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01-01-1981 – Mensajes de Monseñor Zazpe desde Santa Fe.

Monseñor Vicente Faustino Zazpe, Arzobispo de la Diócesis de Santa Fe expresó algunas reflexiones en torno a hechos de violencia durante las últimas décadas que luego fueron difundidas desde el semanario Esquiú-Color -suplemento Santa Fe-, con motivo de la celebración de la XIV Jornada Mundial de la Paz.

Tras el título La paz es posible si la queremos, si la intentamos y si la pedimos, se destaca este copete:

“La paz cuenta en el país con un pueblo sano que ha resistido la solicitación de la guerrilla y del marxismo, a pesar de las dificultades que soportó y sigue soportando”, expresó en una parte de su mensaje el arzobispo de Santa Fe, monseñor Vicente F. Zazpe, con motivo a la celebración de la XIV Jornada Mundial de la Paz, que de acuerdo a lo dispuesto por Juan Pablo II se realizó bajo el lema ‘Para servir a la paz, respeta la libertad’. El arzobispo instó también a comprometernos personal y colectivamente, para pacificar los corazones y hacer de la Argentina una nación ‘donde el adversario llegue a ser hermano’.  He aquí el texto completo del Mensaje de su mensaje:” [1]

 

“Celebramos una nueva Jornada de la Paz, la décimo cuarta y el año que viene volveremos a celebrarla.

Se trata de una realidad deseada, pero no concretada, de un problema siempre pendiente, de un tema inagotable.

Los títulos que eslabonan las trece jornadas pontificias, prueban que, tanto la paz como su perturbación, son realidades densas y nada lineales: ‘Los derechos del hombre, camino hacia la paz’, ‘Todo hombre es mi hermano’, ‘Si quieres la paz, trabaja por la justicia’, ‘La paz es posible’, ‘La reconciliación, camino hacia la paz’, ‘Si quieres la paz, defiende la vida’, ‘No a la violencia’, ‘La paz y la verdad’ y este año: ‘Para servir a la paz, respeta la libertad’.

Desde 1970 hasta el presente, el Episcopado Argentino ha producido también dieciséis documentos colectivos, urgiendo la paz.

¿Podemos seguir hablando de la paz?  ¿Esperar la paz? ¿Trabajar por la paz, no es arar en el mar?

Paz y libertad son dos términos con polivalencias peligrosas.  No hay país, ideologías o institución que no propicie la paz y no la incluya en sus declaraciones, pero tanto la paz como la libertad ofrecen contenidos diversos y hasta contradictorios, según la cosmovisión que se tenga de la historia y de la vida.

Según Juan XXIII hay una sola paz verdadera, profunda y estable: la que se apoya en la justicia, la verdad, el amor y la libertad y hay infinidad de simulacros de paz, que cubren un espectro variadísimo que va de lo aparente a lo tramposo, pasando por lo falso, lo precario, y la paz del cementerio.

Para Juan Pablo II, cada generación percibe de una manera nueva la exigencia permanente de la paz, porque en cada generación varían los problemas cotidianos de la existencia.

El Papa denuncia en su mensaje las caricaturas de la paz que ofrece el cuadro internacional por la violación flagrante de la libertad: ¡puede haber paz en naciones condicionadas por el miedo, oprimidas por el derecho del más fuerte, dominadas por bloques dominantes e imperialismo políticos, económicos y financieros?

Los interrogantes de Juan Pablo II son directos y urticantes: ¿puede tener paz verdadera una nación, donde no esté garantizada la libre participación en las decisiones colectivas, el libre disfrute de las libertades individuales y donde los poderes están concentrados en manos de una sola clase social o grupo?

¿Puede hablarse de verdadera libertad cuando la anarquía copa la vida de un país y se hostiga toda autoridad, confinando con terrorismos políticos y violencias obcecadas?

¿Existe libertad cuando la seguridad interna de una nación, es erigida como norma única y suprema, como si fuera el único y principal medio de mantener la paz?

¿Se puede esperar la paz, cuando la represión sistemática o selectiva, acompañada de asesinatos, torturas, desapariciones y exilios alcanza a numerosas personas?

El Papa formula afirmaciones que alcanzan también a los ámbitos social y espiritual.

La falta de garantías para salarios justamente remunerados, el desarrollo industrial o burocrático incontrolado, el bloqueo para un desarrollo social digno del hombre, la posesión o la carrera de armamentos y la crisis económica, restringen peligrosamente el espacio de libertad que necesita la paz.

En el ámbito espiritual también queda amenazada la libertad por el abuso de los medios de comunicación social, los procedimientos psicológicos tortuosos, el ataque a la integridad física y espiritual y el analfabetismo.

Sin embargo, a pesar de este panorama dantesco, se manifiesta en la humanidad una búsqueda ansiosa de paz en la libertad.

La paz no es una ilusión, a pesar de lo que vemos, sabemos y padecemos.

La paz es posible si la queremos, si la intentamos y si la pedimos.

Para Juan Pablo II la libertad como camino a la paz, en su esencia es interior al hombre, connatural a la persona humana y derecho fundamental.

Las diferentes instancias responsables de la sociedad, deben hacer posible el ejercicio de la verdadera libertad en todas sus manifestaciones.

Debe haber un espacio autónomo, jurídicamente protegido, para que todo ser humano pueda vivir solo o colectivamente, según las exigencias de su conciencia.

Ser libre es poder y querer elegir, en función de los valores morales y espirituales, de los cuales el primero y más fundamental es el religioso.

Por eso la libertad religiosa se transforma en la base de las demás libertades.

