2006 – Ecos de poetas hispanoamericanos.
2006 – Ecos de poetas hispanoamericanos…
“Vio pájaros dibujando el cielo nebuloso”…
Augusto Federico Schmidt
(Brasil, 1906-1965) [1]
En la primera estrofa del poema Unidad en ella, el poeta malagueño distinguido con el “Premio Nobel de Literatura”, expresó:
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida. [2]
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Vicente Aleixandre (español, n. 1898)
De “La destrucción del amor”.
Vientos del pueblo me llevan
(Fragmento)
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casa,
murcianos de dinamita
frutalmente propaganda,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
váis de la vida a la muerte,
váis de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habréis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculos de los bueyes,
está despuntando el alba.
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Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto, [3]
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
Miguel Hernández (1910-1942)
De “Vientos del pueblo”.
¡Si hay árboles, hay pájaros!…
El salmo de los árboles
Si quieres acercarte más a mi corazón
rodea tu casa de árboles.
Y sentirás el júbilo de la flor incipiente
mientras menos lograda más lejos de la muerte.
Escucharás las cosas pequeñas que yo escucho
cuando trae la tristeza sobre los campos húmedos.
El grillo que devana su pequeña madeja
de soledad y extiende su música en la hierba.
Y verá tu pupila la aventura del vuelo,
la fatiga del ala bajo el plumaje trémulo.
Planta delgados álamos, donde sus sombras midan
el césped silencioso y el agua cantarina,
y el quieto surtidor verde de los sauces
para que la tristeza caiga en tus ojos dulces.
El huso de los pinos donde la sombra crece
que hile la blancura de los atardeceres.
Y cuando esté maduro el silencio del bosque
pártelo como un fruto, pronunciando mi nombre.
Que sostengan los árboles la lluvia entre sus ramas
con la misma dulzura con que se toca un arpa.
Y hasta en la oscura noche, cada tallo en aroma
te entregue la delicia de las futuras pomas.
Y las redondas bayas -madurez y deseo-
prendan de los flexibles gajos de los ciruelos.
Y decoren de plata, sus hojas, las acacias
como si amaneciera la luna entre las ramas.
Que la flor del magnolio, al alto mediodía,
un loto te recuerde bajo la luz tranquila.
Y la savia palpite si grabas en los robles
el contorno perfecto de nuestros corazones.
El laurel, aún sin frente que aprisionar, recuerde
a tus manos la ausente materia de mis sienes.
Y el mimbre que se doble tierno sobre el estanque
como si en él quisiera ver el vuelo de un ave.
Despertarán entonces al vaivén de las ramas
más pájaros que cantos saben en la mañana.
Y la luz será lira sostenida en el aire,
iniciación del alba, límite de la tarde.
Acércate al rumor del viento entre los árboles,
amada, y sentirás el rumor de mi sangre.
Jorge Rojas.
(Colombia, n. 1911)
El tiempo de los parques
El tiempo en los parques es íntimo, intransferible, imparticipante, inmarcesible.
Medita en las altas copas, en la última palma de la palmera.
En la gran piedra intacta, el tiempo en los parques.
El tiempo en los parques medita en la mirada ciega de los lagos,
Duerme en las grutas, aíslase en las glorietas,
Ocúltase en el torso muscular de los ligustros, el tiempo de los parques.
El tiempo de los parques genera el silencio del piar de los pájaros
Del pasar de los pasos, del color que se mueve a lo lejos.
Es alto, antiguo, presiente el tiempo en los parques.
Es incorruptible. El prenuncio de un aura,
La agonía de una hoja, el abrirse de una flor.
Deja un estremecimiento en el espacio del tiempo en los parques.
El tiempo en los parques envuelve con redomas invisibles
A los que se aman. Eterniza las ansiedades, petrifica
Los gestos, anestesia los sueños, el tiempo en los parques.
En los hombres durmientes, en los puentes que huyen, en los flecos
De los sauces, en la cúpula azul, el tiempo perdura.
En los parques. Y el pequeño acutí sorprende
La inmovilidad anterior de ese tiempo en el mundo
Porque inmóvil, elemental, profundo y auténtico
Es el tiempo de los parques.
Vinicius de Morais
(Brasil, n. 1913)
Semillas para un himno
Infrecuentes (pero también inmerecidas)
Instantáneas (pero es verdad que el tiempo no se mide
Hay instantes que estallan y son astros
Otros que son un río detenido y unos árboles fijos
Otros son ese mismo río arrasando los mismos árboles)
Infrecuentes
Instantáneas noticias favorables
Do o tres nubes de cristal de roca
Horas altas como la marea
Estrépito de plumas blancas en el cielo nocturno
Islas en llamas en mitad del Pacífico
Mundos de imágenes suspendidos en un hilo de araña
Y entre todos la muchacha que avanza partiendo en dos las altas aguas
Como el sol la muchacha que se abre paso como la llama que avanza
Como el viento partiendo en dos la cortina de nubes.
