de gran denuedo, y sus corceles se muestran ligeros y briosos. Los espolean con fuerza y dejan sueltas las riendas. Con todo ímpetu corren al ataque. Los escudos se rompen y vuelan en pedazos; se desgarran las lorigas, estallan las cinchas. Las monturas resbalan y caen por tierra las sillas. Y cien mil hombres lloran al contemplarlos.
CCLXXXII.
Los dos caballeros han dado contra el suelo. Prestamente se incorporan sobre sus pies. Pinabel es robusto, ágil y ligero. Se provocan el uno al otro; ya no tienen sus corceles. Con sus espadas guarnecidas de oro puro, se golpean repetidamente los yelmos de acero. Son tan recios los mandobles que terminan por partirlos. Gran angustia oprime a los caballeros franceses. Y Carlos exclama:
-¡Ah, Dios mío! ¡Haced que resplandezca el derecho!
CCLXXXIII.
Pinabel dice:
-¡Date por vencido, Thierry! Seré tu vasallo con toda lealtad y todo amor; a tu antojo te colmare de mis riquezas, ¡mas logra un acuerdo entre el rey y Ganelón!
-No tardará mi decisión -responde Thierry-. ¡Quede yo deshonrado si consiento en ello! ¡Que en este día señale Dios el derecho entre nosotros!
CCLXXXIV.
Dice Thierry:
-Pinabel, muy denodado eres; te muestras alto y robusto, tus miembros están bien modelados y tus pares conocen todos tu valor: ¡renuncia a esta contienda! Te reconciliaré con Carlomagno. En cuanto a Ganelón, se le hará justicia, ¡y en forma tal que se hablará de ella hasta el fin de los días!
-¡No plegué a Dios, nuestro Señor! -responde Pinabel-. Quiero sostener a todos mis parientes. No me rendiré a ningún hombre vivo. ¡Prefiero morir a merecer tal reproche!
Y recomienzan a herir con sus espadas los yelmos incrustados de oro. Al cielo brotan las claras centellas. Nadie podría separarlos. No puede terminar este combate sin la muerte de un hombre.
CCLXXXV.
Pinabel de Sorence ostenta gran denuedo. Hiere a Thierry sobre el yelmo de Provenza. Saltan chispas, la hierba se enciende. Le presenta la punta de su hoja de acero, que se desliza por su frente y por su rostro. La mejilla derecha quedó ensangrentada. Le hiende la cota hasta más abajo del vientre. Dios lo protege. Pinabel no lo ha derribado muerto.
CCLXXXVI.
Advierte Thierry que está herido en el rostro. Su sangre se derrama clara sobre la hierba del prado. Golpea a Pinabel sobre su yelmo de acero bruñido, lo parte y lo hiende hasta el nasal. Hace derramarse los sesos del cráneo; sacude la hoja en la herida y lo derriba muerto. Por este lance obtiene la victoria en la batalla. Los franceses gritan:
-¡Dios hizo un milagro! Es justicia que Ganelón sea ahorcado, y con él los parientes que han respondido por él.
CCLXXXVII.
Cuando Thierry hubo ganado la pelea, viene hacia él el emperador Carlos. Cuatro de sus barones lo acompañan: el duque Naimón, Ogier de Dinamarca, Godofredo de Anjeo y Guillermo de Blaye. El rey ha estrechado a Thierry entre sus brazos. Con las anchas pieles de marta de su manto, le enjuga el rostro; después lo arroja y se cubre con otro. Con grandes cuidados desarman al caballero. Lo izan en una mula árabe y lo llevan alegremente y con gran aparato. Retornan a Aquisgrán los barones y echan pie a tierra en la plaza. Entonces da comienzo la ejecución de los otros.
CCLXXXVIII.
Llama Carlos a sus duques y a sus condes, y les dice:
-¿Qué me aconsejáis hacer con los que he retenido?
Habían venido a las cortes para defender a Ganelón, y se han entregado como rehenes de Pinabel.
-Ninguno tiene derecho a la vida -responden los francos.
El rey llama a Basbrún, un veedor a su servicio, y le dice:
-Ve y ahorca a esos del árbol maldito. Por esta barba de pelos encanecidos, si se escapa uno solo, hallarás muerte y perdición.
-¿Qué otra cosa podría hacer? -responde Basbrún. Con cien sargentos, los arrastra a viva fuerza; son treinta los que perecieron por la horca.
El que traiciona pierde a los otros consigo.
CCLXXXIX.
Entonces se retiran bávaros y alemanes, potevinos, bretones y normandos. Todos están de acuerdo, y los franceses los primeros, en que Ganelón debe perecer en medio de terrible angustia.
Se traen cuatro corceles, y a ellos se atan los pies y manos de Ganelón. Los caballos son veloces y briosos. Ante ellos, cuatro sargentos los azuzan hacia un arroyo que atraviesa el campo. Ganelón ha llegado a su perdición. Todos sus nervios se distienden, todos los miembros de su cuerpo se desgarran; sobre la hierba verde se derrama clara su sangre. Ha hallado Ganelón la muerte que merece un felón probado. Cuando un hombre traiciona a otro, no es justo que saque de ello vanidad.