 

Después de enumerar las diversas falsificaciones de la libertad, tanto en las sociedades permisivas como en las totalitarias, el Papa afirma que ‘el Estado como portador del mandato de los ciudadanos, no solamente debe reconocer las libertades fundamentales de las personas, sino protegerlas y promoverlas.

Sin la voluntad de respetar la libertad, será difícil crear condiciones de paz. Por tanto, hay que tener el coraje de tender hacia ellas’.

El mensaje pontificio mira a la situación general del mundo, pero cada obispo debe proyectarlo a la situación local, a pesar de las dificultades que debe afrontar por el intento.

El Episcopado Argentino dijo en 1977 y reiteró en 1978: ‘La violencia ciega que padecimos y que engendró desconfianza recíproca y generalizada, desgarró el tejido social de la nación’.

La paz interior requiere la exclusión de todos los obstáculos que se oponen a ella, por eso, recordamos que cuando se viven circunstancias excepcionales y de extraordinario peligro para el ser nacional, las leyes podrán ser excepcionales y extraordinarias, sacrificando si fuese necesario, derechos individuales en beneficio del bien común, pero ha de procederse siempre en el marco de la ley, bajo su amparo, para una legítima represión, la cual no es otra cosa, cuando así se la practica, que una forma de ejercicio de la justicia’.

El Episcopado no puede ni debe olvidar la Argentina alucinante y delirante que hemos vivido desde 1966, durante tres gobiernos militares y cuatro constitucionales, sin precedentes en nuestra historia.

Cómo olvidar el empleo sistemático del crimen político, los secuestros, el atentado y la venganza con justificaciones ideológicas o argumentales, de una frivolidad analítica impresionante.

Desde entonces desaparecieron personas y derechos: civiles y políticos, niveles elementales de libertad y seguridad, derechos de participación, posibilidades racionales de conciliación entre autoridad y libertad.  Por eso el Episcopado advertía: ‘Los obispos tenemos conciencia de las dificultades que entraña la acción legal frente a los extremismos’.

‘Por ello pedimos una actitud creativa en orden a obtener una legislación adecuada que evite la tentación de actuar fuera de la ley’.

No basta por lo tanto con proclamar principios: hay que transformarlos en derechos civiles y políticos.  No es suficiente reconocer las normas morales y jurídicas:  hay que traducirlas en el ejercicio de una administración de justicia independiente, prudente, rápida y eficaz.

La lucha por la libertad en el ejercicio de los derechos, debe ser gradual pero realmente un intento indeclinable, porque la empresa política que puede despejar el camino para asegurar el futuro de la nación debe pasar por el estado de derecho.

Si todo el país recuerda y se hace cargo de lo ocurrido desde 1966 y prepara el camino hacia el Estado de derecho, llegaremos a una paz consistente, a través de la reconciliación.

La paz por el ejercicio de la libertad debe ser un objetivo nacional fundamental.

No se trata de proponer la reconciliación con quienes sostienen como medio y objetivo el culto de la muerte y el retorno al caos.

Es impostergable asegurar los derechos civiles y devolver gradualmente los derechos políticos en la Argentina.

Este objetivo significa ponernos a la altura de una tradición cara a la República y cortar efectivamente la cadena de resentimientos. 

Para caminar hacia la paz en libertad, es necesario establecer un régimen que concilie la libertad con la seguridad, los derechos civiles y los derechos políticos y hacerlo desde una decisión nacional y no por presiones internacionales.

Se trata de una decisión de la comunidad argentina, que no puede esperar a que se disipen las acusaciones, ni se diluya la frivolidad internacional o se esfumen los recursos políticos y económicos del terrorismo internacional.

Está bien renovar la memoria de los argentinos por los hechos de los últimos quince años, pero es conveniente también mostrar la necesidad de un futuro nacional, intentado con la participación de toda la ciudadanía, especialmente de la juventud.

La paz cuenta en el país con un pueblo sano que ha resistido la solicitación de la guerrilla y del marxismo, a pesar de las dificultades que soportó y sigue soportando.

No son muchas las naciones del mundo que puedan mostrar el panorama juvenil, familiar, obrero, empresarial y profesional de nuestra patria.

De ahí la necesidad de construir la paz por los caminos de la libertad, asegurando prudentemente la participación de todos en el proceso nacional.

Pidamos a Cristo el don de su paz y comprometamos el esfuerzo personal y colectivo para pacificar nuestro corazón y hacer de la Argentina una nación donde el adversario llegue a ser hermano, porque solamente los hermanos podrán renovar y construir el país, asegurando la paz en la libertad”.

 

 

 

 

 

 

 

[1] En ese tiempo se había reunido al Comisión Arquidiocesana para los Medios de Comunicación Social, constituida el 4 de noviembre de 1973 con la finalidad de “Anunciar el Reino de Dios y despertar la inquietud hacia una auténtica promoción humana, aprovechando la fuerza de la comunión y progreso ínsita en la naturaleza de estos medios” (cf. Inter Mirifica, Nº 1; ‘Communio et Progressio’ Nº 182).” Renovada parcialmente la Comisión, ese año la integraron: “Luciano Zóccola, presidente; Hna. Daniela Ibáñez, vicepresidente; Juan Caso Suárez, secretario ejecutivo; Ivonne de Páez Allende, secretaria de actas; Alcides Piedrabuena, secretario de relaciones; Teresa Higa, área de cine y audiovisuales; vocales: Ofelia Cura y Miguel Paye; asesores: diácono César Actis Bru y Pbro. Atilio Rosso.

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