Bello velero femenino
Bello relámpago partiendo en dos al tiempo
Tus hombros tienen la marca de los dientes del amor
La noche polar arde
Infrecuentes
Instantáneas noticias del mundo
(Cuando el mundo entreabre sus puertas y el ángel cabecea a la entrada del jardín)
Nunca merecidas
(Todo se nos da por añadidura
En una tierra condenada a repetirse sin tregua
Todos somos indignos
Hasta los muertos enrojecen
Hasta los ciegos deletrean la escritura del látigo
Racimos de mendigos cuelgan de las ciudades
Casas de ira torres de frene obtusa)
Infrecuentes
Instantáneas
Nos llegan siempre en forma de palabras
Brota una espiga de unos labios
Una forma veloz abre las alas
Imprevistas
Instantáneas
Como en la infancia cuando decíamos “ahí viene un barco cargado de…”
Y brotaba instantánea imprevista la palabra
Convocada
Pez
Álamo
Colibrí
Y así ahora de mi frente zarpa un barco cargado de iniciales
Ávidas de encarnar en imágenes
Instantáneas
Imprevistas cifras del mundo
La luz se abre en las diáfanas terrazas del mediodía
Se interna en el bosque como una sonámbula
Penetra den el cuerpo dormido del agua
Por un instante están los nombres habitados.
Octavio Paz.
(México, n. 1914)
Gaviotas del sur
Gaviotas mías que estás en el cielo
y en mi alma, en la tierra y en la nube,
en los coloridos techos acantonada
y en el aire tibio del veranito mañanero.
Que vuelas cortando el aire,
rozando el agua y rompiendo filas,
que inundas mi pueblo con tu tierna
blancura de pájaro hermano,
y en los caprichosos vuelos de tu audacia
gaviotera rimas tu mensaje aéreo,
y nos das tu gratuita existencia,
tu soledad marinera, y tu sólo ser.
¡Gaviota! ¡Gaviotas! Yo canto
al ave, a las turistas aves pueblerinas,
visitantes patagónicas del páramo austral.
Gaviotas nuestras que estáis en el papel,
en nuestros oídos, en nuestra piel y en nuestra palabra.
¡Dime hoy tu mensaje como ayer y como mañana!
¡Déjanos caer en la tentación
y nunca más habrá soledad!
Gaviotas nuestras que estáis en nuestro ánimo,
en el puerto y en la ciudad, en los barcos
y en los caminos, y vives y anuncias:
cada amanecer y cada día,
donándonos la rima sin prosa
de tu vuelo sin norte pero sin fin.
Gaviota nuestra que no necesitas meteorólogos
ni aeropuertos, que amas los vientos,
las lluvias, los fríos y las heladas escarchas,
el padre sol y la madre luna,
las estrellas infinitas y las noches que son su cuna.
Gaviota que estás en nuestra vida
Santificado sea tu nacimiento. Amén.
Julio Néstor Abelleira.
Reside en Bahía Blanca
(prov. de Buenos Aires). [4]
Gaviota paseandera
Roza la ría,
riza las aguas,
planea las casas,
corta el aire,
sobrevuela la costa,
navega sin prisa,
descansa en paz,
rasga un grito desgarrador
y cacofónico,
se tribaliza en la playa,
hurga la carroña,
acuatiza serena,
invade los patios,
se interna en el pueblo,
aterriza en los techos,
en los cables telefónicos,
en los postes,
en las automovilísticas calles,
y en la marina tarde se goza
la gaviota paseandera.
Julio Néstor Abelleira.
Reside en Bahía Blanca
(prov. de Buenos Aires). [5]
Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.
[1] Poesía Latinoamericana del siglo XX – Tomo II. Buenos Aires, CEAL (Centro Editor de América Latina), noviembre de 1970, p. 82. Primer verso del poema “Despedida” del libro Canto da Notte, traducción de Raúl Navarro.
[2] Poesía española del siglo XX. – Selección. Buenos Aires, CEAL, octubre de 1970, p. 39.
[3] Ibídem, p. 50-52.
[4] Ligaluppi, Oscar Abel. Panorama poético hispanoamericano 1. La Plata, Fondo Editorial Bonaerense, 1978, p. 14-15. El recopilador destacó que Julio N. Abelleira, obtuvo la Licenciatura en Letras en la Universidad de Bahía Blanca, su lugar de residencia. Su libro Poemas santacruceños mereció el segundo premio en el Certamen Nacional de la Región Comahue-Patagonia. Docente universitario, becario del Instituto de Cultura Hispánica y del Instituto Español de Emigración. Colabora con la prensa del país y desarrolla una intensa labor cultural en la Universidad del Sur, en Bahía Blanca.
[5] Ibídem, p. 17-18. Leer referencias acerca del autor, en la nota anterior.