CCXC.
Cuando hubo tomado venganza el emperador, llama a sus obispos de Francia, de Baviera y Alemania, y les dice:
-Mora en mi casa una noble prisionera. Ha escuchado tantos sermones y parábolas, que desea creer en Dios y pide hacerse cristiana. Bautizadla, para que vaya a Dios su alma.
-Encontradle madrinas -responden ellos.
En las fuentes de Aquisgrán es bautizada la reina de España; le han puesto por nombre Juliana. Cristiana se ha hecho por verdadero conocimiento de la santa ley.
CCXCI.
Cuando hizo justicia el emperador y apaciguó su gran enojo, convirtió a Abraima al cristianismo.
Huye el día, la noche se torna oscura. El rey se ha retirado a su aposento abovedado. Por mandato de Dios, San Gabriel viene a decirle:
-¡Carlos, alza tus ejércitos por todo tu imperio! Irás de viva fuerza a la tierra de Bira a socorrer al rey Viviano en su ciudad de Orfa a la que han puesto sitio los infieles. ¡Allí te llaman y te invocan los cristianos!
El emperador hubiera deseado no ir.
-¡Dios! -exclama-. ¡Cuántos sinsabores trae mi vida!
Brotan lágrimas de sus ojos y se mesa su barba blanca.
Ci falt la geste que Turoldus declinet.
(Aquí termina la gesta que Turoldo firma.)
- * * * * * * * * * *
(A comienzos del tercer milenio, con otros protagonistas y ya no cabalgando los guerreros, sino utilizando misiles teledirigidos…; mientras en la denominada historia de la civilización está escrito que ha terminado el feudalismo…; en algún rincón del planeta Tierra podrían escribirse algunos poemas épicos que servirían para demostrar que han transcurrido dos siglos desde el nacimiento de Cristo –el gran político que soportó el Calvario y murió en la Cruz- y que aún los hombres -aunque a veces se reconocen como hermanos y otras tantas obran con diplomacia-, siguen sembrando miedo con el terrorismo y más hambre tras el despilfarro…)
Mediados del siglo XX: testimonio de “gente de palabra”…
Desde Santa Fe de la Vera Cruz, República Argentina, el periodista y escritor Luis Gudiño Krämer -durante varias décadas jefe de redacción del diario “El Litoral” de la capital santafesina y autor de interesantes libros referidos a “el hombre del litoral”, tras sucesivas lecturas necesitó expresar:
“…Zapata Gollán interpreta con acierto, apoyándose en fuentes autorizadas, las causas económicas que motivaron el fracaso de la primera fundación de Buenos Aires, y cómo fue posible el establecimiento de ciudades cuando el nativo, abandonando espejismos fáciles, se vio obligado a trabajar, arrancándole a la naturaleza su sustento.
Tiene indudable importancia histórica la comprobación de tal hecho, como ir verificando las causas que luego determinaron una nueva mentalidad americana y el nacimiento de los anhelos de libertad e independencia que constituyeron el rasgo más saliente del carácter nativo. En ese sentido, en ‘Santa Fe, cruce de caminos’ el autor nos da en feliz síntesis, la clara interpretación de aquella primera revolución americana de origen democrático, que sorprendió en 1580, entregar el poder político a la mayoría. Efectivamente, como coinciden en apreciarlo diversos historiadores, los siete mestizos le expresaron que, siendo los más, querían gobernarse…
El mestizo reemplazaba el ocio digno, aspiración feudal, por el trabajo productivo. Esta conciencia impuesta por la necesidad, dio nacimiento después a ese espíritu rebelde que alarmaba a los empleados de la corona, como aquel tesorero, Fernando de Montalbo, que escribía que los nativos tenían poco respeto por la justicia, sus padres y mayores, que eran amigos de novedades y que se repartían entre ellos los puestos comunales, pues. ‘como son los más, salen con lo que quieren’.” [1]
[1] Gudiño Krämer, Luis. Escritores y Plásticos del Litoral. Santa Fe, El Litoral, 1955, p. 39-40. El autor fue destacado jefe de redacción en el diario “El Litoral” fundado el 7 de agosto de 1918 por don Salvador Caputto, luego asociado a don Pedro Víttori. # “Gente de palabra” es una expresión usada con frecuencia por el escritor José Luis Víttori que también desempeñó esas funciones en el diario donde integró además integró el Directorio. Víttori ha editado una vasta obra literaria, en 1989 ingresó como Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras con sede en la capital federal. # El Dr. Agustín Zapata Gollán -más conocido en esa zona como Don Agustín-, trabajó con entusiasmo junto a personas descendientes de los primeros dueños de la tierra –mocovíes residentes cerca de Cayastá- hasta que lograron ubicar el lugar donde don Juan de Garay había fundado “Santa Fe”, el 15 de noviembre de 1573. Zapata Gollán -durante su juventud fue un destacado grabador-, falleció el 11 de octubre de 1986, ha dejado interesantes ediciones referidas a esos primeros años de la conquista española cerca del Río de la Plata, incluyendo relatos sobre mitos y leyendas..